Duelo

Cada revolver tiene su voz, y yo esa la conozco
El bueno, el malo y el feo.

Este lugar amaneció de repente,
con la guitarra de The Bonthy Killer sonando en una esquina,
era una locación que nacía desde el subsuelo,
y que nos envolvía en un spaguetti film...
como un capullo polvoriento que vuelve por su carne
y que me encierra en esta habitación oscura;
me miraste con tu peor rostro, tú ya estabas aquí,
colgando entre viejas telarañas, apoyándote en un mesón polvoriento,
donde tus manos se hundían hasta encontrar la pólvora,
que germinaba en el fondo, que crecía con el viento seco,
y que la arrancabas como si fueran raíces,
éramos sucios pistoleros que venían a saldar sus cuentas,
nos veíamos en blanco y negro, el viejo celuloide mojaba mi mirada,
y todo se humedecía de recuerdos;
el alcohol corría por las paredes
y las ventanas se sostenían como ebrios fusileros,
agitadas por el viento, vulnerables, frágiles
como los mismos recuerdos que reflejaban sus vidrios rotos,
a pedazos, por fragmentos, cortantes,
a punto de salir volando con las ventoleras.
Ahí estábamos los dos, temblando, a la espera del descuido que
nos mandaría al infierno, era uno u otro, tú o yo...
tus manos de arena sostenían un revólver oxidado,
que apuntaba sin mirarme,
yo me quedé observando, de reojo, por un buen tiempo,
así nos quedamos, inmovilizados, por años
a la espera del más mínimo descuido;
mientras las ventanas se golpeaban en el suelo,
borrachas, perdidas,
rompiendo sus vidrios a nuestros pies.