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No te descuides de mi intento
de ignorarte.
Si cierras los ojos,
robo tu sombra.
Desconfía de mi tono cordial
y sin ojeras,
de la casualidad planeada,
de la canción de amor
que aún no te escribo.
No te dejaré partir
sin que antes me sueñes,
sin que me expliques con tus manos
la vida,
sin que planees mi suicidio.
No sé bien lo que pasa,
pero pasas tú,
y entonces lo sé:
No pasas conmigo.
17 de agosto de 2005
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A Virginia Eliza Clemm (1822-1847)
Tu nombre es un laberinto
donde mi vida no tiene entrada,
donde tu muerte no tiene salida.
Tu nombre de ti vacío
no recuerda cómo te llamas,
no sabe cómo te llamo,
no entiende que te he perdido.
Porque tu nombre, Virginia,
no lo dicen en el Edén distante,
ni en aquel bosque hechizado
ni en tu reino junto al mar.
Porque en tu nombre, Virginia,
adivino un duende inmortal
que oculta en tu sueño la huella
del lugar al que no has ido
y del que nunca regresarás.
13 de agosto de 2005
Nota: El 15 de agosto de 2005 -¡hace 20 años!- escribí este pequeño poema dedicado a la que fuera esposa del escritor estadounidense Edgar Allan Poe, uno de mis referentes literarios de la adolescencia.
Aunque lo concebí en el cumpleaños de Virginia Clemm Poe, estos versos imaginan el estado mental y anímico del poeta enfrentado a la pérdida de su compañera. La idea era compartirlo en algún foro poético de internet, algo que no ocurrió hasta finales del 2009, cuando encontré en Mundo Poesía un sitio para compartir esta afición que a la fecha ha acumulado cientos de textos con pocos progresos y grandes satisfacciones.
Las líneas 9, 10 y 11 contienen imágenes de los poemas El cuervo, Ulalume y Annabel Lee, respectivamente, donde Poe explota la su romantizada noción de que el tema poético por excelencia la melancolía causada por una mujer fallecida. Con razón o sin ella, el hombre sabía de lo que hablaba. -
Cuánto de piel se arraiga en las caricias,
cuánta ternura se metaboliza en las manos,
cuánto de aire y cuánto de sangre se quema al tocarte
cuánto de bosque y cuánto de paloma
pierdo en un espasmo.
Todo es una ciega palpación de reconocimiento:
eres otra y yo soy de tus ojos casi sin verlos.
Todo asciende, todo crece con la sombra.
La espuma de mis labios te llega al cuello,
el hueco en tu garganta hace olas.
Nos ahogamos en nombres de eclipses,
salimos a flote montados en la misma boca.
Porque somos boca, orillas inabarcables, marisma,
veredas deliciosas, gelatina de encajes,
zumo de aliento pasmado de cerezas, tierra viva.
Nos escarbamos con las uñas, palada tras palada.
Me entierro en epicentros, cráteres, corolarios;
te desmadejas en relojes, perillas, decibeles.
Nos buscamos en puntos cardinales
que ignoren abecedarios, cielo sobre nosotros,
mares bajo los náufragos.
El último pulmón revienta, la escalera destrozada
rueda por sus peldaños.
Aquí estás, aquí estoy: eso que somos
y que tanto nos busca al fin nos encuentra
con los ojos cerrados.
13 de mayo de 2011A Carolina Varela Lopez, José Valverde Yuste, Anamer y 3 otros les gusta esto. -
De acuerdo:
no soy lo que tú esperabas
ni eres a quien yo busqué.
¿Pero,
qué tal si te quedas conmigo
a esperar
o si te acompaño a tu casa
para seguir buscando?
Digo,
si se trata de hacer pendejadas,
esto de estar solos
se aprende mejor en la cama.
***
13 de septiembre de 2010A José Valverde Yuste, Alizée, Medusa y 2 otros les gusta esto. -
En ella solo entran los caminos andados de rodillas
y de ella nadie escapaba sino como un gesto
que cubre las inscripciones antiguas de su rostro.
Su boca es imprecisa cuando la señalas
porque anda por todo su cuerpo
para decirlo a señas con las manos de un alfarero.
Su lengua es la sanguijuela de sí misma;
sorbe de su corazón la sangre que escupe en el muro
para dibujar una ventana y saltar al vacío
de su corazón repleto de ella hasta el borde.
Ella envenena los besos que le lanzan al aire
los dioses suicidas, los dioses condenados a condenarla
a un catasterismo de medio día.
Ella es Europa nadando en las tripas de un buey.
Leda asesina de imbéciles cisnes.
Gorgona que se lava los ojos en su mirada de piedra.
Esfinge que resguarda su acertijo de arena
contra la erosión de los siglos.
Y es mujer porque la quimera del espejo
siempre le dispara al lado equivocado del pecho.
22 de octubre de 2013 -
Un sábado más sin gin-tonic,
ajeno a epilepsias de luces estroboscópicas.
Sin embargo, me doy cuenta
de que no estoy solo, que al declinar las horas
prefiero una cadena de ciertas palabras
a una multitud de cuerpos inciertos.
Sabemos de las pieles que preconizan paraíso
para regalarnos el infierno,
residencias momentáneas para la incineración
de todo vestigio de nosotros
que somos el sitio del que somos expulsados.
Pero digo que prefiero las palabras
porque, dicen, se las lleva el viento,
como a ti y como a mí,
montículos de ceniza viva que se escapa
cuando el tiempo sopla
como un poema de olvido en el viento.
Estoy solo otro viernes que despertó
en sábado sin haber dormido:
mi última palabra la pronuncié mucho antes
de nacer; la primera desaparecerá conmigo
para callarla y que me acompañe
lo que resta de un domingo en la eternidad.
14 de marzo de 2021