el autobús amarillo

cuando la depresión arreciaba me refugiaba en el closet
para que nadie me viera
para rehuir la monstruosa nube negra
y dentro del closet había una farola
y una calle alumbrada por la luz de la farola
y un poco más allá la parada del autobús
donde a veces esperaba el último del día
para subirme a él y que me llevara a cualquier lugar
donde nunca antes hubiera estado
nueva orleáns tal vez o suffolk (pero quién quiere
ir a suffolk)
lo mismo daba
a través de aquella oscura tierra de luces entrevistas a
lo lejos
de árboles mojados por la lluvia
de formas extrañas sepultadas bajo la niebla
donde los poetas buscamos la felicidad sabiendo que
nunca la encontraremos (¿y si a fin de cuentas estuviera
en suffolk?)
el autobús avanzando hacia su inexistente destino
siguiendo la misma ruta de siempre
entre la canción del viento nocturno colándose por
las ventanillas
y los fugitivos paisajes que iban quedando atrás
al final de la noche se detenía en algún paradero al
borde del camino
y yo bajaba y tomaba un lugar en la barra mientras el
primer rayo de sol despuntaba del otro lado de las
montañas
y una muchacha de ojos sonrientes me llevaba café y
panecillos con miel
envolviéndolo todo con su tibieza
y yo me preguntaba cuál era el secreto que uno
necesitaba saber
para volver la espalda a esa infinita carretera
y no tener que marcharse ya nunca
y vivir como viven los demás