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El exilio de los zombis

Tema en 'Poemas Generales' comenzado por Bender Carvajal, 21 de Febrero de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 380

  1. Bender Carvajal

    Bender Carvajal Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    26 de Agosto de 2010
    Mensajes:
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    Parecemos perdidos,
    nos vemos derrotados,
    la fealdad nos cae
    como una aureola de asfalto
    y nuestras espaldas crédulas
    ya no soportan
    la deshonestidad del mundo.
    Estamos hechos de furia
    impotente, diseminados,
    perplejos y con la razón abatida,
    pagamos cuentas,
    invertimos, transamos
    sueños en un mercado
    sin valores
    y facturamos contra entrega
    por nuestras culpas.
    Nos vemos
    como el poder nos quiere,
    relegados, sepultados vivos
    en nuestras propias individualidades,
    mártires de nuestros ideales,
    masacrados por las esperanzas…
    Vamos por la vida muertos
    y cancelamos
    por nuestras tumbas cotidianas,
    somos el dividendo
    de la vida que quisimos
    y nos embargaron los sueños.
    Estamos derrotados y confesos,
    malgastamos nuestras fuerzas
    en escaramuzas contra la delincuencia
    de los poderosos
    que se tomaron por asalto
    la dignidad colectiva
    de un pueblo sometido,
    de una raza condenada,
    de un país que ilusamente
    aún se cree patria
    y no sabe que ya es empresa.
    Nos manufacturan el alma,
    nos reproducen en línea,
    estamos relegados y sin sombra,
    y nos apilan en bodegas
    que huelen a concreto,
    pero saben a estiércol,
    y nos convencen
    de nuestra propia eutanasia.


    La ciudad me tiene derribado,
    hirsuto y con hambre,
    con tan sólo estas cinco millones
    cuatrocientas veintiocho mil
    quinientas noventa intimidades
    que me acompañan,
    gajos de una piel
    que mudaron nuestros antepasados,
    cuentas simbióticas
    con muerte cerebral,
    números adosados
    para validar nuestras existencias,
    hijos de economías incurables;
    nos fueron a parir en bancos
    de madres obesas
    que nos lamen el sueño vitelino
    hasta el fin de nuestros tiempos,
    economías embarazadas
    de hijos amamantados
    con la tutela del hacinamiento
    y de la mano de la indigencia;
    nos educan a la medida
    de sus ambiciones
    y nos depredaron el arte
    como arte, porque el alma
    nos creció vendida y consignada,
    porque ya no cantamos
    con voluntad de masas,
    cambiamos el grosor de nuestras brochas,
    la intensidad de sus colores,
    las grandes obras de nuestros cinceles
    son plumas sobre cheques
    que pagaron por nuestra voluntad de crear,
    y peor aún
    hemos destrozado la ortografía
    de nuestros versos interlocutores
    para recién notar
    que ya ni siquiera recordamos cómo leer…


    Nos miramos en menos,
    como desconocidos,
    somos cosas que pesan y miden
    y competimos por los mejores ataúdes
    de las grandes funerarias
    que nos imponen a su antojo
    mientras con inocencia púber
    creemos ser los que elegimos.


    Vivimos lejos de todo,
    todo es ajeno,
    nos desconoce el mundo
    y acabamos invadidos
    por inmigrantes en nuestras vidas,
    gente pequeña, gente vieja
    o gente como tú o gente como yo
    que hemos aprendido a vulnerar
    por una silla junto a la mesa,
    jefes de manadas cría cuervos,
    hermanos del poder
    que nunca tuvimos,
    sobrinos penitentes,
    herederos de la inconsciencia
    y progenitores de la insolencia
    de mirar a Dios como de tú a TÚ.


    La ciudad me ataca
    con su inocencia malparida,
    tiene ojos por las vidrieras
    donde graba mi desolación,
    se devora mi carne
    y relame los huesos que sepulta
    sobre sí.
    La ciudad no me teme
    porque reconoce mi camino,
    tiene sensibilidad de perra en celo,
    oprime las voluntades
    hasta que la mermelada de sus hijos
    pueda untarse sobre sus otros hijos;
    huyo por la ciudad
    donde hay cazadores de mi conciencia,
    y como una bestia asustada
    me refugio entre las sombras,
    sobrevivo de limosnas gubernamentales
    y mi collar anti pulgas me convierte
    en una propiedad del sistema;
    por eso me aprieto la voz y callo,
    soy un oso famélico
    bailando en bares y cantinas
    por una caña de vino,
    porque soy un hijo bastardo
    de esta ciudad que desconoce su paternidad
    y me vuelve proscrito
    a un costado de sus hijos incompetentes,
    de su jardín de zombis
    donde una vez pagué también por ser el preferido.
     
    #1
    Última modificación: 28 de Agosto de 2011

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