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Dónde

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Leonardo Vinci, 25 de Mayo de 2013. Respuestas: 1 | Visitas: 417

  1. Leonardo Vinci

    Leonardo Vinci Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    23 de Mayo de 2013
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    Ni aun la eternidad pretendida con su frente luminosa de madre absoluta, desnuda y pariendo desde siglos, recostada sobre aquella línea tajante del mar a la que nunca podré tocar con dedos celestes; ni aun en ese extraordinario intervalo del pestañear de su hijo crecido y antiguo, que de lejos engasta con esfuerzo insólito la absorta mirada pétrea entre sus piernas de oro; es que ni aún una sombra acaso, fortuita o como tembloroso eco de los interrogantes de su descendiente, pueda caminar con forma de silueta hacia a mí, desde ese rostro blanco como por un túnel semejante a una trompa infinita, y sin importar de dónde venga.


    Dónde está, me pregunto, ni siquiera en ese horizonte repleto de presuntos arrebatos tocándose y besándose en la misma cintura del mundo. Hacia el cielo asciende en remolinos un fluido que resulta de la mezcla de gritos y juegos y palabras que se hacen trizas en el aire. Y las mías, digo, las palabras, deben de estar en algún lado, no sé, debieran ellas sobrevivir, sin ser condición adversa el que tenga mi boca cerrada o mi mente plana; es como si fueran ellas todas juntas la perspectiva negra que proyecta la luz al atravesar un cuerpo que me ocupa pero que no me pertenece, desconocido, autoritario, y hasta blasfemo. Podría haberlo perdido para siempre, dándome cuenta recién ahora que existe un lugar para los desencuentros, y sin embargo estar vivo todavía, o creer ingenuamente que así sucede. No encontrarlo nunca más, tal vez. Que en alguno de esos puntos accidentales en los que nos hemos cruzado, haya él decidido abandonarme, en el último de ellos haya dejado ese lugar breve y compartido sin querer, como el de una cama en la que dormimos juntos y por la mañana es una calamidad de soledades; sabor del extrañar del que no tengo con exactitud un solo recuerdo. Ya sé de lo infrecuente, pero es que no puedo hacerme la idea ni empobrecida de que haya estado aquí. Dudo tanto que sea parte de mí o haya sido, o yo de él; es tan difícil comprender o imaginar que podríamos estar viajando a ambos lados de una línea de tiempo tan imprecisa como un trazo de carbón bajo la lluvia; parece tan absurdo que haya existido una ocasión, inverosímil realidad; tratar en vano de recordar si nos hemos dado la mano alguna vez, o si somos el mismo por casualidad o error; o si hemos compartido el sueño, y por lo tanto es el estrecho bisel de los espejos el que nos ha cruzado como dos extraños en una escalera, o atravesando las puertas apremiantes de un subterráneo. Es este zigzag, o juego de ilusiones como lentejuelas en una cámara oscura que implícitamente se eluden para ganar. En qué radica la diferencia entre el que escribe y el que suscribe, quizás en una suerte de papiroflexia, soltada por las manos de un niño del cosmos, en sus diversas formas y caprichos encantados de azar. De qué serviría en realidad que el otro venga, si al irse no puedo recordar. Y no es que lo esté negando, tengo pruebas que confirmarían lo contrario; pero es justamente ese otro de decisiones propias el que me hace confundir. Quizás hoy haya comenzado la espera y yo no lo sé, pero quién puede afirmar que no sea para toda la vida o lo que quede de ella; la espera es así, lo encuentra a uno haciéndole ver que sus ojos vuelan por encima de las cosas; esa es la espera, atravesar con los ojos todo vertiginosamente, no es paciencia. Está dentro de las únicas certezas, que si en un hecho fortuito él aparece aunque yo no lo vea, algo inusitado sucede, lo siento, y las huellas son eso entonces que queda después a la vista de los demás y flotando en una suerte de amnesia o hipnotismo míos; son como pistas borrosas para un detective recién llegado a la escena del crimen. Y hablando de crimen, me pregunto si acaso no seré yo que lo mato siempre con esa pueril idea de asesino principiante; o lo mato con toda intención por no soportarlo, porque me asfixia por otro lado esa manera suya de no dejarme en paz. Me vine al mar, fue como si se lo dijera y posiblemente lo sepa, él se quedó allá, o acá, envuelto en páginas y despojos amarillos; quiero decir, se quedó del otro lado; cuál lado le pregunto a nadie mientras bajo los ojos hasta la arena, éste lado, aquel, qué sé yo; dormidos uno u otro en las entrañas de algún sueño con forma de ruinas. Difícilmente me satisfagan las cosas cuando soy éste, si tengo que bañarme quiero toda el agua del mundo; y si tengo hambre, nunca es suficiente la comida, devoro las formas de la intranquilidad con ánimo parásito; y los pensamientos son cuerpos que refractan los colores, como los rostros que veo ahora yendo y viniendo como si la vida se agotara sin más bajo este sol. Pero él, si llega, y pensándolo bien resulta muy curioso, ni siquiera siente necesidad de comer, cambia el agua por sorbos de vino, y el volumen de todo lo depositado sobre la superficie terrestre pierde el valor que tenía; pero es entonces como dije que también empiezo a odiarlo, porque ve cosas que yo no a cambio de usar mis ojos deliberadamente; y su convicción es tan fuerte que me arranca en succiones de cualquier tubo de ensayo en el que yo haya sido una probabilidad en miles sobre la curva del planeta ; él es como dormir, un ámbito del que aunque yo quiera salir dependeré del vaivén de lo etéreo y sus antojos, de sus palabras que se rompen como diapasones y castigan al cuerpo con notas emancipadas de pautas y estilográficas; y siempre es suya la decisión, quiero decir que no puedo ir a su encuentro; y me deja errante, debajo de este sol en mi básico significado de lagartija mortal, y de la arena que se pega en los pies, rodeado de intranquilidad, viento, y sonidos sólidos que vuelven a mis oídos alternadamente cuando se calla el pensamiento. Y sabe, rotundamente diría, que él y yo somos esta cosa maldita, el perro que persigue tontamente a su cola. Sé que puedo parecer contradictorio, o lo soy, es necesario, a veces quiero que se vaya, que se evapore, y otras me siento perdido al no saber qué está pasando en el universo, que no vuelve acompañando su giro. Cuando el otro está, parte de la curva geométrica que describimos sin querer en el tapiz ondulante de la suerte, permite que algunas cosas suenen a pecado, a una hermosísima especie de pecado que trasciende los eones y sus barcos fantasmas. Y no me intranquiliza tanto el viento ni la arena, si lo pienso bien, ni la circunstancia de que no esté, sino, a dónde es que ha ido, porque ni un rastro tengo suyo, ni una fecha probable en los calendarios de cualquier mundo y de cualquier tiempo, anotados por cualquier mano. Quizás, y contemplando esa posibilidad de que pasemos otra vez por un mismo agujero, sea mejor que me adelante, quiero decir, que me anticipe de alguna manera a eso que tal vez tenga para decir de mí y de cuyo atrevimiento yo mismo dependería; que yo pueda a su vez también decir algo, ya quede grabado imprecisamente en la nostalgia o en unas pobres líneas de la noche, como si narrara entre las espigas de una fogata en movimiento historias sobre un viejo amigo, de esos que al final no se sabe ni quién fue o si verdaderamente existió, pero del que nadie, aunque parezca mentira, dudaría. Y si bien podría el corredor que nos separa tener la virtud de convertirnos en hielo, hay un hombre parado en una de sus puertas esperando y otro que se mueve todo el tiempo; y cabría la posibilidad, que aún muriendo a la misma hora del mismo día, de inferir que el que se mueve moriría más anciano. A veces yo soy el imberbe y él los antepasados; él un astronauta y yo una planta acuática, aunque no hayamos tenido oportunidad de discutirlo; y una especie de voracidad o codicia en él se apodera de algo aprendido en algún lugar y tiempo, habla cuando yo no puedo escuchar, y pareciera divertirlo cierta miseria de mi vida. La espera podría tratarse entonces de la vida entera, un giro de circunferencia más o menos abrupto, menos un pequeño fragmento quizás de siete años; siendo la vida entera por lo tanto y de cabo a rabo, tan análoga a lo que tarda un comprimido en pasar por la garganta. No sé si él podrá existir a pesar mío, o mejor dicho a pesar de mi no existencia, e ignoro si lo sabe o no, pero presumo, se me ocurre, que en su haber existe una sutil maraña de conciencia; restando confiar así, sin valentía mediante alguna, en el hombre que se bifurca como un mero ardid del destino entonces; sólo se me ocurre, así sean éstas, ocurrencias que seguramente nunca lo alcancen.
     
    #1
  2. Ro.Bass

    Ro.Bass Guau-Guau

    Se incorporó:
    16 de Marzo de 2013
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    Ooohhh! Esta manera de ingresar a su mente, es estupenda...

    Creo que todos nos sentimos así, como dos seres paralelos, dos conciencias distintas... Un ser dentro de otro ser, moviendo el mismo cuerpo, manipulando la misma mente, principios activos que no se tocan, que no se encuentran pero se perciben, como el inconsciente y el consciente, o más poético, el sol y la luna...

    Esto es realmente profundo! Cuyo desarrollo no puede estar mejor planteado.

    Fue un placer leerlo.

    Saludos!
     
    #2

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