Relato de una compañera

Hoy con nostalgia recuerdo
cuánto me amaba mi abuela;
si, realmente me queria
mucho más que yo a ella:
La primera en recibirme
cuando llegué a la existencia.

Y cuando a la luz del mundo
despertaba mi conciencia,
mi madre fue a trabajar
en el pueblo, de doméstica,
para que el bendito pan
no escaseara en nuestra mesa.

También mi padre luchaba
por ahí, en changas diversas,
y mi abuela se encargaba
de toditas las tareas;
del jardín...de la quintita,
la comida y la limpieza.

Y cuando el tiempo me indujo
a concurrir a la escuela,
para atender en las aulas
las voces de las maestras,
mi abuela supo ayudarme
con las letras y las cuentas.

Por las tardes al volver
con mi mochila a cuestas,
siempre salía a mi encuentro
visiblemente contenta.
Luego mientras me cambiaba,
preparaba mi merienda.

Y como los que trabajan
por lo regular, progresan,
un día mis padres logran
levantar su casa nueva,
mas, carecía su estructura
de abitación para la abuela.

También se mostró de acuerdo
con la decisión aquella,
cruel, que tomaron mis padres
cuando ya inútil y vieja,
le pintaban argumentos
para deshacerse de ella.

Y una tarde, con mi ayuda
ascendió a la camioneta,
rogándome al abrazarme
-Visítame cuando puedas-
y rumbo al Hogar de Ancianos
la llevó la carretera.

Por un tiempo,los domingos
todos íbamos a verla,
luego, cada quince días,
después...perdimos la cuenta,
ocupados en que haceres
pero también, en las fiestas.

Al sentirse abandonada
por quienes tanto quisiera,
ya sin deseos de vivir
fue enfermando de tristeza,
llegando al fin de sus días
poco antes de los ochenta.

De qué vale que a su imagen
ahora velas le enciendan,
ni que por el descanso de su alma
recen misas en la iglesia,
si cuando nos precisaba
no se le tuvo paciencia.
Ya es tarde para aflixiones,
Abuelita...ya está muerta...