1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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Recopilación de textos acerca de la invención de la baba con azúcar que no oculta el fuerte olor a gasolina de los deshuesaderos.
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  1. Mis huesos me sostienen y me prodigan ánimo. Imagino que con uno de mis húmeros podría tallar una magnifica flauta; si mi fémur izquierdo se fracturara obtendría un par de vigorosas mazas para percutir la tambora a media plaza.

    Sin embargo, esta es una de esas noches en que mi esqueleto pareciera haberse exiliado de mi persona para dejar algo así como un odre vacío y sin posibilidad de música. De buen talante me echaría al piso para que el perro chapoteara sobre mí.

    Fue una jornada larga y simplemente podría anotar que estoy cansado, que no tengo nada para escribir, o, mejor todavía, no escribir en absoluto; pero eso jamás. Si lo que hago fuera un fiel reflejo de lo que siento, dejaría de ser humano para convertirme de verdad en lombriz.

    Por eso aún elijo sonreír por si alguna vez la luna me devuelve la sonrisa, o por si te vuelvo a encontrar a la vuelta de la esquina.



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  2. Nos vimos en el mercado.
    Cubrebocas de por medio, sé que no sonreías.
    Yo tampoco.
    Pero sentí el llamado.
    Supiste que se me escaldaron la manos, Lidia,
    por irte a abrazar.
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  3. 29066663_164113894309405_8359848310575464448_o_164113887642739.jpg

    Existe un beso que sobrevive
    a la caducidad de las bocas.
    Los ojos renuncian
    a la fingida claridad de las formas
    para abrirse en el resplandor de un adentro
    que se agolpa en el temblor de los labios
    y se proyecta en un silencio solo
    preñado de ausencia de mundo.
    Las palabras segadas se elevan
    hasta realizar en un giro
    la conjunción de las bocas:
    en ese centro imantado de resina,
    en ese ámbar lúcido de equinoccios,
    en ese puro ser de saliva,
    la inmortalidad toca los pétalos
    que se cierran sobre la huella
    que el beso profundo bordó en el tejido
    del tiempo.

    10 de marzo de 2018

    Texto: Olvera, P. México, 2018.

    Imagen: Moreno, L. México, 2018.
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  4. 138841644_248538173296477_1698219175913065815_o.jpg

    Hace muchos, muchos años,
    en un reino junto al mar,
    conocí a una muchacha
    a quien llamaban Annabel Lee;
    ella existía solo para amarme
    y para ser amada
    tan solo por mí.

    Era una niña y yo apenas un niño
    en un reino junto al mar,
    pero Annabel Lee y yo
    ya nos amábamos
    con un amor más allá del amor
    que hasta los ángeles alados
    anhelaban para sí.

    Por eso fue que, hace tiempo,
    el viento helado de una nube
    enfrió a mi amada Annabel Lee.
    Sus parientes de alta estirpe
    la arrancaron de mis brazos
    para encerrarla en una tumba
    de ese reino junto al mar.

    ¡Sí! Los ángeles envidiosos
    no eran tan felices en el cielo
    y (como todos lo saben,
    en ese reino junto al mar)
    una noche nos enviaron
    el viento helado de una nube
    que mató a mi Annabel Lee.

    Pero nuestro amor era más fuerte
    que el amor de los viejos
    y más sabios que nosotros,
    porque ni los ángeles del alto cielo
    ni los demonios del fondo del mar
    pudieron separar mi alma
    del alma de mi bella Annabel Lee.

    No asciende la luna sin iluminar en mis sueños
    a mi hermosa Annabel Lee,
    ni rutilan las estrellas sin encender los ojos
    de mi hermosa Annabel Lee.
    Y cada noche, en la marea,
    duermo junto a mi amada, mi novia, mi vida,
    en su sepulcro junto al mar,
    sobre su tumba a orillas del estruendoso mar.​


    Texto:

    Allan Poe, E. (1849) Annabel Lee. Versión original recuperada el 07 de octubre de 2009, en: https://en.wikisource.org/wiki/The_Works_of_the_Late_Edgar_Allan_Poe/Volume_2/Annabel_Lee

    Versión libre: Olvera, P. México, 2009.

    Imagen:
    Internet.
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  5. De cuando estuve lo / co aún conservo el carnet de maja / ra en la cartera, / un plano detalla / do del infierno, / un cielo con pira / tas y goteras, / un prontuario en la / comisaría, / un frasco con pasti / llas de colores, / la carta con la que / te despedías, / remedios varios con / tra el mal de amores.

    Ahora voy rumbo al sur a sentar plaza / desdeñando otros puntos cardinales / y el sol encarcelado en la terraza. / Voy / rumbo al sur buscando tus / besos espirales. / Atrás dejo kilómetros de afueras, / aire por respirar, luces en rojo. / Hacia donde señalan tus pezones / voy a toda pastilla / dando gas a la moto.

    De cuando estuve lo / co aún conservo / un par de gramos de / delirio en rama, / por si atacan con / su razón los cuerdos / y un viento fuerza seis / de tramontana; / el vicio de escribir / por las paredes / pareados de amor / y la manía / de buscarte entre to / das las mujeres / que en horas bajas me ha / cen compañía.

    Cuando rozo tus pétalos, nenúfar / que sobrevive en aguas estancadas / saltan chispas, los cables se me cruzan, / se me sube el mercurio / y me salta la alarma. / Mono de ti que me obliga a llevarte / en sobres rojos, liofilizada, / para tomarte cuando me apeteces / a sorbos cortos donde / duele la madrugada.

    Te escribo desde un á / rea de servicio / donde sólo me ofre / cen gasolina. / Puedes llamarme a co / bro revertido / desde la caraco / la de la esquina...


    Texto:
    Muñoz, T. (2002) "De cuando estuve loco", en 30 de febrero. España: Visor, 64 pp.

    Imagen: Página de Facebook del autor.

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  6. Dicotomía incruenta
    Siempre llega mi mano
    más tarde que otra mano que se mezcla a la mía
    y forman una mano.

    Cuando voy a sentarme
    advierto que mi cuerpo
    se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse
    adonde yo me siento.

    Y en el preciso instante
    de entrar en una casa,
    descubro que ya estaba
    antes de haber llegado.

    Por eso es muy posible que no asista a mi entierro,
    y que mientras me rieguen de lugares comunes,
    ya me encuentre en la tumba,
    vestido de esqueleto,
    bostezando los tópicos y los llantos fingidos.


    Texto:
    Girondo, O. (1996) "Dicotomía incruenta", en Obras. Buenos Aires: Losada, 7ª edición, p. 252.

    Imagen: Dominio público, Wikipedia.

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  7. Debí rescribir tu cuerpo en mis manos primero,
    no mentirle al papel con sutilezas nimbadas,
    porque le saqué el dobladillo a tu blusa
    y no te crecieron alas;
    para llamarte Ángel de la Soledad, Adriana,
    debí circundar el peso exacto de tu vuelo
    con caricias de eslabón, sangre de libélula.

    Busqué tu estatura en el cielo
    y el cielo es siempre ausencia.
    Es mejor la gloria ras de ojos
    con la mano desoidora del tiempo
    y decidora de milagros.

    Debí recortarte de la eternidad que te restringe,
    con la boca constatar tus bordes,
    ser extensión de ti
    con una palabra menos,
    silencio transgresor de términos absolutos,
    verso que esculpe de lo tangible lo etéreo.

    Debí.

    10 de julio de 2014

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  8. Uno es el hombre.
    Uno no sabe nada de esas cosas
    que los poetas, los ciegos, las rameras,
    llaman "misterio", temen y lamentan.
    Uno nació desnudo, sucio,
    en la humedad directa,
    y no bebió metáforas de leche,
    y no vivió sino en la tierra
    (la tierra que es la tierra y es el cielo
    como la rosa, rosa pero piedra).

    Uno apenas es una cosa cierta
    que se deja vivir, morir apenas,
    y olvida cada instante, de tal modo
    que cada instante nuevo, lo sorprenda.

    Uno es algo que vive
    algo que busca pero encuentra,
    algo como hombre o como Dios o yerba
    que en el duro saber lo de este mundo
    halla el milagro en actitud primera.

    Fácil el tiempo ya, fácil la muerte,
    fácil y rigurosa y verdadera
    toda intención de amor que nos habita
    y toda soledad que nos perpetra.
    Aquí está todo, aquí. Y el corazón aprende
    —alegría y dolor— toda presencia;
    el corazón constante, equilibrado y bueno,
    se vacía y se llena.

    Uno es el hombre que anda por la tierra
    y descubre la luz y dice: es buena,
    la realiza en los ojos y la entrega
    a la rama del árbol, al río, a la ciudad
    al sueño, a la esperanza y a la espera.

    Uno es ese destino que penetra
    la piel de Dios a veces,
    y se confunde en todo y se dispersa.

    Uno es el agua de la sed que tiene,
    el silencio que calla nuestra lengua,
    el pan, la sal, y la amorosa urgencia
    de aire movido en cada célula.

    Uno es el hombre —lo han llamado hombre—
    que lo ve todo abierto, y calla, y entra.



    Texto:
    Sabines, J. (2003) "Uno es el hombre", en Recuento de poemas, 1950/1993. México: Booket, pp. 17-18.

    Imagen:
    Moreno, L. México, 2018.


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  9. Lo digo por tu estrella
    señalada en el punto de tu retorno,
    por tu voz en todas sus islas,
    por el silencio que te ensancha la boca
    y te afirma en mi palabra
    como el destino pluvial de las piedras
    en el terreno imparcial de las nubes.

    Lo digo en la noche
    que recorre tu mirada hasta encontrarte en ojos
    y tocarte en sombras
    que traducen al lenguaje del vuelo
    el color de tus espigas.

    Lo digo con las olas que te orillaron a tu cuerpo
    en un último intento de amanecer y caracola.

    Lo digo por la mujer
    que te encontró temprano
    en la niña que nadie pudo borrar de tu sonrisa.

    Lo digo desde tu paso
    que te deja atrás del viento
    con la ventaja de vaho que le llevas a tu huella.

    Lo digo con esta metáfora
    que no alcanza a nublar tu pelo
    que llueve cielo escampado
    que es agua despeinada entre mis dedos.

    Tan recio lo callo,
    que lo digo
    con la raíz de paraíso de tu nombre lejano
    donde te asumo en tu sangre y en tus ecos,
    y te amo desde tus médulas
    porque no te sé como frontera
    de tu piel
    ni de tu ausencia.

    13 de diciembre de 2012
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  10. Se me cayó la boca.
    Desde la última cornisa de un nombre extraviado,
    desde la planta más alta de una ausencia de labios,
    se me cayó la boca.

    Boca que limpiaba cristales
    en los balcones de un nombre sin ventanas,
    pero se me cayó de la voz
    y ya no quise levantarla.

    Se me cayó la boca de la boca
    y la besó el diablo
    y se consumió en la tierra
    y de entre los huesos rotos de mi sombra y grieta
    brotó un árbol nuevo de bocas ilesas,
    de bocas sin verbo.

    Se me cayó la boca
    desde un casi grito
    y arrastró consigo
    los rastros de un rostro,
    la cara de un gesto.

    Descarado y desbocado,
    ahora nombro a señas lo que no recuerdo,
    lo que me ha olvidado.

    Se me cayó la boca:
    ya no salen besos ni pueden entrar las moscas.
    Se hizo el silencio
    porque se me cayó la boca
    y se me calló la boca.

    9 de junio de 2013
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  11. Cuando quiero cantar tu nombre
    en la lengua
    se me enredan las luciérnagas.
    Por eso te nombro con las piedras,
    que duran más que las flores,
    que duran más que mi boca.

    Mi oficio de nombrador te delata
    detrás de la cortina de las palabras:
    bien sabes que cuando digo orilla
    o cuando digo oleaje
    te estoy nombrando al mar
    y el mar se llama Lidia.

    31 de diciembre de 2014

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  12. Míos fueron los labios,
    pero la risa fue prestada.
    Hay una oquedad de muecas
    que en el intento de realizar mi rostro
    dice Hola y suena a nada.

    ¿Qué ajenjo es este que balbuce mi palabra
    y se pretende salvar de mi amargura?
    ¿Quién está de pie en mi reflejo sobre el agua?
    ¿Seré yo esta cápsula que le niega a sus savias
    la potestad del árbol derramado al viento,
    la libertad del arroyo
    que sueña con subir a la montaña?

    Soy el camino de vuelta a la primera piedra de mis ojos,
    a la fundación de mi sombra aparte,
    al llanto de nadie que se hizo médula del aire
    y aprendió a no irse con los pájaros
    que se levantaron de una mirada.

    No quiero despertar en la jaula
    a repetir el mismo círculo de mi canto,
    a bailar conmigo —desconocido que soy para mi máscara—
    la danza de la inmovilidad
    bajo esta noche de claridad tan despiadada.


    23 de julio de 2012
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  13. Agua amurallada que no corrige su oleaje.
    Espectáculo sideral de tus pies.
    La hiedra de la danza asciende de tus tobillos,
    despliega su fondo tectónico enmarcado de luciérnagas.
    Por la rambla o el tablado,
    el horizonte se calza al murmullo de tus pasos.
    Follaje de muselina, vapor de tu desnudez:
    suenas a tu cuerpo porque te vistes de música.
    El baile es un pájaro
    vertido a la vibración que lo describe:
    arcos de pavesa entrelazados,
    espiral que absorbe el magnetismo de su borde
    e irradia su hidrófugo centro de amatista.
    Tras el último giro que se come al mundo
    desapareces tú.
    Solo queda el movimiento que hiende la noche
    y engendra la luz.

    7 de septiembre de 2014


    Texto: Pedro Olvera.
    Imagen: Edgar Degas, Bailarina posando para un fotógrafo, 1878.

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  14. Voy por las voces buscando mi báculo de ciego.
    Entre todas ellas solo reconocería una: la de mi hermano.
    No la mía, porque siempre he sido un extranjero
    en su dominio de rosa de cal y campanarios enfermos.

    No tengo hermano, pero lo busco en la cicatriz de mi costado
    y detrás del muro de mi mirada.

    Los hijos de mi madre, la temerosa del mar,
    son todos uno porque solo supo parir un río de cinco orillas
    como puntas de una estrella interminable.
    Yo busco un hermano que se diga hijo de su pensamiento
    y hermano de todo el mundo.

    Busco una hermana que reconozca su corazón de árbol
    entre los círculos de ceniza
    y haga retoñar su sangre hasta realizar el cosmos.

    Cuando nos hallemos no extrañaré mi oficio
    de guiador de estatuas,
    despejaré mi frente de su signo aciago
    y escarbaré en tus manos hasta encontrar la fuente del color
    que hace mucho nos ocultaron.

    11 de noviembre de 2014

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