Una Gota

¿Cuál será la gota que colme el vaso?
¿La que viene de camino?
¿O, tal vez, alguna de sus compañeras
que (sin duda) la seguirán?

Hacerles lugar significa apurar el vaso,
beberlo sintiendo el amargor de la hiel.
Hacer lugar a más amargura
volviéndote amargo.
Saturar la esponja del corazón,
solo para hacerle espacio a más tuera.​

Cuando las tinieblas y la luz están separadas
por la fina frontera de la piel,
añoras una tierra de nadie,
gris,
un lugar sin hostilidad.
Un lugar lleno de nada,
lo más cercano a la paz
que puedas concebir.

La fina membrana a la cual
has sido confinado se tensa,
vibra, se estremece,
ajena a los polos que se atraen
y repelen a la vez.

Sientes que te rompes, pero,
la elasticidad de la supervivencia
prolonga el suplicio.
No hay esperanza fuera.
No hay lugar dentro,
anegado de amargura,
y transitas por esa fina frontera,
que se seca y se cuartea.

Solo vives en tu piel y a ella te aferras
como el liquen a la roca.
Plano, muerto,
esperando –gerundio maldito-
una gota distinta,
una dulce gota de agua…
para renacer.​