Reflexión 122

Perseguimos valores incuestionables,

nos acomodamos
en nuestra incomodidad,
probando siempre nuevos lugares,
nunca encontramos paz,

la madurez no existe,
solo nos pudrimos
con mas experiencia
para tratar de alivianar el dolor,

tenemos a nuestro niño interior
decapitado,

nunca defendemos a la debilidad,
la justicia siempre nos aplasta,
porque nadie es justo,
todos cultivamos odio,
cuando la violencia nos coopta,

pensar en positivo,

mi negatividad me susurra
que este no es mi mundo,

que la impotencia será
de los que mueren con su esperanza
destruida,

a la muerte,
solo suerte, entre tantos horrores vivos,

a mi presente, le advierto,
que todo futuro acarrea,
en sus senderos, misteriosos,
la venganza del pasado,

a la vida le devolveré
la misma flagelación que me propició,
sin opción de rechazarla,
la vida, son las personas,

socialización, desprecio,
envidia, venganza, toxicidad,

prefiero la soledad de mis principios,
que el principio de mi perdición,

resignación ante todo sufrimiento,

observo a la luna secarse,

lágrimas nuevas,
reviven todo horizonte,
para que la desdicha vuelva a renacer,

asimilación forzada,
golpes que nos deforman,

maneras de morir sin respirar,

así vive la sociedad,

con quietud,

feneciendo.

 

Esta reflexión retrata con crudeza la experiencia humana marcada por la frustración, la injusticia y la violencia social. Expone la sensación de impotencia frente a un mundo que parece insensible, donde la madurez no sana el dolor y los valores se convierten en cargas más que en guías. La soledad y la resignación se presentan como refugios frente a la toxicidad, la envidia y la venganza que impregnan las relaciones humanas. Al mismo tiempo, muestra cómo el sufrimiento y la desdicha se perpetúan en ciclos inevitables, dejando una impresión de quietud fúnebre: la sociedad fenece lentamente, y en su lento declive, cada individuo enfrenta sus propios horrores, entre la impotencia y la necesidad de sobrevivir a la realidad que lo desgarra.

Saludos cordiales