Sombras de la tarde

Se fueron los deudos
los llantos se fueron,
las flores hedían
a tumba y silencio.
En una alta torre
de aquel cementerio
una cruz lucía
el crespón de un cuervo.
Un niño jugaba
con gesto muy serio,
solo, entre dos cruces
forjadas de hierro.
Jugaba. Sus ojos
absortos, serenos,
todo lo miraban
con hondo misterio.
Austero el ropaje,
adusto su seño
como si el dolor
fuera en él, un juego.
Terminaba un hombre
su labor, y un tiempo,
los dos se alejaron
muy graves y lentos.
La pala en el hombro
ajado el sombrero,
caminaba el hombre,
detrás el pequeño.
Estiró sus alas
el cuervo agorero,
dos sombras marchaban
vestidas de negro,
el niño y su padre...
el sepulturero.​

Marino Fabianesi​