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La Confesión

Tema en 'Poemas de Amor' comenzado por Carlos Estrada, 21 de Agosto de 2025. Respuestas: 2 | Visitas: 159

  1. Carlos Estrada

    Carlos Estrada La Poesía nos rescata del acantilado del olvido.

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    7 de Agosto de 2024
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    “El amor es un humo hecho con el vapor de los suspiros”
    William Shakespeare

    La Confesión


    Muere otra tarde apacible,
    herida fue por la daga
    filosa de las tinieblas
    de la noche ya cercana.
    Es tiempo de confidencias,
    deshecha está la coraza
    del día cuando desteje
    su urdimbre de hilos de plata.
    El crepúsculo y su estela
    roja y púrpura se marchan
    y penden del firmamento
    tenues brillos como alhajas
    y se agita en torbellinos
    un enjambre de alabanzas
    y el silencio es el propicio
    para relatos y charlas.

    Mientras de ébano azabache
    la penumbra se disfraza
    en estas horas serenas
    un hijo y su madre se hablan
    pero él luce ensimismado
    cual si del aire colgara
    y parco, apenas platica
    y atiende de mala gana.

    Está absorto en pensamientos
    que no conducen a nada,
    se esfuerza en saber qué siente
    en sus profundas entrañas,
    lo invade una gran zozobra
    como si algo le faltara
    y nombrar no sabe aquello
    que en su ser vive y se agranda.

    La madre pronto lo advierte,
    la faz del hijo repara,
    se inquieta y fruncido el ceño
    al fin le inquiere intrigada:
    —¿Por qué te veo abstraído,
    cuál sombra tu mente empaña
    que estando aquí estás tan lejos,
    quieres contarle a tu mama?

    Él se resiste un buen rato,
    vacila en abrir las arcas
    donde guarda los secretos
    y los misterios de su alma.
    Luego rompe su silencio
    viendo a la madre que aguarda
    y procurando consejos
    le dice en estas palabras:

    —Ay, madre, cuánto quisiera
    librarme de dudas vanas
    pero me siento extraviado
    y no sé lo que me pasa.
    Te juro, por más que pienso
    no tengo idea y me alarma
    que tamaña incertidumbre
    me produzca una muchacha.

    Cuando ella no está conmigo
    las horas lentas se arrastran
    y a mi fe cubre el hastío
    con su añil manto de escarcha.
    Dime tú, madre querida,
    ya que estamos en confianza:
    ¿Será que me he vuelto loco,
    que tengo ideas insanas?

    Ella lo observa y sonríe
    condescendiente y declara:
    —¡Claro, debí suponerlo,
    mira, no digas bobadas!
    Desde el comienzo del mundo
    y hasta el final, si se acaba,
    eso es capricho, hijo mío,
    capricho, cosa que pasa.

    Pero él niega en desacuerdo
    con tal sentencia mundana:
    —¡Ah, madre, sé que no es eso,
    qué capricho, ni ocho cuartas!
    Solo pensarla trastorna,
    imagínate el besarla,
    acariciar sus cabellos,
    recorrer su piel dorada.

    Tan solo el rozar sus manos
    enciende fuegos en mi alma;
    me incita a estrechar su frágil
    cuerpo núbil de muchacha.
    Siento el olor de su pelo
    que huele a tierra mojada
    y se me encabrita el pecho,
    mi instinto clama entre llamas.

    —¡Vaya un Don Juan! ¡quién diría!
    (de asombro, la madre exclama).
    Creo entender que te duele
    la soledad en tu cama.
    Parece un caso resuelto,
    si la razón no me engaña
    eso es deseo, hijo mío,
    lujuria, cosa que pasa.

    —De nuevo madre, discrepo
    (replica el joven y trata
    de ocultar mal su disgusto
    por la afirmación errada).
    Yo había pensado en ello,
    no te lo niego, me encanta
    la idea de hacerla mía
    su vez primera, en mi cama.

    Mas, si esa fue en un principio
    mi intención disimulada,
    al conocer su alma linda
    todo cambió… ¡cosa rara!
    Quise el sol de su sonrisa,
    verme en su verde mirada
    y habitar en sus ensueños,
    su mente hacer mi morada.

    La madre enarca las cejas
    murmurando: —¡Vaya, vaya!
    si es así como me cuentas
    mis puntos de vista afianzas.
    Son solo sueños baldíos,
    ideas descabelladas,
    vana ilusión, hijo mío,
    ilusión, cosa que pasa.

    No se convence el porfiado
    y raudo vuelve a la carga:
    —Mil veces me he ilusionado,
    fueron tantas veces, tantas
    como las desilusiones
    que les siguieron sin falta
    pero nunca me ha asaltado
    esta emoción que a ella me ata.

    Y es que a deshoras la sueño,
    conmigo va donde vaya,
    su voz vive en mis oídos,
    su risa, madre, me embriaga.
    Dime, autora de mis días,
    ¿cómo hacer para olvidarla?
    se me ha metido muy dentro
    y no sé cómo sacarla.

    —Ciertamente, hijo, te digo
    que ya estoy peinando canas
    y no pensé que te oiría
    pronunciar tales palabras.
    Mas, no te aferres, muchacho
    y esquiva a tiempo sus trampas.
    Es obsesión, hijo mío,
    obsesión, cosa que pasa.

    —¡Cuánto quisiera creerte
    madre mía, mi buena aya!
    y aprender de tu experiencia
    y grabar tus enseñanzas.
    Pero algo en mí se resiste
    a admitir que he de alejarla
    pues ella me corresponde
    y nadie se le compara.

    Ella ha sembrado y germina
    en mi pecho una amalgama
    de sentimientos divinos
    y sensaciones extrañas.
    Ya no concibo la vida
    si ella no está en mis mañanas
    y temo vagar perdido
    sin su luz que es la del alba.

    Se hace un escaso silencio,
    la madre está consternada:
    —Veo este asunto más serio,
    más de lo que yo pensaba.
    Sin embargo, un buen remedio
    será tomarlo con calma,
    solo es pasión, hijo mío
    y aun la pasión, también pasa.

    —¿Y cómo la olvido, madre,
    cómo evitar el pensarla,
    cómo borro de mis ojos
    las olas de su mirada,
    cómo destierro su imagen,
    cómo la arranco de mi alma,
    cómo esfumo del recuerdo
    besos y caricias tantas?

    Pretender, madre, ese olvido
    es querer volar sin alas,
    querer atrapar el viento,
    querer al agua domarla.
    No podría estar sin ella,
    soy su esclavo, ya ella es mi ama
    o tal vez mi alma gemela,
    quizá mi media naranja.

    Grave está el rostro materno,
    cuánto más, cuando no alcanza
    a emitir un juicio exacto
    de lo que al hijo le pasa.
    Se sumerge en su pasado
    y evoca memorias mansas
    y abre arcones de secretos
    y halla nostalgias lejanas.

    Recuerda su adolescencia,
    su juventud tan lozana;
    las sensaciones vividas
    con las del hijo compara.
    Súbitamente le mira,
    hay fulgor en su mirada:
    —Es el amor, hijo mío,
    es amor de pura raza.

    La confesión que he escuchado
    de tus propios labios, basta.
    Hijo, estás enamorado,
    pobre de ti si malgastas
    tu tiempo, haciendo la guerra
    al dios Amor, pues te mata
    con sus punzantes saetas
    que harán destrozos en tu alma.

    No hay regalo más preciado,
    no hay bendición más ansiada
    que el amor que es ofrendado
    y es recibido con ganas.
    Así que el miedo hazlo a un lado,
    lucha y derriba murallas,
    defiende lo que has logrado:
    el amor de esa muchacha.

    Y deja allí al joven solo,
    sosegado y sin palabras;
    desbaratadas sus dudas
    tiene la paz que buscaba.
    Él ve entonces que su historia
    bien merece ser contada,
    ordena sus pensamientos
    y empieza a escribir con calma…
     
    #1
    Última modificación: 6 de Septiembre de 2025 a las 9:28 PM
    A Alde le gusta esto.
  2. Alde

    Alde Miembro del Jurado/Amante apasionado Miembro del Equipo Miembro del JURADO DE LA MUSA

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    Es esencial para los jóvenes tener espacios para compartir sus emociones.
    Me gustó ese momento propicio para confidencias y alabanzas.
    Siempre es un honor visitar sus líneas.

    Saludos
     
    #2
  3. Maramin

    Maramin Moderador Global Miembro del Equipo Moderador Global Corrector/a

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    Un buen romance de amor el que nos compartes con el corazón prendido en el alma de la amada.

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    #3

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