El blog de José Luis Galarza

Los rostros se escondieron, y los diálogos
fueron escritos, y las miradas fracturadas
por un muro levantado en la confianza.
Un muro portátil llevado como crucifijo,
como ajo, como cuchillo de plata,
contra el peligro de mirar la realidad.

La identidad es
un rompecabezas
con piezas que no encajan.
Una lectura atomizada y...
el descubrimiento.

Palpitante cruje el tiempo presente y
no hay más el color y la forma conocida,
sólo puedo poner los ojos en lo nuevo
y penetrarlo con afán real de descubrir.
Puedo mirar de verdad y recorrer
tu infinitud con el asombro olvidado.

Toma el violín.
Con el deseo intacto de descargar energía.
Búscate un cable a tierra en la madera,
aprende nuevas lenguas
recostado sobre el traductor.

Quisiste que entendieran
y las palabras no bastaron para comunicar
los sentimientos, la música,
la queja de especies subterráneas
depuestas en un aullido crónico.

La percepción te hace vulnerable.
Como yo, no puedes ser indiferente.
La percepción nos hace vulnerables,
el blanco de los guardianes.

Toma el violín.
Tocarlo es morderlo
con un lenguaje esperanzador
para el planeta.

Quiero que podamos escuchar
Que actuemos después del torbellino
durante el silencio nostálgico de la pausa.
Decidir, entonces, qué hacemos con el silencio.
Recogerlo de pasas de la mirada envejecida.
Hacerlo vibrar nuevamente en el violín.

Seguramente…

Estoy seguro
todavía puedo
pedir a la tierra,
pedir con honra
la salud que falta.

Tus besos
con sabor a tierra
y el perfume a lluvia
en el pueblo.

Y el secreto embrujo
del brote imprevisto
en mi hogar.

Estoy seguro
todavía puedo.

Fue tan larga la espera
en los durmientes quedos de niñez.
El tren sordo se anuncia en la frontera,
exhibe su embriaguez.
Puente viejo encendido del camino.
Recogimos las flores del destino
en los rieles de nuestra fantasía.
Con aquel sol ardía
la niñez con su néctar ambarino.

Hay momentos, circunstancias,
donde el espacio conmueve,
sobre la piel de relieve
vemos morir las distancias
sintiendo el cuerpo leve.

Que esto pase y sobrelleve
-todo lo que el cuerpo aguante-,
la tempestad del amante
que el milagro nos subleve
de sentir apasionante.

Que siempre anduve errante
ahora aquí entelerido
en el sitio donde anido
donde agudizo el semblante
hoy recojo lo perdido.

Voy por todo lo querido
a temblar de frenesí
porque la frialdad en sí
ha dejado solo olvido
de todo lo que perdí.

¡No quiero lo baladí
de no ser... mientras se pueda
del derrame lo me queda!
¡La memoria que encendí
de cuerpo que nunca ceda!

Girón del viento, removiendo silencios.
Fricción de la madera.
Iniciática chispa en el viento,
en un arrebato de su lenguaje
siento la dolorosa fracción de intemperie.

Un rostro nuevo toma forma en el aire,
acunado en el amanecer se hace nido,
hueco de sombras.

Redoble de la madera,
el campo prolonga su belleza.
Los pájaros hacen nidos en la garganta.
El jugo fue depositado en los labios,
su perfume fue residencia.

Confundida en el asfalto
la vida le da sus golpes,
y recuerda el paragolpes
un adiós y el sobresalto.
Sigue con la vista en alto,
el ritmo desacelera.
¿La vida fue una quimera,
arrebato impersonal
o accidente ocasional
donde fluye lo que era?

Desenlace

te corona ese golpe
señal del tiempo furtivo
apenas una ilusión
el hilo de tu madeja
me traiciona
eres una cadena

en efecto

me dedico
sólo a la iniciativa
a los despertares
a la amnesia de la sombría parca
que poda las horas
reescribo tantas veces
un verso
para evitarte

porque

eres fatal
desgraciado
desapegado
me sacas de tu mundo
de un escobazo.

Trémulo se acurruca
este destino como vendaval,
es el vigía de las corazonadas,
tamborilea cerca de los ríos,
donde sombras del monte,
junto a mi propia sombra,
aguardan, inquietantes, renacer.

Negrura tan blanca
como este amanecer
tan caos
mi sosiego
el impacto furtivo
de la posibilidad.

Maduro y dulce
más allá de un órgano
más allá de la vista
el presente
siempre potencial
el presente.

Cojo y tuerto caribeño
el corsario más temible
en las playas es risible
aunque frunza mucho el ceño.
Gigante un poco pequeño
solemos ser con frecuencia,
pata de palo en urgencia
en la enorme ave rapaz,
si flaquea nuestra paz
queda coja la existencia.

Caminante del Mayab de Fernando Castro Pacheco

En camino empinado
siempre carga su vívida pregunta,
con sutiles arados,
con el miedo que unta
sobre el mutismo atroz con que despunta.

Es pródigo en su tierra
con querellas de toda travesía.
Las caricias entierra:
lechos de alevosía.
¡Pleno y febril el forastero ardía!

El asombro que aflora con el sol
y destellos de hogar, de la mañana,
compañía de la tierra lozana
que duerme bajo manto de aguasol*.

Vestidos por matices de arrebol
con el ardor la piel tersa desgrana,
las tierras que el color vital rebana
y dispersa tiñendo el girasol.

Por nuestra ensoñación el renacer
de la vida en los brotes y el cortejo
ostenta el pasional reverdecer

con este sembradío circunflejo*,
la simiente parece estremecer.
Impregnado, suspiro... y embermejo.


Aguasol: Caña del rastrojo de un maizal que, seca, se usa como pastura.
Circunflejo: que está doblado en arco, curvado.