La Desbandada

A la lid en campos bermejos va el muy renombrado caballero de la luna. Galopando en negro corcel y con espada plateada en mano. Los batallones de los moros se apiñan para que las falanges de los castellanos no abran brecha en el camino que va a dar al mudéjar castillo de las apariciones. Pero la fuerza divina - que con el héroe santo pende de su celestial testa - proporciona la bestial ira para espantar a todos los infieles. Estos se desorganizan; y caen a cientos bajo el blasón bautizado con la imagen de un severo dragón encarnado. ¡Pronto! ¡pronto! ya está la prometida del rey clamando por venganza. Su padre, cristiano resoluto, cayó ensangrentado en la alcoba a manos del astuto paladín mahometano. Y ahora es hora de saldar grandes cuentas con esa ralea que, acobardada, cae bajo su propio peso en el foso mugriento de su muy vil terquedad.

 

homo-adictus, las batallas antiquísimas entre moros y cristianos es un lema eterno que perdurará en la memoria colectiva de los españoles. Con cuanta bravura debieron luchar aquellos hombres aguerridos contra la perversa y constante asechanza infame que los moros intentaban, en un fuego fatuo de orgullo, por doblegar el espíritu visigodo que prendía en los ojos vivaces de tales talentosos caballeros. En mi relato me congratulo por narrar aquellas gestas en que un héroe - salido de la vaporosa nube sacro santa- blandía el instrumento genuino de mortandad. Guiando a sus tropas intrépidas por salvar a alguna mujer de rancio abolengo y dulce casta de los martirios y asesinos golpes que los seguidores ciegos de Mahoma habrían dado a su progenitor: creyente en Dios Altísimo para difuminarse con Él, mientras la victoria galopante caía en suerte de los heraldos de silueteado dragón imperial y dador de magna hombría. Atentamente Edouard.