Ausencia

La ausencia no grita.
Se desliza entre mis cortinas
y se posa en toda vajilla sin usar.

Su música es carcoma.
Como la de este suspiro que no llega a ser verso,
como cuando escucho, despacio,
golpetear en mi oído
que este miserable mundo sigue,
pero con falta de ritmo.

Suspiro cortado
en una copa sin vino.

Las ausencias nunca mueren:
se convierten en muebles.
Se acuestan a tu lado.
Se ríen cuando hablas sola.
La oigo por la noche,
rozando los zócalos pétreos y fríos.
Como una rata culta
que aprendió latín,
solo puede caminar recitando tu nombre.

A veces la confundo con Dios.
Otras, con tu sombra.
Pero siempre me gana:
ella se queda.
Tú no.
Y yo, Isidora.
Yo le escribo sonetos
como si fueran exorcismos.

Pero no se va.
Solo aplaude,
silenciosa.

 

La mesita estaba incompleta...
y no eran solo las cartas, o el golpeteo en la puerta...

En la parte posterior se encontraban dos marcas de largueros y cuatro perforaciones.

Al parecer eran dos postes de madera cuadrada que podían ser base para un espejo... o dos... o tres...

En las huellas resaltaban fragmentos de pinturas y lacas... por allí caoba, negro, blanco...

La mesita no solo contenía las cartas, al parecer podía tratarse desde un mueble para maquillarse con un reflejo central y dos laterales con goznes... hasta un altar para rituales oscuros... el cambio de color tan extremo lo respaldaba. Mientras el ancho y profundidad de las huellas y tornillos indicaban que sostenían mucho peso.

Pero los espejos... ¿a dónde fueron a dar?

A menudo los espejos sirven no solo para reflejar la imagen... muchas veces reflejan los pensamientos y deseos más ocultos.
Incluso su marco sirve para sostener momentos capturados en el tiempo, desatando sentimientos incluso más intensos que los apresados.

Lo reflejos de posturas, ropas, encajes, disfraces, anhelos todos...
Incluso ayudaba con papel calco para trasferir dibujos y otros artes, y con su inclinación distribuir las luces para dar un ambiente adecuado a ser eternizado.

Pero su ausencia... deja tantos vacíos sin fondo ni respuesta... ni relación alguna con lo anterior.

Nada nada.
Que la luna altera los sentidos del tiempo y espacio.

Y los exorcismos al parecer no funcionan.

¿Y si escribimos sus nombres en papeles que luego rompemos y quemamos, mientras abrimos las ventanas para que la brisa nocturna devore en el espacio exterior el humo y cenizas?

Yo empiezo... r...

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Ryuichi Sakamoto - Solitude.

 

¿Y si en lugar de romperlos, los nombramos en voz baja? No por perdón, ni por redención, sino solo para saber si aún duelen. Porque los nombres que no se pronuncian revientan por dentro, y yo prefiero que sangren afuera.

El altar que fue mesita ya no sirve para maquillajes, ni para cartas. Ahora solo sostiene recuerdos —pesados como marcos vacíos— y algún dios menor que, aunque ya no escucha plegarias, aún pide vino.

Los espejos, Dragon… quizás nunca existieron. Tal vez reflejaban solo lo que deseábamos ver. Y al irse, se llevaron consigo la mentira que sostenía la cordura. Por eso duele más la ausencia que el cristal roto.

He escrito los nombres. No los rompí. Los doblé siete veces, como plegarias invertidas, y los escondí bajo la pata coja de la mesita. A ver si esta vez el mueble se mantiene en pie con la verdad como cuña.

Y luego, sí, abrí la ventana. Pero no entró la brisa. Entró algo peor: el eco.

Y el eco, querido amigo, no se quema. Solo responde.....

 

Hola... holaaaa... hoooooolaaaaaa

Eres bella.... bellaaaaa... beeeelllaaaaaa

Soy una farsa... farsaaaaa... faaaarsaaaaaaa

Lo bueno del eco, es que sigue las instrucciones.
Así que mejor no le echemos insultos ni maldiones... que se rebotan.

Mejor veamos...
SOLEDAD... SOOOOOOLLLLL.... EDAAAAAADDDD
ESPERANZA... PANZAAAAA... PAAANZAAAAA
GUMERCINDA... ERCINDAAAA... CINDAAAAAA

Pues lo de decirlos en voz baja no me sale y he aprovechado el eco.

Y debo reconocer que me duele decir sus nombres.

Pero un té con limón, yerbabuena, miel de abeja, y un tercio de botella de ron me alivian la garganta.

SALUD!!!

Gracias por estar visible, por brillar en la oscuridad.

 

Brindo con la copa vacía, pero el eco me ha dejado borracha. Probé repetir tu receta: té con limón, yerbabuena, miel… pero el ron se me fue de las manos, y terminé hablando con el espejo que ya no está. Le conté de Gumercinda. Se rió. Me llamó por mi segundo nombre —el que nadie dice, ni en voz baja— y luego desapareció en una carcajada.

Tienes razón: los nombres duelen. Pero duelen más cuando riman con la esperanza.

Así que esta noche, en lugar de plegarias, he puesto música vieja. Y he dejado la ventana abierta, no para que entre el eco, sino por si alguna carcajada se anima a colarse.

Gracias por devolverle sentido al silencio, y por reírte de lo que ya no quema.

Con tinta, no sangre.
Con voz, no suspiros.
Y con un brindis: por los farsantes que seguimos aquí.
(Sobreviviendo al espejo).

 

Smile and shine
Extraño los reflejos verdes en los bosques de Japón en estas fechas.

Salud que el mundo se acaba... en un centenar de millón de años más.

 

TOMOEEEEEEEEEE............

 

Brindemos entonces,
por los bosques que aún nos sueñan verdes,
aunque no estemos allí para verlos florecer.

Por el fin del mundo,
que siempre llega tarde
y nos encuentra con el vaso medio lleno
y la cuenta sin pagar.

Y por los reflejos —
esos que, como tú,
vuelven en forma de sonrisa y sombra.

(Sobrevivimos.
Y hasta a veces, brillamos)

 

Dios... estoy mareado.

Me gustan tus poemas y tu manejo de las palabras.

 

Cordura y Locura.
Las alterno sin orden ni preferencia. Una me sostiene; la otra me recuerda por qué sigo. A veces les hablo en voz baja, otras les grito desde el pecho. Todo depende del eco. Del día.

No es que diga tonterías, Es que algunas verdades prefieren vestirse de absurdo. Y tú sabes leer entre los disfraces.
Gracias por resonar con mis poemas. A la mayoría le incomodan... o no los entienden.

Y gracias por estas risas, justo cuando el espejo amenazaba con quebrarse.

Salud a tu nombre Dragon!
Que ni la Locura ni la Cordura lleguen solas. Y si lo hacen... que al menos traigan absenta.

 

Te pido disculpas si llegué a lastimarte inconsulto.
Así que en compensación te autorizo a que me pidas que haga a primera tontería que se te ocurra.
La vida es un teatro, y su signo son las caretas de la risa y el llanto.

Vamos.
Usted pida que yo... desobedezco.

Salud al nombre con que te nombro Tzuki (Luna).

 

No hay ofensa alguna que haya rozado mi espíritu, ni sombra que haya oscurecido el breve instante de nuestro cruce.
Si algo hubo, fue tan leve como la brisa que, al pasar, solo despeina una flor sin arrancarle el perfume.

Agradezco sin solemnidad —pero con esa ironía dulce que nos da el siglo— la gentileza de su disculpa,
que no tomo como necesaria, mas sí como galante.

Y en cuanto a la tontería que me autoriza a pedir…
le diré que ya lo ha hecho: me ha arrancado una sonrisa. Y eso, en estos días, es joya rara.
Así pues, continuemos la mascarada:
usted desobedece,
yo no ordeno,

Salud al nombre que me ha dado,
y al dragón que recuerda en japonés
lo que otros olvidan en su idioma.

 

Ayyyy...
Andaba tan sediento que creo que .bebí hasta el enguaje bucal.

Ha sido para mi una madrugada fabulosa... y según entiendo también fue un disfrute para ti Isidora... lo que me alegra sobremanera en mitad de esta resaca.

Te agradesco Luna que hayas descubierto mi terrible defecto de renombrar.

Supongo que lo heredé al notar como mi propio nombre era pronunciado diferente según la persona y momento.
Ya ni yo mismo sé si me llamo Óscar, Oscar u Oscár... pero a pesar de las variantes me sigo identificando.

Me alargo en explicaciones no pedidas, pero Tzuki, esta resaca me puede.

Es un placentero gusto interactuar contigo, con tus palabras, sentimientos y esencias. Por tu valioso contenido... que no requiere nombre.

Un beso y voy a recuperarme para llegar hasta el sunday.

Best regards... ¿o eran greetings?

Como sea... gracias a ti por esta delicia de momento.