El Poder de la Pasión

Si hay alguien capaz de pararse ante el tiempo, sin trastornar su corazón. Si hay alguien que enfrente al sueño, sin caer dormido. Si hay alguien que de la cara al amor, sin repujar la fragilidad de la vida… Hay que detenerse, es el único modo de cambiar algo más que a uno mismo. En esa cualidad de detenimiento el finito acontecer pasa a ser el núcleo, mientras que la visión se desplaza hacia la periferia. Es como salirse del sitial de honor de la personalidad, para moverse en una órbita abierta, y poder contar con un rango de visión más amplio que permita interactuar con relación al ser interior; rey de la real intimidad individual de cada quien sin duda, en cuyo vasto imperio todo cabe, desde el bellote de la afectación hasta el pico de más reciente luz. Una vez desplazado es muy probable que ese lugar desocupado quede oscuro y vacío. Es eso lo único con que se cuenta. Donde antes hubo todo, y ahora es nada es lo único que se tiene. El detenimiento es lo que se encuentra garantizado, no hay otra manera de poder apreciar la celeridad del cambio, y la magnitud del efecto. La acción proviene de esa clase de relación. Si hay alguien capaz de vivir, a sabiendas de que ello significa nada, y cuesta todo. Si hay alguien capaz seguir, sin ninguna compañía. Si hay alguien capaz de detenerse, sin tener que hacerse a un lado, sin resultar arrollado, o embarazar por el mero hecho de mirar. Sabrá que es así, que la estación de la felicidad no es propiedad de nadie, y que no visita a todos a la vez. Que, con cada paso engrosa el tronco de la evidencia, y tumba alegrías cual hojas caducas. Sabrá que es de eso mismo que se alimenta cuando pudren, a sus pies, y crecerá, sin haberse movido un ápice, en la apariencia de los vientos, indistintos nortes regresan por el mismo rumbo luego de haberse conseguido. Quietud, el rasgo inverosímil de la existencia.