La caparucita que se convirtió en lobo.

Frente a mí, exclamas:

¡Qué ojos tan grandes!
Para mirar constante lo que a mi alrededor existe,
abarcando un todo, bueno o malo, distinguir las
luces de la oscuridad doliente, ser testigo nunca
mudo de las injusticias y de las bellezas que en
nuestra tierra se ciernen. Ojos, solo para verte.

¡Qué abultado pecho!
Para guardar cual cofre, la existencia de este
corazón enorme, donde están en resguardo
sentimientos libres y sanos, alma en lento y
constante aprendizaje, sufrimientos, alegres
recuerdos. Este pecho, ansioso de tus besos.

¡Qué labios carnosos¡
Para adornar sonrisas francas, para pronunciar
palabras y dar realce a mi canto dulce, a notas
claras que nacen de mi alma, para no estarme
callada ante lo desdeñable, si no alzar la voz
sin ningún miedo. Labios, solo para besarte.

¡Qué manos tan bellas¡
Largas, para alcanzar las estrellas, suaves para
prodigar caricias, para trabajos honestos y de
creatividad listas, fuertes para levantar al que
ha caído, limpias para dar amoroso alivio, cual
flores de loto. Mis manos, que te vuelven loco.©