Apología de la erección

Apología de la erección

Incapaz de abordar los últimos cuarenta años, acabó con su vida. Cuentan, que el ahorcado, por el superior principio de la porra, donde te mandan las rosas, depende del móvil y las horas después de muerto. Toda la realidad supera a la deshonra, y la vida, en el color del calabozo, se ensombrece bajo los barrotes de la injusticia. Protocolos de jueces cerraron la vista, condenando in secula seculorum al hijo del hombre, para mayor gloria de la peste santa. La maniobra y la pericia, improvisadamente justificada, era la cueva del siniestro, la antesala del consuelo en el final del ingreso cuando graniza sobre los campos sembrados. Cuántas veces de luces vestidos, tanto arte en el despegue, un amor imposible llora a las tres, buscando sin tarde la noche, para dormirse en la luna de su martirio. Devorar animales sin dejarse la piel, que acumula grasas para el frío invierno, es morder el veneno hinchado, la insulina hepática, decisión feliz en las legiones muertas que piropean cuerpos de delgadez promesa. Testigos en la carrera, los minutos fueron pasando, al llegar el primero a la meta… ¡O vil mazmorra que me arrancas trenes!, que mis vagones llenen tus desiertos. ¿Todavía te asustan los plebeyos? Jamás la sinvergüenza se elevó tal alto como potencia impuesta del colgado.