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Viendo entradas en la categoría: Poemas y poetas favoritos

  • Pedro Olvera
    En la poesía no hay final feliz.
    Los poetas acaban
    viviendo su locura.
    Y son descuartizados como reses
    (sucedió con Darío).
    O bien los apedrean y terminan
    arrojándose al mar o con cristales
    de cianuro en la boca.
    O muertos de alcoholismo, drogadicción, miseria.
    O lo que es peor: poetas oficiales,
    amargos pobladores de un sarcófago
    llamado Obras completas.



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    José Emilio Pacheco (México, 1939-2014)


    #DíaMundialDeLaPoesía
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  • Pedro Olvera
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    Hace muchos, muchos años,
    en un reino junto al mar,
    conocí a una muchacha
    a quien llamaban Annabel Lee;
    ella existía solo para amarme
    y para ser amada
    tan solo por mí.

    Era una niña y yo apenas un niño
    en un reino junto al mar,
    pero Annabel Lee y yo
    ya nos amábamos
    con un amor más allá del amor
    que hasta los ángeles alados
    anhelaban para sí.

    Por eso fue que, hace tiempo,
    el viento helado de una nube
    enfrió a mi amada Annabel Lee.
    Sus parientes de alta estirpe
    la arrancaron de mis brazos
    para encerrarla en una tumba
    de ese reino junto al mar.

    ¡Sí! Los ángeles envidiosos
    no eran tan felices en el cielo
    y (como todos lo saben,
    en ese reino junto al mar)
    una noche nos enviaron
    el viento helado de una nube
    que mató a mi Annabel Lee.

    Pero nuestro amor era más fuerte
    que el amor de los viejos
    y más sabios que nosotros,
    porque ni los ángeles del alto cielo
    ni los demonios del fondo del mar
    pudieron separar mi alma
    del alma de mi bella Annabel Lee.

    No asciende la luna sin iluminar en mis sueños
    a mi hermosa Annabel Lee,
    ni rutilan las estrellas sin encender los ojos
    de mi hermosa Annabel Lee.
    Y cada noche, en la marea,
    duermo junto a mi amada, mi novia, mi vida,
    en su sepulcro junto al mar,
    sobre su tumba a orillas del estruendoso mar.​


    Texto:

    Allan Poe, E. (1849) Annabel Lee. Versión original recuperada el 07 de octubre de 2009, en: https://en.wikisource.org/wiki/The_Works_of_the_Late_Edgar_Allan_Poe/Volume_2/Annabel_Lee

    Versión libre: Olvera, P. México, 2009.

    Imagen:
    Internet.
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  • Pedro Olvera
    Dicotomía incruenta
    Siempre llega mi mano
    más tarde que otra mano que se mezcla a la mía
    y forman una mano.

    Cuando voy a sentarme
    advierto que mi cuerpo
    se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse
    adonde yo me siento.

    Y en el preciso instante
    de entrar en una casa,
    descubro que ya estaba
    antes de haber llegado.

    Por eso es muy posible que no asista a mi entierro,
    y que mientras me rieguen de lugares comunes,
    ya me encuentre en la tumba,
    vestido de esqueleto,
    bostezando los tópicos y los llantos fingidos.


    Texto:
    Girondo, O. (1996) "Dicotomía incruenta", en Obras. Buenos Aires: Losada, 7ª edición, p. 252.

    Imagen: Dominio público, Wikipedia.

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  • Pedro Olvera
    Uno es el hombre.
    Uno no sabe nada de esas cosas
    que los poetas, los ciegos, las rameras,
    llaman "misterio", temen y lamentan.
    Uno nació desnudo, sucio,
    en la humedad directa,
    y no bebió metáforas de leche,
    y no vivió sino en la tierra
    (la tierra que es la tierra y es el cielo
    como la rosa, rosa pero piedra).

    Uno apenas es una cosa cierta
    que se deja vivir, morir apenas,
    y olvida cada instante, de tal modo
    que cada instante nuevo, lo sorprenda.

    Uno es algo que vive
    algo que busca pero encuentra,
    algo como hombre o como Dios o yerba
    que en el duro saber lo de este mundo
    halla el milagro en actitud primera.

    Fácil el tiempo ya, fácil la muerte,
    fácil y rigurosa y verdadera
    toda intención de amor que nos habita
    y toda soledad que nos perpetra.
    Aquí está todo, aquí. Y el corazón aprende
    —alegría y dolor— toda presencia;
    el corazón constante, equilibrado y bueno,
    se vacía y se llena.

    Uno es el hombre que anda por la tierra
    y descubre la luz y dice: es buena,
    la realiza en los ojos y la entrega
    a la rama del árbol, al río, a la ciudad
    al sueño, a la esperanza y a la espera.

    Uno es ese destino que penetra
    la piel de Dios a veces,
    y se confunde en todo y se dispersa.

    Uno es el agua de la sed que tiene,
    el silencio que calla nuestra lengua,
    el pan, la sal, y la amorosa urgencia
    de aire movido en cada célula.

    Uno es el hombre —lo han llamado hombre—
    que lo ve todo abierto, y calla, y entra.



    Texto:
    Sabines, J. (2003) "Uno es el hombre", en Recuento de poemas, 1950/1993. México: Booket, pp. 17-18.

    Imagen:
    Moreno, L. México, 2018.


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