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El superticioso

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Old Soul, 18 de Diciembre de 2013. Respuestas: 2 | Visitas: 386

  1. Old Soul

    Old Soul Poeta adicto al portal

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    El supersticioso


    Se levantaba bien temprano, antes de las luces del alba. Y acometía el mismo ritual todos los días. Iba a la cocina y hacía café, poniendo exactamente cinco cucharadas y media. Mientras esperaba que se hiciera, se encendía el primer cigarrillo del día, al que le daba tres catadas y lo dejaba apagar. Con el café ya hecho, y tras ponerle una cucharada y tres cuartos de azúcar, marchaba hasta el ordenador y lo encendía siempre con el dedo meñique de la mano izquierda. Mientras aguardaba a que el aparato arrancase, removía el café moviendo la cucharilla cinco veces hacia la derecha y tres a la izquierda, tres veces, para encender de nuevo el cigarrillo, darle seis catadas y aplastarlo contra el cenicero.

    Después de que el ordenador estaba listo, tomándose a sorbitos el café y antes de poner las manos en el teclado, contaba con la mirada todas y cada una de las teclas, repitiendo su fonema en su mente, aparentando así que se familiarizaba una vez más con ellas o como si de éste modo se hiciera amigo de esos signos a los que parecía rendir culto con su mirar. Cuando finalizaba tal hacer abría un archivo que contenía un extensísimo escrito y lo dejaba en pantalla.

    Tras ello, se levantaba y se dirigía al baño. Allí se aliviaba, limpiando la taza del baño dos veces con papel y tirando tres veces de la cisterna previamente. Luego se duchaba, con un champú diferente cada día y tres geles distintos en cada ducha, para terminar secándose con dos toallas siempre del mismo color pero de tamaños distintos.

    Posteriormente se vestía empezando por la camisa, luego los calcetines, después los calzoncillos y los pantalones para terminar calzándose, empezando por el pie izquierdo los días impares del mes y por el derecho los pares, unas viejas y desparejadas zapatillas de erosionadas suelas.

    Después de hacer todo esto se sentaba ante el ordenador, encendía otro cigarrillo, el cual fumaba prendido de sus labios, desde su encender hasta su final, y se ponía a escribir sin parar hasta el almuerzo, que siempre comía con una mano distinta cada día. Después del almuerzo se encendía otro cigarrillo, el cual sujetaba entre el anular y el dedo corazón de la mano izquierda, y volvía a sentarse a escribir hasta la cena, que comía con la mano contraria a la del almuerzo, para ponerse después nuevamente a escribir hasta la hora de dormir.

    Escribía sin parar, con una fuente inagotable, un sinfín de golpes sobre el teclado que formaban un ruido continuo, repetitivo y monocorde. Escribía poniendo toda su voluntad y anhelos en el texto que creaba, sus más fervientes deseos en forma de letras.

    Su texto era singular, por sus características único, no había ninguno más como el suyo en todo el mundo pues se componía de gigabytes y gigabytes de memoria llenados con una única y repetida frase. Una única idea, un único anhelo.

    Y es que, aunque a él nadie le había dicho que diese suerte, sabía que la daba. Pues estaba más que convencido de que cuando un millón de veces se hubiese despertado antes que el alba, y por esa misma cifra hubiese puesto cinco cucharadas y medias de café y una y tres cuartos de azúcar, cuando hubiese dado tres caladas a un millón de cigarrillos y los dejara apagar y por esa cantidad hubiese encendido un ordenador con el meñique de la mano izquierda, cuando por un millón de veces hubiese removido el café cinco veces a la derecha y tres a la izquierda, tres veces, y hubiese dado seis catadas a un millón de tabacos para apagarlos después, cuando hubiese tomado un millón de cafés a sorbitos y hubiese contado un millón de veces las teclas de un teclado, cuando por esa cuantía hubiese abierto un texto para irse al baño después y hubiese limpiado dos veces la tapa de la taza con papel tirando tres veces de la cisterna por millonésima vez, cuando por un millón de veces se hubiese duchado usando un champú diferente cada día y tres geles distintos en cada ducha y un millón de veces se hubiese secado con dos toallas del mismo color pero de tamaños distintos, cuando por millonésima vez se hubiese puesto la camisa, los calcetines, los calzoncillos y los pantalones por ese orden y se hubiese calzado, por esa cuantía, empezando por el pie izquierdo los días impares del mes y por el derecho los pares, unas viejas y desparejadas zapatillas, cuando se hubiese fumado un millón de cigarrillos prendidos siempre de sus labios, cuando por un millón de veces hubiese comido con una mano el almuerzo y con la otra la cena y se hubiese fumado otro millón de cigarrillos sujetándolos entre el anular y el corazón de la mano izquierda, cuando un millón de veces todo eso ocurriera estaba mucho más que convencido de que la frase que escribía en el ordenador, día tras día, se haría realidad.
     
    #1
  2. Elizabeth Flores

    Elizabeth Flores Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Ser superticioso no es recomendable pero hay personas que lo son al extremo.Hoy te leo con los dos ojos, el siguiente poema con un solo ojo y el siguiente con los ojos cerrados hahahah es broma.Me gustó tu relato querido amigo.Placer dejar mi sencilla huella.Un beso...
     
    #2
  3. Old Soul

    Old Soul Poeta adicto al portal

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    jajaja Tal vez si me lees los poemas con los ojos cerrados ganarían en algo, como con éste relato que parece "cojo" a su final. jajaja Un abrazo, Ely, y muchas gracias por tu pasar y tu hollar.
     
    #3

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