45 Días

¡Diablos! La vida sí que es buena; los pajaritos cantando alrededor, el sonido de las hojas de los árboles cercanos, al pasar el viento por estas, la musicalidad del día, la fiesta de los insectos alrededor de las flores… ¡Demonios!, sí que es buena…

Sin embargo, no siempre fue así: Trabajos terribles, sueldos miserables, rutina infecta, bulla, griterío, sombras deformes, locura, inanición cultural, raquitismo ideológico y monsergas almibaradas desde un púlpito cuasi impecable. Así era esta existencia pedestre, indeseable; ser un anónimo en medio de un manicomio desatado hasta en el “sereno” parque de en medio de esta ciudad feroz y despostillada; era un suplicio adicional… Un mal sueño.

Aquí también soy un anónimo, pero, en cambio, recibo comida, bebida, un lugar para dormir, buen ambiente, aire fresco, hermosa vista, serenidad, paz, verdor y un musical silencio en medio de un campo estratégicamente alejado del inmisericorde averno citadino. Y, tan solo por mantener el mutismo, por dejarme llevar por la rutina, por la bendición del calor artificial en mis aposentos. Tan solo por eso.

Los días transcurrieron, las noches eran cada vez más vacías, pero la esperanza del final del ciclo y el advenimiento de la promesa que en ese principio bosquejaron en mi entendimiento ligeramente aturdido por las sustancias a las que me exponían; (lo que acepté de buena gana), lo hacía más que llevadero, ya que la compaginación terrena que vivía o agonizaba, no me dejaba opción.

¡Rayos!, son solo unos días, un conjunto de horas más que aguantar; después, sería uno de los escogidos…

El día llegó, estaba más aturdido que de costumbre, pero ya viajaba en el vehículo, nos llevaban; éramos los escogidos, los ganadores, los premiados; nos esperaba una nueva vida, una con significado, o eso al menos era lo que se repetía, en esas noches extrañas, dentro del recinto aquel en medio de ese pequeño edén. La verdad, me importaba muy poco; no veía el momento de salir del ostracismo, el lapso de tiempo ya se había cumplido, estaba en la sala aguardando mi turno, tan solo unos minutos para salir de esta vomitiva existencia…

El ruido al otro lado de ese salón blanco e impecable era extraño, confuso; no obstante, no le daba la importancia debida, total, qué más podía pasar, todo lo malo ya me había acontecido, lo único que quería era recibir el don prometido, y si, ya era mi hora…
Pero no, ese no era el momento glorioso que esperaba con ambición; y con horror me di cuenta de que ya no podía escapar, la imagen en ese escaparate, los ganchos y ese olor a quemado… No, no puede ser…
El brillo en ese afilado cuchillo me lo dijo todo, en ese objeto se reflejaba un emplumado bicho blanco asustado y que no podía hablar, ni proferir un solo fonema, menos una profunda frase, tan solo la cacofonía vergonzosa desde un pico amarillento… Una onomatopeya archiconocida:

Pío, pío, pío…

 

Aviar destino para consumo industrializado. Besis.

 

Así es dama, gracias por su visita...