El alma que venera

La quiero tanto, tanto y tanto,
que no tenerla me hace feliz,
Sabiendo que su canto de amapola,
acaricia mis sentidos de aprendiz.

No es mía, ni lo quiero, ni lo imploro,
ni trazo en su camino mi querer;
La dejo ser su vuelo, su decoro,
y en su risa me siento renacer.

Si ama a otros, no siento celos fieros,
pues su dicha es la paz que me sostiene;
Mi amor no busca templos ni luceros.,
es viento que al amar, nunca retiene.

La miro sin tocar desde el abismo,
de un alma que ya sabe sonreír;
Y aún lejos, su belleza es mi lirismo,
Y su luz lo que me hace resistir.

No hay pena en el adiós ni despedida,
solo un soplo que vive sin dolor,
porque su Libertad es más sentida,
que mil abrazos presos de su amor.

Y así la amo más allá del fuego,
sin carne, sin promesas, sin frontera,
Pues después de amar todo lo entrego,
y aún sin tenerla, mi alma la venera.

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