La primera llamada de la carne

Nunca entra sólo por los ojos,
pero es una ventana
desde la que se arroja a nuestra vista:
por eso reivindica sus señales
y hoy te puedo decir que fue primero
la erótica del cine
y su verdad piadosa en las pantallas;
después fue desarmarse en los sentidos
entre la multitud de las promesas
incumplidas.
Aquella tarde no fue la primera, vino
tras las apariciones de Diana
y de una Leia en bikini dorado.
(Las promesas del cine
provocaban
la suficiencia sensorial de nuestra infancia,
la ingenua peripecia del sexo sin los sexos,
del amor sin marañas,
del contacto privado de su aspecto
sudoroso. Era una blanca imagen de lo fácil,
zumo sin pulpa para la inocencia).

Cuando el sexo es un cuerpo pudoroso
tapado con las sábanas de un argumento simple
y no hay provocación,
ni se tejen sus redes
con la contradicción de sus silencios:
necesidad, amor, remordimiento,
el abanico rojo de una verdad de carne
hundiéndose en la carne,
entonces hay objetos que dicen su verdad.

Aquella tarde pudo ser lluviosa -
la lluvia muerde al tiempo
con un goteo manso –
y no fue la primera,
pero en la estantería del salón de la infancia
colgaba Rosalía
una llamada púrpura
y sonaba la alarma de todos los sentidos:
“Follas Novas”,
aquel nombre que pudo
despojar a un idioma de toda su inocencia.