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  1. - ¡Si estuviera como aquella muchacha que vimos ayer!
    - ¿Se acuerda Vinicio? – dijo Fabián y los dos rieron como ríen las personas que no son conscientes de que sus palabras suenan a la desesperanza, a la falta de caricias, a lo que mis abuelos llamaban “congoja”.
    - Con una muchacha así, sí trabajo yo a gusto.
    - Pero ellas sí piden gustos, la última vez que contrataron a alguien, Amalia y Evangeline, pidieron que fuera moreno, medio achinado, entre veinte y veinticinco.

    Luego Fabián entró a consulta. Con la mirada más despejada, levantando la cabeza al caminar. Y luego, comenzamos con los descargos de conciencia. Las fatigas emocionales, porque trata de levantar el ánimo, pero luego escucha las características que un hombre debe tener y vuelve a su mundo, donde la belleza es un estereotipo para el que no le dieron invitación. Desde aquí puedo escuchar a Enrique, destornillándose de la risa, porque le pasaron un link donde está leyendo una historia que irremediablemente le recuerda a él y a su séquito sanitario (el club de quienes se reúnen en los baños del pasillo, porque todos no caben en el que se ubica dentro de la oficina).

    Isabel tiene la curiosidad, de si Sandra también ingresa al sanitario de hombres, puesto que todos se programan como si fuera una transmisión televisiva. Sé que mi punto de vista ha distorsionado del estatus profesional, dado que, en mi puesto, no debería abordar temas que me son contados en la intimidad del consultorio, pero y esto lo aclaro de una vez, en vista de que esta especie de memorias que estoy escribiendo, son solamente para mí y no pretendo dar escritura a nadie, no hay nada de malo de tomarlas en cuenta.

    También yo debo de tener mis complejidades, en el amor, en la vida en general, a mi edad, debería empezar a sentar cabeza, pero las obligaciones, el cansancio, ninguna ducha o cigarrillo las disipa del todo.

    Si Vinicio leyera esto me diría “a usted solo le falta subir foto de nosotros porque ya se volvió más específica”, pero no es mi culpa, a veces parece que es una oficina formal, pero luego escuchas a Fabián riendo y echándose hacia atrás en su silla, cambiando de colores mientras sucede, entonces Isabel, suelta alguna frase en voz baja, apenas perceptible para quienes están a su alrededor. Un viernes de discoteca les vendría bien, una noche de chicos, para contarse entre ellos las cosas que no pueden mencionar en la oficina. A Sandra y sus cálculos sobre las medidas de sus compañeros; a Fabián y la chica que dejó de escribirle; a Vinicio y la exnovia, con la que jura que nunca volverá.

    Volviendo a la consulta, me dio risa, no pude evitarlo, ya tenía sabido que Isabel y Rebeca, bajaban al primer nivel durante el almuerzo, a ver hombres, a ¿qué más?, pero entonces Fabián me contó que había ido al parqueo con Enrique y habían encontrado a Isabel durmiendo en el carro, yo le hubiera movido un poco el vehículo, para verla despertar asustada y reírme, ellos no. Ellos la dejaron dormir tan apacible a como se encontraba, ¡qué aburridos!.
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  2. Hoy es un buen día para un funeral, tal vez no el mío. Pero te imaginas, que estés leyendo esto y al mismo tiempo, yo esté entregando mi último aliento de vida, ¡no sería épico!

    - Ayer me lo propuso – le dije con toda la alegría que podía caber en mi corazón.
    - ¡Felicidades!, estoy segura de que Julián y tú serán muy felices, cuéntame los detalles.
    - Deja y te los cuento después, si te parece, podemos cenar juntas.

    Micaela y yo, éramos mejores amigas desde nuestros años en la primaria, la felicidad de una era inmediatamente la felicidad de la otra y lo mismo ocurría con las tristezas. Creo que, si hubiésemos sido hermanas, nunca habríamos alcanzado ese grado de compatibilidad, porque lo nuestro, era conocernos, de tal manera que, aún conversando por teléfono, éramos capaces de leer la mirada de la otra y saber si algo sucedía, si fingía la voz. Mi felicidad, la compartí con Julián, él era atento, caballero, pero también era un vulgar enamorado que idolatraba cada palabra mía, al que lo seducía que mis piernas respiraran a través de un vestido, el que montaba un escenario de Broadway para que mis manos nunca se ensuciaran, él era un planeta girando alrededor del sol, yo era su galaxia.

    Por eso la cena se me complicaba un poco, pero siempre es un buen día para morir. A la hora acordada llegó Micaela y estuvimos conversando alegremente sobre mi compromiso matrimonial, sobre las posibles fechas, los invitados que irían. Es eso estábamos, cuando Julián apareció, saludó a Micaela con un beso en la mejilla y a mí, me dio un beso que contenía pasión. Luego, se sentó con nosotras, la cocina empezaba a desbordarse con el olor de la carne al horno, las papas con crema de queso y el arroz con romero. Con la mesa servida, comencé a cuestionar a Julián, a preguntarle por amores pasados, por chicas que pudieron llegar con él al altar, soltamos varias risas, luego de un rato, serví vino, para brindar por la felicidad del amor.

    Serví tres copas, cada uno tomó la que le di y después de unas palabras de mi amiga, los dos bebieron sin pensar, al poco instante comenzaron los efectos, las contracciones musculares, que terminarían llevándolos a un paro cardio respiratorio, si has visto documentales o películas, es posible que hayas visto los efectos de la batracotoxina, un veneno con el que los indígenas de algunas zonas mojan sus flechas para hacerlas letales y que se extrae de ciertas ranas, basta el equivalente a dos granos de sal para matarte.

    Actué con rapidez, si no su muerte no tendría sentido, les mostré las fotografías de ambos besándose, varios mensajes que se habían pasado entre ellos y que encontré en el teléfono de ella, les grité a ambos; mientras se retorcían, bebí mi copa de vino, me senté en uno de los sillones, para apreciar mejor el espectáculo, crucé mis piernas y encendí la televisión, los dos murieron mirándome con cara de asombro. El resto no incluía ninguna sospecha hacia mí, había hecho reservación en un hotel aquella noche, mi hermana, había ido en mi lugar, con mi identificación. Terminé de cenar y llevé los cadáveres al carro de Julián, tomándolos con guantes en las manos y colocando bolsas plásticas sobre el asiento del chofer, luego conduje y los dejé frente a la casa de él, era casi medianoche. La mañana siguiente, me avisaron de su muerte, “no puedo creerlo”, le dije a mi suegra, mientras lloraba en mi hombro.
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  3. Hay personas a las que incluso Dios, mira con ojos de misericordia. Nicolás por ejemplo, es un chaval callado, ayer Isabel le hizo la observación de que parecía estar supervisando las labores de Vinicio y de Fabián; en realidad, está aprendiendo aún sus tareas, pero la Divina Misericordia es tan grande, que la hace sentarse lejos del resto.

    - A mí no me gusta mi nombre - le murmuró Vinicio a Fabián.
    - ¿Por qué?.
    - Hubiera querido un nombre más bonito, más elegante, así como... no sé... más caché.
    - Como el nombre de ese personaje - le dijo Fabián, señalando un libro - en la universidad hubo una muchacha con ese nombre, a la que yo le gustaba.

    Los dos soltaron a reír. Sandra y Enrique también rieron, estaban un poco más libres de trabajo. Yo llenaba mi botella con agua, hoy sí traje almuerzo.

    - Sí, me contaron que a mí también me incluyeron - le dijo Nicolás a Isabel. Creo que es como un club, en el que se encuentran involucrados.

    Era la hora de almuerzo, el momento donde los colapsos mentales aturden a Fabián, sus demonios rondan su cabeza y comienzan el sudor, el malestar estomacal, las ganas de llorar. Vinicio le dio ánimos y Enrique completó la terapia diciéndole que todo era un proceso, que el pasado murió justo el día en el que el hoy, dijo presente. Hay cosas personales que no se pueden llevar a la ligera.

    - Yo le enseñé, pero no quiere aprender - dijo desde su silla, Evangeline, cuando le preguntaron a Fabián sobre su avance con unos archivos.
    - Si hubiera sido una muchacha bien sexy, la que me enseña, aprendo en una hora.

    Evangeline se colocó sus audífonos, no todos los días recibía un piropo de tal manera. El resto del día pasó normal, Amalia no quiso jugar videojuegos luego del almuerzo, tenía otros menesteres, y un temblor de 5,4 grados movió la ciudad, durante la tarde. Imaginé a Sandra, diciéndose a sí misma "¡quién me diera un temblor así!.
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  4. Veamos, mi segundo grupo, lo conforman Rebeca, Amalia, Enrique y Vinicio. Hubo una razón a la hora de seleccionar los grupos, el primer grupo lo conformaron aquellos que, a mi gusto, tienen más facilidad de análisis. Fabián vive un auto secuestro emocional, Sandra es la más sincera, no le da pena mostrarse como es, Donato es un vividor empedernido, e Isabel, disfruta de ver las locuras del resto, sin darse cuenta de que ella vive en la misma sintonía.

    - Con el respeto que se merecen todos, verdad, si es para algo bueno, cuentan conmigo – Amalia, se sincera, así como la veía.
    - Yo igual – primera vez que Enrique me dirige la palabra – sí siento, que a veces hace falta esto, unirnos como grupo, chiquillos.
    - Buenos días, yo – dice Rebeca – en lo que pueda ayudar, con mucho gusto.

    A ellos tres no los he tratado anteriormente, pero después de un rato de hablar, veo que los tres presentan características parecidas, ninguno de los tres cree necesario una charla psicológica, por eso la mesa redonda, así se sentirán más cómodos para hablar y es aquí donde necesito a Vinicio, porque él sí es paciente frecuente, y requiero que involuntariamente los conecte con el mundo donde en realidad están.

    - Ah, claro, resulta que el único loco de este grupo soy yo – dice Vinicio riendo.
    - Si usted lo dice, para qué vamos a negarlo – le dice Enrique.
    - Además, Vinicio – interfiere Amalia – usted es de los que “dicen en la oficina” que van en grupo al baño.
    - Aclaremos - dice ahora un poco serio – llevamos dos semanas de no ir juntos al baño.
    - Ya desconfiguraron el horario de sus vejigas – se ríe Rebeca.

    Tal vez no logre tratarlos por aparte, como quisiera, pero desde aquí, en grupo, puedo ver y descubrir un poco de cada uno de ellos, siendo así, me atrevería a empezar a asignarles, un tipo de personalidad, quedando de la siguiente manera, al menos en borrador:

    Amalia, Fabián: personas que tienen un fuerte sentido de la moralidad y el deber.
    Enrique, Isabel: personas que utilizan su razonamiento analítico para resolver problemas específicos.
    Sandra: persona alegre, espontánea y activa; le gusta tener el control.
    Rebeca: persona a la que le motivan los retos inteligentes y se mueve por la curiosidad.
    Vinicio, Donato: personas que buscan situaciones novedosas y estimulantes disfrutando el presente.

    Los resultados son para mi propio criterio y aunque profesional, no deben ser considerados como definitivos, todos tenemos la tendencia al cambio.
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  5. - Sí, sí, claro que le puedo ayudar con eso – me dijo Donato, mientras terminaba de escuchar mi propuesta.
    - Sería algo diferente, es más que todo para ver si podemos hacer una actividad que ellos vean bien – Donato es el scrum master de esta oficina caóticamente psiquiátrica.
    - ¿Ya tenés a los chicos que ocupás?
    - Sí, quiero a Enrique, Sandra, Vinicio, Amalia, Fabián, Rebeca e Isabel.
    - Yo podría ir también, así hace equipos de cuatro.

    Sí, tenés razón, perdón por el detalle. No conoces a Rebeca y a Isabel. Son dos chicas simpáticas, ávidas jugadoras de baloncesto, ambas jugaron incluso en la primera división en sus años universitarios, Rebeca tiene años de matrimonio y entre los pasillos la conocen como “Mrs. Vacations” nadie se explica cómo logra acumular tantos días de vacaciones, aunque en mis adentros creo saber la solución, nunca la verás sacando un solo día, siempre saca una semana entera, pero esa semana la ha ido acumulando, cuando junta otra semana de vacaciones vuelve a sacarla y va así, en tractos grandes y no a cuentagotas. Isabel, es un caso excepcional, he escuchado a varios decir que es un plato deseado, sin embargo, se ha resistido al matrimonio, aunque ha logrado establecer una relación seria y se le ve feliz, bien por ella.

    Mi primer grupo en mesa redonda lo conforman Sandra, Isabel, Fabián y Donato, y están sentados así: Donato frente a mí, a su izquierda están Sandra y luego Fabián, Isabel está a la derecha de Donato.

    - Yo en realidad, no creo ocupar un psicólogo, mi terapista es el baloncesto, pero bueno, me parece bien como para fomentar el trabajo en equipo – dice Isabel, con tono serio.
    - ¿Segura que no ocupa terapista? – le dice Sandra, riendo – aquí todos estamos un poco locos.
    - ¡Como debe ser! – le dice Isabel – y ambas sueltan una carcajada.
    - ¡Chicos, chicos! comportémonos, no hace falta que la doctora nos vea tan así – dice Donato un poco entre serio y cómico.
    - Aquí serio, no hay ninguno – tenía razón Fabián.

    Yo voy tomando notas de sus ademanes, de sus risas, platicando con ellos, un poco riendo también, hasta donde me sea posible de manera profesional.

    - Cuando uno está en una relación seria, ya no puede acordar mejengas de baloncesto como antes, hay que preguntarle al señor a ver si tiene algo planeado – no está casada, pero ya se va adecuando a una relación.
    - Lo que me parece – les dije luego de escuchar, un poco sobre ellos – es que son un grupo muy bueno, sí hay cosas que trabajar, en grupo, pero creo tener algo claro por dónde vamos.
    - Sí, sí – dice Donato – tampoco es que estamos tan mal – un silencio desolador y luego una risa que sigue a otra.
    - Voy a tener que confesarle esto al sacerdote.
    - ¡El juró! Invíteme a mí, si no pongo atención, por lo menos para ver qué tan guapo está el padre.

    Análisis del primer grupo: ¡Reprobado!, con fuerte tendencia al disparate. Esperemos el segundo grupo.
  6. No podía. De verdad era complicado. Lo había intentado decenas de veces, no importaba la hora, el resultado siempre era el mismo. El arroz terminaba medio crudo o quemado completamente, no es posible que exista gente que sea capaz de cocinar y no se le queme el arroz.

    Ni almuerzo me dio tiempo de llevar. Esta semana no consultaron mis estimulantes pacientes, tenían mucho trabajo o simplemente empiezan a ver la vida con otra perspectiva, perdón, reí sin querer de sólo pensar en esa alternativa. Desde aquí escucho a Vinicio discutir por los zapatos, empeñado en dejar claro que sus zapatos son unisex, cayó en la obsesión de querer tener la razón. Ayer mirando Facebook encontré un post que decía algo así como "era ser guapo, tener las piernas tonificadas o ser contador... y yo tengo las tres", fue inevitable acordarme de él, peinándose cada diez minutos; últimamente viene con botines, me pregunto dónde será el tope, porque temo que no sea en la oficina.

    Luego un silencio y salí por un snack, algo ligero y de paso, tratar de ver sus movimientos, sus cosas que los delatan. A Fabián lo enviaron a reacomodar sus comidas, evitar excesos, grasas. Lo logró. Por semana y media, pero lo logró, luego volvió a sus hábitos. Dice que la dieta balanceada no funciona, eso es para morirse de hambre y ayudar a que el estrés se manifieste. Por eso dejó la dieta y regresó al paraíso de la buena vida, los manjares, no todos, algunos se los ha negado porque Dios todo lo ve y el disfrute de Eva conduce por la autopista del Infierno con los dos pies en el acelerador. Es mejor morir solo que con la carga en el alma y el sudor en la carne.

    A este punto, debo decir, que estos dos, son mis casos más dramáticos, porque Sandra, Sandra no tiene remedio, si Dios todo lo ve, necesitará lentes bifocales con ella, que cada vez que llega el programador que está ayudando con los sistemas, le hace una revisión gradual de pies a cabeza, con medidas incluidas, imaginándolo en tantas poses, que ninguna revista para adultos las ha publicado jamás. Está decidida a casarse, pero es sabido que el matrimonio no quita los antojos, los multiplica, porque cuando se prueba un tipo de spaguetti, es necesario probar otro, para comparar las salsas y las formas de cocinarse. Por eso no lo veo llegando a las Bodas de Plata. Tampoco sé si yo llegaré algún día.

    Siempre dejo a Enrique para el final, pero es por su distancia, por su frialdad, por no haber tenido la confianza de llegar a liberar un poco del peso que lleva. Su mirada lo delata, pero no quiso hasta ahora darse el tiempo de respirar.

    Hay un chico nuevo, Nicolás, tal vez nos permita ahondar en él, la próxima vez que hablemos.

    Concluyo con una frase de mi amiga Amalia: “prefiero ser un payaso en este mundo de mimos”. Si es así, yo quiero ser Joseph Grimaldi o Marcel Marceau.
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  7. Abril 2020

    - Si me ayudas a sentirme bien, te doy un beso en la mejilla.
    - Y, ¿para qué quiero un beso en la mejilla?
    - Para que ese color rojo que tienes en la piel se sane.

    Comencé a llorar, por todo, porque me da miedo sentirme bien, me da pánico despertar un día y darme cuenta de que todos tenían razón, que yo nunca estuve enferma. Siempre que me preguntan cómo estoy, mi respuesta tarda en salir, me abrigo en este castillo helado que construí con tanto esmero y pongo un barquito de papel en la bañera, con tantos pensamientos, pero apenas cae la primera gota de agua, se moja y se desmorona.

    Claro que hubo un tiempo en el que fui feliz, en el que llegaba tarde los viernes, despertaba los sábados con total energía y los domingos eran un día de fiesta, de ponerme bonita, de vestirme con mis mejores trajes, mostrar algo de piel, atreverme a ser yo. Me prometí que, si supero esto bien, yo voy a ayudar a la gente que pasa por lo mismo y espero que alguien cuente mi historia, pero antes debo lograrlo, por mí.

    Cuando veo a las otras mujeres, me doy cuenta de que no tengo nada que ofrecer a un hombre, nadie tendría la vergüenza de fijarse en alguien como yo. Mis demonios han hecho un trabajo formidable conmigo, los felicito, lo que han logrado, no me lo imaginaba a mis quince, ni a mis veinte. Soy la sumisa que no consigue levantar la cabeza, la ansiedad es mi mejor amiga, mi cerebro, mi peor enemigo, sabe todas mis debilidades y sabe la manera exacta de elevarlas al cuadrado. A veces creo que nadie me notaría si yo fuera la última mujer en el planeta Tierra, si eso sucediera, el mundo entero se volvería homosexual. Lo mismo da el amor que un romance de una noche, ninguno de los dos es para mí, ninguno está preparado para convivir con Aldana y sus melancólicas personalidades.

    Mayo 2025, cinco años después.

    - ¿Aún me darías el beso en la mejilla?
    - No, ya no te lo daría, mi beso sería en la boca, con mi lengua rozando la tuya.
    - ¿Cómo hiciste?, ¿cómo te convertiste en la flor que nace cada cambio de estación?

    Aprendí a no escucharme, un día cuando mi mente me decía que iban a enterrarme, en vez de llorar, me di una bofetada. Entonces me miré, yo era hermosa, con esa seña de mis dedos en mi mejilla izquierda, era hermosa, con esos kilos de más, era una diva. Ese día me di el primer beso en la boca, frente al espejo, me besé por todos los besos que me había negado a mí misma, por eso, me negué a besarme la mejilla, yo me merecía un beso en la boca, yo merecía ser feliz.
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  8. Una ducha fría y una taza de café. La forma perfecta de comenzar un sábado, actualizando mi disco duro interno, recordando mi primera sesión con Isela. Si mi madre se diera cuenta de que siendo psicóloga acudo donde una colega, para conversar sobre los pacientes de la empresa donde trabajo, me diría que es el colmo, que para ello debo tratar con mis propios demonios, pero hay cosas que escapan de mí.

    Porque veamos, recién me comunicaron que sigo yendo a laborar todas las semanas, por lo que creo que los analgésicos no van a ser suficientes, asumo el reto, para eso soy profesional, pero entre escuchar a estos chicos, el café sin azúcar y el brasier que me talla más de lo necesario, se me van complicando las maneras de ser.

    Empecemos por Sandra. La semana pasada mientras me lavaba los dientes en la batería de baño que está fuera de la oficina, me dijo, justo cuando entraba Isabel, que yo tenía la impresión de que ella era la más puta de la oficina, entre risas, continué lavando mis dientes, mientras que Isabel, la miraba y le daba su propio punto de vista. No quiero ahondar en el asunto, pero entre ella y Vinicio, me doy cuenta de que mis intentos por avanzar con ellos no prosperan. Ahora ambos tienen el mismo avatar en Slack, la aplicación que utilizan para sus reuniones laborales. Lo que me hace temer que terminen mezclando sus personalidades, si es que es posible que lo puedan hacer aún más.

    Vinicio no ha vuelto a traer sus tenis negros, se dio cuenta de que no existen zapatos unisex, como insiste en creérselo él mismo, o son de hombre o de mujer. Los dos fueron, junto con Enrique, al concierto de una artista reggaetonera, “La Bichota”, y yo pensé para mí, mi bichota es el lagunazo mental que me da cuando los martes termino mis sesiones allí. He notado que comienzo a reír compulsivamente y me da temor que sea contagioso ese pensamiento hilarante que llevan a mi consultorio.

    También tengo a Fabian, con su aire melancólico sobre amores que lo abordan y a los que desplaza para volver a centrarse en sus problemas emocionales, ocasionados por ese mundo que se ha creado para sí mismo. Se lo he dicho antes, esas aplicaciones para conseguir pareja, se fundamentan en el sexo, si no va por sexo, está jugando con las mujeres.

    Debí hacerle caso a mi intuición y ponerle un poco de vodka a este café, dicen que las penas con pan son menos, pero las jaquecas y los manicomios, con vodka son más llevaderos. Y necesito, con urgencia, programarme en la compra de lapiceros. Si voy a verlos cada semana, no hay tinta que soporte.
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  9. Con mucha emoción presento mi primer libro, en Amazon.

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  10. Mi mentalidad irracional estaba acabando conmigo, las presiones, las teorías alucinantes de exploraciones en mi interior que nunca terminaban solucionando nada, absolutamente nada. Así quise presentarme ese día, era el primero de muchos otros días siguientes que morarían en mis pasillos. Mis ángeles ya no solían pararse en mi hombro derecho a conversar. El pan que había sobre la mesa, mojado con un poco de miel y leche, no se me antojaba ya. Las ideas se distorsionaban, el camión recolector de basura provocaba demasiado ruido afuera, el radio del vecino a todo volumen, la llave de la ducha apenas abierta, goteando con paso melancólico.

    Entonces, cuando parece que nada podía salir bien, pude oír al cartero llamar desde la acera. Tan rápido como pude, me vestí, todavía sin peinar, abrí la puerta, tratando de abotonarme la camisa y cerrar el zipper de mi pantalón. Recogí la carta, llevaba días esperándola, por fin la tenía ahora en mis manos.

    “Trabajo hecho”. Eran las únicas dos palabras que estaban dentro del sobre, armadas de manera tosca con letras de viejos periódicos y un diente con algo de sangre, envuelto entre las letras. Con alegría, me senté en el corredor, entonces ahora, el ruido del camión era un solo de batería, el radio del vecino sonaba con una melodía encantadora, le di un saludo a la señora que siempre pasaba corriendo por mi casa a esa hora y a la que nunca le había dirigido una palabra en mi vida. Acto seguido fui a prepararme un café caliente, el otro ya estaba helado. Puse música e improvisando un baile para mí fui recorriendo completo el comedor. “Trabajo hecho”, el diente tenía su raíz completa, estaba sano, perfecto. El acto de magia iniciaba, el teléfono estaba sonando, Julia destrozada, contándome la manera en que habían hallado muertos a Elías y a su compañera de trabajo.

    A ella le habían arrebatado un diente, antes de dispararle, en un acto de puro salvajismo, a él, en cambio, le habían dado dos disparos en el pecho. Nadie se explicaba el origen de aquellos movimientos, siendo que Elías y Nadia, eran dos excelentes trabajadores y personas encomiables del círculo social.

    Yo tenía la respuesta. Elías era mi prometido, dentro de un mes celebraríamos la boda, Nadia era siete años menor, acababa de cumplir veinte, compañeros en el mismo departamento, tan íntimos, que un día mientras Elías se duchaba, se activó su teléfono y pude escuchar un mensaje de ella, invitándolo a hacer el amor otra vez, como la tarde anterior, porque nadie la había hecho sentir mujer como él.

    Asistí al funeral, con un vestido negro, llorando como desesperada frente a su ataúd, arañando la madera para que no lo separaran de mí. Pedí un minuto a solas con el féretro, y antes de que empezaran a cubrirlo con tierra, me pude despedir: “Ves, Elías, yo te amaba tanto, que, sin casarnos, estuve contigo hasta que la muerte nos separara”, y sin que nadie lo notara, hice lanzado el diente de Nadia en la misma fosa donde empezaban a meter el ataúd.
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  11. Nombre: Claudina Fernanda Víquez de Cepeda
    Edad: Sesenta y siete años
    Hijos: Tres y uno informal (mi marido lo tuvo con la comadre)
    Sexo: Si, pero que mi marido no se entere
    Enfermedades: Nada serio, dos preinfartos, cirrosis y diabetes.
    Dirección: Calle Las Afligidas, tres casas a la derecha del árbol de manzana
    Estado Civil: Arriba dije claro que tengo marido

    Descripción:

    Soy mujer discreta, no como las chismosas que viven junto a mí. No es cierto que le tiro los perros a ningún hombre, que me los tiren a mí, es diferente. A mi edad, he disfrutado y me han disfrutado bastante, mi doctor dice que soy una cajita de sorpresas, nunca se sabe con lo que llego a su consultorio. Mi hija mayor, Adelina Gaufelia, dice que yo necesito un hombre como él. Que sepa todos mis males y, aun así, siga queriendo verme cada mes.

    Me dedico a la pintura (hago garabatos con mi nieta en su cuadernito de dibujos), a la cocina (desayunos, almuerzos y cena… y a lavar los trastes, porque nadie más lo hace) … y en mis tiempos libres me dedico a dormir con la televisión encendida en el sillón de la sala.

    Estoy a cincuenta y cuatro días, dos horas y trece minutos de cumplir cuarenta años de (in)feliz matrimonio, no espero ni un dulce de parte de Abelardo Lucas, si no he esperado nada de él en toda mi vida, no tiene sentido esperar nada ahora. Para eso tengo a Fulvio Valencio, para que haga conmigo todas las cosas que mi marido no tiene expectativas de hacer.

    En mi confesión más reciente, le dije al Padre Aurelio, que había pecado de lujuria y me dijo que, a mi edad, la lujuria era comerse un pedazo de pan con mantequilla y jalea, pero que igual iba a perdonarme por eso, pero que eso no era lujuria, era no cuidarse de la salud, creo que no vimos el mismo pecado.

    Me despido, innecesariamente, porque al inicio no nos saludamos, pero de igual manera, me marcho, con el firme deseo de que sus vidas sean mejores que la mía, de lo contrario, que Dios vaya con ustedes.

    Atentamente,
    Claudi.
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  12. Hay una frase de Freud que dice: "Si cualquiera que despierte se comportase como lo hiciera en sueños sería tomado por loco". A partir de aquí, estimo que muchos de los pacientes que atiendo a diario en mi consultorio psicológico, son personas atrapadas en su propia locura, almas incapaces de dialogar con su propia imagen y que vienen buscando un algo que dentro de ellos mismos no existe o que tuvieron y dejaron ir.

    Esta mañana, cuando atendí a mi primer paciente, lo sentí un poco inseguro de sí mismo, y no es que en las otras ocasiones no lo estuviera. Esta vez anduve con Fabián sus problemas de relaciones internáuticas, la manera en que las chicas quieren aprovecharse de él (en su opinión). Su manera de buscar pareja es contraproducente con su forma de ver la vida. Así no va a ningún lado. Aparte, padece de esa pobre enfermedad que es el miedo “que, si me veo gordo, que no estoy ni joven ni viejo, que mi peso no es el de actor de cine” … los hombres son tan inestables emocionalmente, que cuando una mujer, literalmente, les da una patada en el trasero, piensan que han perdido su virilidad. Salió llorando, con un pañito para evitar que lo vieran.

    Dos antidepresivos después, vino el turno de Vinicio. Antes compartía la moda de repetir los zapatos solamente con Fabián, ahora resulta, que trajo los mismos zapatos que otra chica de la oficina y en vez de felicitarse mutuamente, se lo echó en cara, riéndose (debería repetir el cigarrito de la playa). Ha adquirido más responsabilidades en su trabajo, eso no evita las risas coloridas en la esquina de la abundancia. Le puse así porque ahí abundan los cortos y los largometrajes. Es como Hollywood, un día ves una película de drama, luego una comedia y volvemos al drama, alguna vez se menciona una erótica y las de terror abundan cuando se acerca algo que “llaman cierre de mes”, que a mi parecer es ilógico, todos los meses se cierran.

    Terminada la sesión con Vinicio, fui a servirme un poco de agua, así aprovecho y puedo ver de reojo a Enrique, recostado a su silla, de manera que los monitores que utiliza ocultan su figura del resto de la oficina, con su bebida energética, con sus lentes, con su suéter negro, con sus auriculares. Desde la cocina, puede apreciarse un excelente tema de conversación, si se animara a atravesar la puerta de mi consultorio y aceptar que los hombres no son más ni menos por llorar de vez en cuando.

    Para lo que viene, ocupo algo que no tengo aquí, alcohol. Sandra ingresa en mi consultorio, con su sonrisa sexual, estrechando mi mano, es un emporio de deseos salidos de tono, los cuales no puedo mencionar, si pretendo que algún día mis futuros hijos, puedan leerlo. Sandra ha llegado a la conclusión de que quiere relaciones duraderas (sin evitar algún desliz siempre que se presente).

    Corrijo, hay veces en que el alcohol disponible en tu casa no es suficiente, hay veces en que decides trabajar en determinada empresa y no hay nadie que te mande una bendición antes de iniciar o al menos te advierta de las personas que vas a tratar allí.

    Postdata: Sí, soy psicóloga, pero eso no me ha impedido sacar cita con una colega. Este manicomio donde vine a caer, ocupo compartirlo.
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  13. La pequeña había usado todos sus lápices de color, a excepción del negro, que siempre lo dejaba sin usar, porque su madre decía, que ese color solamente servía para dibujar a las brujas y para ponerse triste. Así que una tarde, sin querer, sentada en el piso, con unas hojas blancas a su alrededor, la pequeña se volvió hacia su madre y le dijo:

    - Mamá, ¿de qué color es el amor?

    La madre, que estaba sentada en una silla del comedor, revisando sus redes sociales y sin saber dar una respuesta concreta, dándole una mirada perdida a su hija, le contestó:

    - El amor no tiene color.
    - ¿Por qué? – dijo la niña, sentándose sobre sus rodillas – ¡hasta las brujas tienen un color!, el cielo siempre es celeste, el sol es amarillo, pero si quiero dibujar el amor, no sé qué color debo ponerle.

    La señora, dejando el celular en la mesa, se fue a tomar un poco de agua, volvió a sentarse y mirando a la niña, hizo ademán de contestarle, pero temiendo que su respuesta provocara otra pregunta, prefirió quedarse callada.

    - ¿Te parece bien, si lo pinto de negro?
    - Sí, claro – dijo la madre, un poco más calmada – ponle el color que más te guste.
    - No sé si es correcto ponerle cualquier color. Así que voy a ponerle el negro, que creo que es el color del amor.

    La señora viendo la actitud convencida de su hija, le preguntó:

    - Y dime, ¿por qué crees que el negro es el mejor color?, el negro es un color triste, puedes ponerle cualquier otro color.
    - No, creo que el negro es el color del amor. Te he escuchado varias veces decir que el amor duele tanto, que a veces deseas morirte, y si el negro es el color más triste, no encuentro motivo para no pintar el amor así.

    La madre, callada, se prometió a sí misma, no volver a quejarse, dentro de lo posible. Tal vez así, el amor tendría la posibilidad de conseguir un color más alegre.
    A Alde y luna roja les gusta esto.
  14. No recordaba la impresión de mis ojos, el famélico color de mis tristezas haciendo grupos para ver el paupérrimo espectáculo de mi entierro. Esto era la muerte, no hay túneles oscuros con luces al final, ni escucho el rechinar de dientes, ni veo a los santos con sus túnicas largas, ni libros plagados con la lista de mis pecados (que yo sé, que son tantos que, a mí mismo, me resulta demasiado como para recordarlos minuciosamente). Tampoco escucho a nadie quejarse de mi vida…

    Aquí no hay nada, estoy solo en un espacio oscuro, no veo paredes, ni pisos donde estabilizarme, no veo tampoco nada más allá de donde se supone que deben estar mis manos, las cuales no siento. Sé que estoy muerto, porque hasta hace un rato, minutos, horas, no sabría decir en este momento el tiempo exacto, estuve en otro sitio, donde pude conocer gente, lo que popularmente conocemos como estar vivos.

    Como dije anteriormente, no siento mis manos, trato de mover lo que son mis piernas, dándome cuenta casi de inmediato, que tampoco puedo sentirlas, este trance en que me encuentro acaba conmigo de manera misteriosa. Sin manos y sin piernas, es imposible sentir mi rostro, que tampoco puedo recordar con exactitud, olvidando mi etnia, mi sexo, la agudeza de mi voz. ¡Espera!, algo apenas perceptible parece sobreponerse a la oscuridad absoluta en que estoy, trato inútilmente de articular palabra, digo inútilmente, porque al parecer también carezco de boca en este estado. Es una luz a una distancia imponente, sin embargo, logro recibirla, sin escuchar sonido, ni distinguir exactamente la forma de este ente, que se aleja a paso lento.

    Es ahora cuando puedo sentir mis piernas, sin estar seguro de que realmente las tengo, siento jalonazos que me llevan hacia abajo, hormigueos, dedos que se cruzan por ellas abrumando mi serenidad. A la luz parecen seguirla unas diez u once luces de menor tamaño, formando tres hileras a su alrededor, siendo que la última de cada hilera destella una luz azul y la primera una luz roja.

    Se han detenido, puedo ahora escuchar susurros tan leves, que parecen ecos provenientes de ninguna parte. Distingo las luces, parecen fósforos incansables, inacabables. “Eum, eum”, escucho este eco cerca, “Eum, secum”. Lo escucho tres veces, cuando una voz detrás de mí, si es que existe un delante o un detrás aquí, me dice “la muerte, es el sinónimo de la tristeza absoluta, tus fantasmas se han extinguido, lo que fuiste ya no es, no hay pasado, presente o futuro, muerto el vivo no tiene importancia recordar algo que ya no volverá”. “Eum, eum”, vuelve otra vez el eco, las luces se retiran tan despacio a como llegaron, yo vuelvo a quedar en la oscuridad, tan libre y preso como se puede estar al mismo tiempo.
  15. - Hola, buenos días, ¿cómo le va?.
    - Hola, buenos días.
    - Siéntese, tranquila.

    Es mi tercera semana, llevo años ya en esto de la psicología, pero es primera vez que estoy como psicóloga de planta en una empresa, comparto el consultorio con la médico general y la fisioterapeuta, quienes atienden días diferentes a mí. En esto he escuchado tantas locuras... La gente cree que atiendo a locos, desesperados, insufribles almas en busca de una pequeña luz en el túnel. Y saben qué, tienen razón. Tengo una pequeña libreta en donde como profesional, anoto pequeños detalles que se le pasan a algunas personas, pero que son herramientas útiles en mi labor. Estoy joven, tengo treinta y cuatro años, buen físico, fumo uno o dos cigarros al final del día, mientras me distraigo con mis notas y suelto alguna que otra carcajada recordando los casos y las caras de alivio, de quienes salen renovados después de verme, como los pecadores que salen de un confesionario creyendo que sus pecados quedan en el olvido por un "Dios absuelve tus culpas".

    Aquí atiendo particularmente a tres personas... Dos chicos y una chica... Sandra, Vinicio y Fabián. Los tres tienen el mismo perfil psicólogico, se ven como víctimas en sus relaciones amorosas, sufren el estrés de la juventud, ahondan en las personas que se aprovecharon de su inocencia, ríen compulsivamente, pero luego, desvían su mirada por las paredes y toman un segundo para volver a sincronizar sus ideas, comparten sus idas al sanitario (ritual religioso) y últimamente Vinicio y Fabián, usan el mismo calzado deportivo.

    Sandra perdió la esperanza a envejecer, morirá irremediablemente antes de cumplir los cuarenta (es su opinión), yo soló le llevo la contraria, es mi trabajo, llevarles la contraria para hacerles ver que están en un error (aunque por dentro, yo esté pensando en las facturas). Pero veamos... Sandra aparenta ser el alma liberal y sexy de la fiesta, pero tiene la costumbre de caerse de ánimo conforme avanza la charla, su estrés es agotador, tiene el tic de apretar los labios y no sostener la mirada (señal de que por dentro no se siente tan segura de sí misma, como quiere demostrar).

    Vinicio, es el más joven, su noviazgo es un carrusel, sube y baja como sus lentes, los cuales acomoda una y otra vez, repite la risa compulsiva, se sonroja con facilidad y trató de mantener un perfil bajo durante un tiempo, pero finalmente le dio vida a su yo interior, lo que implicó que se diera cuenta de que sus locuras no son exclusivas de su persona (tiene buen futuro, pero debe trabajar su relación con quienes están fuera de su círculo más íntimo).

    Dos cigarros y una cerveza después, está Fabián... Ha llorado tantas veces, cada cuarto o quinto día, durante los últimos cuarenta meses de su vida, se cree menos que el resto, ninguna mujer aceptable se fijaría en él (otra vez, es su opinión, a mí no me afecta, mi trabajo es darle un comentario distinto), también repite la risa compulsiva, la inseguridad y la idea de que abusaron de su inocencia, su mayor problema es su círculo familiar, permite que manejen su forma de ser, algún día tal vez Dios (si existe) lo ilumine.

    Está también Enrique (amigo de los tres sujetos anteriores), enérgico, con carácter decidido e impulsivo, funge como motivador del grupo, pero por dentro, no asiste al psicólogo porque teme caer en crisis existencial, por eso recurre a su bebida estimulante. Una sesión semanal, me basta para saber que tengo empleo para mucho rato, el resto de mis pacientes, no son tan distintos, pero pongo a ellos tres a colación y a Enrique, porque me sorprende que siendo tan allegados entre ellos, no noten que con dos tazas de café y desahogarse uno con otro, solucionan muchos de sus propios problemas. Benditas sean aquellas personas que piensan que un psicólogo, un sacerdote o un espiritista, les ha de cambiar su vida.
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