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Diario: 16/10

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Troto, 16 de Octubre de 2025 a las 7:38 PM. Respuestas: 0 | Visitas: 37

  1. Troto

    Troto Pablo Romero Parada

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    Cuando pienso en crecer profesionalmente me doy cuenta de mi envidia. De lo inteligente que es la gente. Puedo creer que lo digo desde la humildad y la admiración sin descartar que haya de eso. Pero por dentro sospecho que si la gente fuera más idiota sería más fácil para mí crecer profesionalmente. Puede parecer lógico pero sospecho que no lo es. La idiotez viene de la rigidez, y hay que ser muy rígido para continuar quemándome en el deseo de buscar la admiración de mis padres convirtiéndome en Cortázar. Quiero decir, convirtiéndome en alguien muy inteligente o al menos en cualquiera que despierte la admiración de mis padres. No quiero machacarme porque caer en estos pensamiento me resulta muy humano aunque desee superarlos o al menos aprender a convivir con ellos.
    Vagabundear ayer con mis amigos, cenar kebap, escribir hasta tarde, leer hasta tarde, dormir poco... me hizo no tener un día muy inspirado hoy. Tuve relativa suerte de que el dolor de barriga no haya ido a más. No debo olvidar que si últimamente me cuido es por lo mal que el Helicobacter me lo ha hecho pasar últimamente. Cualquier persona sabe que la enfermedad tiene un poder transformador gigantesco. En ese sentido es como el miedo o la tristeza.
    Me siento muy afortunado de chatear con María. Treinta años de decepciones en el amor y de decepciones literarias todavía no son capaces de hacerme creer que soy incapaz de disfrutar de la literatura o de las mujeres. De hecho soy muy capaz. Incluso de soñar con compartir mi vida con chicas tan estupendas como María o de escribir alguna narración atractiva para alguien. No me avergüenza admitir que me gusta gustar como tampoco me avergüenza admitir que trabajo para ganar dinero con el que pagar las facturas. Ser consciente de porqué uno hace las cosas me parece una buena cualidad, y poder expresarlo sin la sensación de que intenten vacilarte un inmenso regalo. En ese sentido publicar aquí es una gran terapia. Me siento inmensamente agradecido con la idea de que alguien haya llegado hasta aquí con la lectura.
    Mi paciencia se debilita cuando me encuentro con alguien que trata de convencerme de ser una persona perfectamente feliz. Alguien que trata de convencerme de que si continúa con su trabajo de 40 horas no es por dinero sino porque le genera una felicidad sin dolores. Que su relación amorosa es infinita. Que su alma rebosa paz y alegría hacia sus hijos o familia. Me resulta especialmente frustrante cuando tengo la absoluta certeza de que no es así. Y cuando tratan de explicarme que hago mal. Es fácil herir mi orgullo en ese sentido. Creo que debería alejarme de esas personas y centrarme más en mí mismo y en María. Es más fácil cuando se trata de mis pacientes, puedo separar. O cuando la persona que tengo en frente ha llegado a un punto demasiado enfermizo a ojos de cualquiera. Así es más fácil cuidar o al menos a mí me lo parece.
    Cuando Manuel llegó a la Plaza de España desesperado por encontrase con Iris un día más, no supo diferenciar si el vuelco que le dio al corazón cuando está vez sí se la encontró y no a otra mujer de dudoso parecido, que además hubiera encontrado las agallas como para dirigirle la palabra, si ese vuelco era un motivo de alegría o de miseria. Había caído otra vez en ese punto en el que su obsesión era tan grande como para que nadie le creyera cuando decía que estaba enamorado. Él sabía que esa vez Iris lo iba ainvitar a casa y a darse cariños en cama. Que aunque no tuviera ganas de meter en problemas a Manuel con su mujer e hijas, que esa vez Iris acabaría por caer porque no tenía ninguna pareja a la que dañar y porque ella también estaba obsesionada. El sexo fue tierno y muy apasionado. De eso no hay duda. Es una lastima que una vez finalizado no surgiera nada más que el sueño y los conflictos de siempre.
    Manuel no tenía ni un duro y estaba demasiado dolorido para volver a casa, aún así accedió a abandonar la vivienda y a duras penas logró volver con su familia. Irene, su mujer, vivía con el pelo eléctrico y la ropa demasiado apretada y plástica como para que cualquiera pueda sentirse cómoda con ella. La comida y el tabaco eran un gran alivio. No el mayor claro. El mayor seguía siendo su familia. Se aliviaban de vez en cuando con un estilo al de Manuel e Iris, pero ya no tan apasionado. La obsesión había llegado al mecanicismo de cualquier cadena de montaje. Si eran felices, jamás lo hubiera dicho. Pero ellos decían serlo. Cuando no se gritaban y se lanzaban los trastos a la cabeza.
     
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    Última modificación: 16 de Octubre de 2025 a las 8:32 PM

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