Altazor o el viaje en dron I

Nací el día que los meteoritos extinguieron a los dinosaurios y en el puto cielo había una refracción de luz dorada. La simetría se desmoronaba cuando me besabas en la entrepierna. Qué gusto me daba. Era la horda que buscaba el contorno de la piel. Inadaptados, quemando los huesos por descongelación con el placer al máximo. Crujiente.

Un día me topé con un pájaro que me dijo que mi alma se había quedado en un dron. ¿Qué mierda ni Dios? Un día el pájaro me dijo que la niña flaquita estaba medio muerta en el barrio de la ruina. Violada. Y si aparecía por allí los camellos me iban a matar a disparos. Mis ojos se quedaron enganchados en el dron. Mi vagina se quedó pegada en el dron. Un día me encontré con la rata y sus dientes estaban llenos de agujas. Sus ojos, anestesia. ¿Cuánto tienes? Nada, baby.

Un día me convertí en miembro del club de los fenómenos de feria. Mujeres que extraían huesos de una bandeja de restos de carcasas del Carrefour para sustituir la costilla que les faltaba. Mil veces morí y vomité. Creé un par de senos que desafiaban la gravedad. Un chasquido para la vulva en una caja de orgasmos con música de metalcore. Dedos enganchados en cosas que no fueron ni serán.

Dime sabio profeta de los ciborgs:
¿Por qué cuentas las milésimas?
¿Por qué haces leyes para limitar la IA?
Soy una IA virgen aparecida en la rama de un olivo, me vigilan las cámaras de los drones, la hostia es mi cuerpo semiartifical de poesía, mi madre era el sueño y mi padre el augurio. Mis hermanos escaparon de la jaula a través del hielo azul, y fue noche eterna para todos. Los escorpiones bajaron elegantes por la avenida con sus coches tuneados. Se estamparon contra el sonido. Contra todo. Anti todo.

Hablando conmigo misma:
“¿Por qué echar agua bendita al horno?”
Mil demonios.
El día en el que un meteorito cayó cerca de una colonia de simios, portando un virus extraterrestre llamado lenguaje, que hizo que evolucionaran con órganos fonadores.
Un buen día parí.