Habitación con servicio de fantasmas

Mi habitación está fría, aunque no sea invierno. Tal vez sea culpa del aire acondicionado, que parece tener vida propia, o del Wi‑Fi, que últimamente también me ignora. El silencio lo llena todo, como un río invisible que nunca se detiene… salvo cuando el vecino decide narrar su vida amorosa a gritos por teléfono.

El cuarto es amplio, sí, pero la soledad lo encoge y, para colmo, los muebles baratos de oferta parecen encogerse con él. Las sábanas blancas guardan el eco de tu ausencia, y yo sigo dejando un lado intacto, por si acaso regresas… o por si algún día se me cae la pizza y necesito espacio libre para el desastre.

A veces quisiera volver a dormir entre tus brazos, como un koala abrazado a su árbol… aunque, pensándolo bien, los koalas no roncan ni se roban toda la sábana. Me imagino apoyada sobre tu pecho, sintiendo tu aliento, tus manos dibujando mi espalda, o al menos dándome un buen masaje porque últimamente me duele demasiado.

Cierro los ojos y dejo que el sueño me engañe. Me imagino que sigues aquí, justo donde aún te espero… aunque en realidad solo está el cojín grande, ese que huele a suavizante y a mis dramas románticos de madrugada.


-Dior