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Carta a mi hija

Tema en 'Microprosas' comenzado por Charly0092, 16 de Octubre de 2025 a las 8:02 PM. Respuestas: 0 | Visitas: 42

  1. Charly0092

    Charly0092 Poeta recién llegado

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    Hombre
    Carta a mi hija

    Para cuando vuelvas a mis letras, buscando mi voz entre tus memorias.​

    Siempre creí que el amor a primera vista era cosa de cuentos, hasta que unos ojos me devolvieron la mirada, como queriendo entenderme; hasta que escuché tu llanto y vi tu sonrisa sin dientes. En ese instante se hizo realidad mi más grande miedo: el tiempo.​

    Supe que tenía un número limitado de minutos a tu lado. Supe también que un día no estaría allí para ti, para tomar tu mano en una noche fría, o secar tus lágrimas cuando tu corazón se rompa.​

    Así que te tomé en mis brazos, y tu calor se sintió bien en mi piel… no sé si porque eras mía o porque yo era tuyo.​

    Sé que no puedo vivir por ti, ni tú a través de mí; que mis errores no son tuyos, aunque los lleves tatuados en la piel como herencia mía. Pero puedo escribirte, y confiar en que volverás a mis letras buscando respuestas —o más preguntas— como vuelven las aves en la primavera.​

    Y confío en que, cuando nos volvamos a ver, con distintas pieles, me reconocerás de inmediato. Reconocerás la mirada ancestral, el devenir del tiempo en mis ojos, el ciclo del río.​

    Mientras te escribo, pienso en cómo la vida nos enseña con los mismos ciclos, y cómo estas vueltas son inevitables. Herman Hesse lo expresa así en Siddhartha:​

    “¿Recorrer el mismo círculo fatal? El río se reía. Sí, así era: todo lo que no se había terminado de sufrir y solucionar regresaba de nuevo. Siempre se volvían a sufrir las mismas penas.”

    El río se ríe porque nos observa creer que avanzamos en línea recta, cuando él conoce la verdad: volvemos una y otra vez al mismo punto, al mismo caudal, las mismas rocas, la misma herida, el mismo error. Igual que él, que al final del ciclo regresará al océano, se ríe de nuestra ingenuidad mientras nos observa intentando saciar lo insaciable, lo infinito… hasta que aprendemos de verdad.​

    El círculo fatal deja de ser castigo, para convertirse en espejo que transforma como “la carga más pesada”, divina. Lo que no se resuelve retorna. Lo que no se sufre hasta el fondo queda pendiente y regresa con otro rostro, otro nombre, otra piel, otro código genético.​

    Y en medio del mar muerto, de la sal, Nietzsche nos recuerda:​

    “Esta vida, tal como tú la vives y la has vivido, tendrás que vivirla todavía otra vez y aún innumerables veces; se te repetirá cada dolor, cada placer, cada pensamiento, cada suspiro y todo lo indeciblemente grande y pequeño de la vida.”

    ¿Cuál es la lección que seguimos repitiendo una y otra vez, aunque cambie la forma, aunque cambie el rostro? La vida puede ser un círculo: repetir patrones, heridas queloides, con distinta piel, distinto rostro y perfume, pero el mismo núcleo, la misma raíz.​

    El secreto no está en morderse la cola, como el uroboros primigenio. Está en integrarla, como describe Jung: “el animal que se devora a sí mismo”, que reconoce su sombra una y otra vez, un número infinito de veces. Cada vuelta no es repetición estéril, sino espiral: un aprendizaje que nos eleva y nos transforma, como a Sísifo, cuya sonrisa es más real cada vez que alcanza la cima.

    Imagino tu risa, cómplice y luminosa, real al final y el inicio de cada ciclo.​

    Hasta que la eternidad nos vuelva a unir.​
     
    #1
    Última modificación: 16 de Octubre de 2025 a las 8:11 PM

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