20 de agosto

Volví
a escribirte como
es habitual para mí,
pero esta vez no quiero
hablarte sobre mis penas
o nostalgias.
No quiero escribir para
hablar de eso
o sobre nuestro pasado.
Escribo esto
porque te vi de nuevo con él
en aquel café.
Tú tomabas de sus manos,
te vi
más sonriente
de lo que acostumbraba a verte,
pero estabas en condiciones
para ser feliz.
Mientras yo miraba a lo lejos,
solo pude sentir
una tremenda opresión en el pecho,
pero no pude ser capaz
de sentir odio,
ni rencor, ni celos alguno.
No pude,
no me nació sentir eso.
Solo tengo que decirte que me
alegro mucho de que hayas
continuado con tu vida,
yo he tenido que lidiar con esa mala suerte
de a duras penas intentarlo.