Tezcatlipoca

“Hermanos y compañeros:
sigamos la señal de la santa Cruz
con fe verdadera, que con ella venceremos”
Eso rezaban los estandartes. ​

Tezcatlipoca​

Esta es una pequeña historia de aquellas tierras, que Dios mediante, y si acompañan ganas, escribiré dellas nuevas cosas que servirán de agrado a quienes las leyeren; que tratan de cómo llegué a embarcar, e de otras aventuras sucedidas a niños y adultos; e también de situaciones a que llegué, que como otros, supe sacar buen provecho del oro, de indios e haciendas, e de gobernar poblazones. Si esto no fuera posible, ruego a Dios nuestro señor que me tenga en su gloria, y perdone la sangre de mis manos que hube de derramar en defensa de la verdad y en contra del amigo de la infancia, el cual llegó a ser rey, el rey Quetzalcoatl que se levantó contra la armada y contra el mensaje del divino criador del universo.

Cuento esto ques verdad, que bebí de primera mano, y aun de pie izquierdo, y yo mesmo. Que uno navegaba con dureza; otro, ligero; el otro comedido, y el otro sin medida. E íbamos de cabo a cabo conquestando poblazones, e nos recebían unos con jolgorio, e otros con engaño queriendo guerra. Destas fui tres veces herido, una dellas gravísima; que mejoré en un poblazón con vegetal milagroso, e allí conocí a Yuca, al que llamaban saludo de dios. Hicimos muchas migas, tal éramos inseparables… Yuca decía mucho la palabra ¡Quetzal!, a lo yo contestaba: ¡Cual!, ¡cual! De aquesta manera sizo famoso el nombre de Quetzalcoatl, e otro nombre más, de huid a chili poli, y quedose por nombre Huitzilopochtli.

Yuca era de mirada profunda, sus ojos eran como dos noches sin luna. Yo aún era muy joven para ir a explorar, así quedé en uno de los poblazones que fue poblado con cincuenta hombros, por ser bien recebidos e de agrado al capitán, mientras iban de expedición por nuevas tierras. Alli viví unos años en que fuimos olvidados, se asentaron los hombres y se hicieron parte dellos. Siempre intuí que Yuca tenía algo de especial, pues vestíanlo deferente a comotros de su edad; con ropas de príncipe e plumas de colores extraordinarios. También hacíanle reverencia muchos. E un día, todos, e todos juntos derredor de la gran meseta presentásbalo un sacerdote con vestimenta parecida de saco, e otro danzaba haciendo gestos inconcebibles al alzarse brillante el astro sol que asomaba por el alto. Gritaba entonces con gran griterío la muchedumbre que allí había, inclinando todos las cabezas cuando la ceremonia llegaba a su fin y el sacerdote de saco rociaba la cabeza de Yuca con la sangre de un animal sacrificado.

Muy pronto entendí todo aquel repertorio de extrañas maneras; y así yo hablo de una manera, pero escribo de manera destinta, porque fuese que un día Yuca fuera también degollado. Yo le salvé la vida. Ese día especial, el sacerdote mandó atar a Yuca sobre un tronco levantado, y con un cuchillo que llevaba en la mano… Corrí entre la gente y me salieron al paso guerreros pintados. El sacerdote levantó la mano y apresuró a los guerreros a soltarme, e llegándome do estaba Yuca atado, hizo atarme a mí también e la gente gritó de nuevo con más agalla; pero esta vez su gritar fue distinto… La voz poderosa de un hombre vestido con ropas de gala se hizo eco entre el gentío, que habría el paso a la comitiva de soldados encabezados por Hernán, que así se llamaba su general. Cuando este habló se me hizo día al comprender que eran castellanos. Desde lejos, más allá del poblado, comenzaron a oírse tambores y ruidos de guerra… Diez mil guerreros jaguar estaban preparados, e comenzó a oscurecer de manera impensable como nunca antes habíalo visto. Hubo gran revuelo entre las gentes que se revolvieron contra los soldados de Hernán, e dieron muerte a muchos, e los soldados de Hernán otros tantos más de ellos.

Apareció como demonio en la noche la mucha arma encendida, y los indios guerreros entraron a muerte. Juan salcedo levantó un crucifijo y en ese momento de nuevo volvió a surgir la luz del sol e aprovechó Hernán para decir mágicas palabras: ¡Tenlos titán! ¡Tenlos titán! Desde entonces el poblado se llamó Tenochtitlan, y así se reconoce en todos los libros de marear… Aquellos guerreros y nativos, al ver de nuevo al Dios que adoraban, cuya luz les devolvía a su ánimo, se postraron frente al simulado altar y Hernán pronunció estas palabras: “Hoy, el gran señor de todos los ejércitos, y luz de todas las luces, ha querido dar una señal de su poder y su clemencia para que creáis y no seáis hostiles con nosotros. ¡Alabado sea el Señor y su Hijo, que junto con su madre Nuestra Señora, a nos envío desde el este para traer la verdadera paz a estas tierras!”

Mandó Hernán desatarnos y dio orden de levantar una Cruz e hacer misa al Juan Salcedo para dar gracias a nuestro Señor Jesucristo y a su santa madre Nuestra Señora, para gloria de Dios nuestro Señor y de su majestad Carlo V. Así lo ratifico yo, Alonso, capitán general de la armada española al que los indios llamaban el demonio blanco, tez casi poca, también llamado Tezcatlipoca.