Todo había sido verdadero

Amanecí entre la pesadez de la alborada y el desvelo,
exploré a tientas la inmensidad de una fría cama para dos.
Nada por aquí, nada por allá.

En definitiva estaba solo,
con una serie de cabellos castaños
enmarañados en mis dedos,
como recuerdo de un sueño tan vívido,
que me ahogaba entre la realidad y la fantasía.

Llené mis desoladas lagunas,
con recuerdos incongruentes,
situaciones inescrutables,
soledad y tristeza.

El caballito aún estaba pegajoso
y hediondo a tequila,
el cenicero estaba rebosante de colillas amarillentas
y se colaba la luz por la puerta entre abierta del baño.

En efecto,
todo había sido verdadero,
y entonces,
sólo entonces,
entendí...
que estaba muerto en vida.

Jorge Aguilar Amado

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