Hombres de pecho abierto

Hace algún tiempo,
cuando descubrí que el mundo no era plano
y que el sol no giraba alrededor de la tierra,
en esa antigüedad posmoderna donde solo se escuchaba
el crujir sanguinolento de unas voces
profetizando castigos y tormentos para el alma
que no se sometiera al dictado de los hombres de pecho abierto,
en ese tiempo de azucarillos envenenados con falsos cielos
y vacunas contra la tentación de pensar por sí mismos,
los paisajes sepia de la tarde eran condenados sin juicio previo
tan solo por intentar ocupar un sitio entre los quemadores de incienso,
esas plumas livianas como el vuelo del pájaro que bailan con el viento
solo por el placer de obedecer a su condición de futuro ángel.
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Querían ser ángeles, ¿ Verdad ?
Yo quiero ser poeta.
Un poeta, de verdad.
Un poeta, con la mano cerrada. Con el puño en alto.
Un poeta con el martillo, en la mano. Y con la campana, frente a mí.
Para darle martillazos, a la campana, con mi mano cerrada o puño, asiendo el martillo.
Por el mango.