Azules y Rojos (III)

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Acto III


Por el monte se oye un carro;
lleva pan hacia otros pueblos,
y a una santa
vestida de blanco y negro.

Militares:

¡Alto!, ¡sooo caballo!
¿Adónde se dirigen?

Viçentet:

Vamos a repartir el pan, señores,
como todos los días.

Militares:

No creemos que hoy reparta mucho pan.
¡Están todos muertos! Jajajajaja.

Suben al carro.
El semblante de Viçentet
se vuelve pálido,
tan pálido como la monja.

Viçentet:

¿Qué es lo que quieren?

Militares:

¡Arrea al animal!, y no rechistes.
¡A callar! Allá en aquel recodo, paras,
que le vamos hacer un trajecito a la compaña.

Pierde la flor sus pétalos,
y ya no luce, su cabeza agacha,
y queda inerte entre la hierba.
El horror y el miedo
hace mudo a Viçentet.

Militares:

Conque panadero… y con monja,
…hasta hace un rato.
¡Camarada!, ¿dónde lo matamos?,
¿aquí… o más adelante?

La muerte roza el cuerpo de Viçentet,
o más bien lo abraza. Y allí,
en una cuneta del camino, echaron su mentira.
No lo mataron; sentenciaron su vida.
Se lo llevó un cáncer tiempo después.
Se acercó la muerte, y ella lo sabía.

[SIZE="4"]Sale un Sol, sale un Sol,
mientras la muerte camina,
sale un Sol violando esquinas,
y panaderos muertos de pavor.[/SIZE]
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