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Amor artificial (parte 1) - Cadenas de acero y venganza II

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 31 de Mayo de 2025. Respuestas: 0 | Visitas: 208

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron y Gale Anne Hurd.

    Amor artificial (parte 1) - Cadenas de acero y venganza II

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    Fue entonces cuando llegó ella. La comandante de la Resistencia, Leticia Ortiz; una mujer alta y fuerte, de piel morena clara, con el cabello negro recogido en una coleta, y esa voluptuosa belleza que su sangre mexicana le otorgaba, aun en las duras condiciones de la sobrevivencia diaria. Entró en la sala con pasos silenciosos. Iba a revisar que la bioandroide estuviera aún cautiva, lista para ser analizada y de ser posible, reprogramada a favor de Tech-com. Se detuvo al oír las risotadas. Estuvo escuchando tras una pared unos instantes.

    —¡Miren, la puta mecánica tiene vagina! — grito un joven soldado con el rostro cruzado con una amplia cicatriz; mientras introducía unos dedos de manera obscena a la parte más intima de la mujer. Leticia reconoció de inmediato al dueño de esa voz: un joven soldado conocido como Ramírez, cuyo rostro estaba marcado por una cicatriz que le atravesaba de la frente a la barbilla.

    —¿Creen que podamos follarla?— dijo otro.

    —Si no tuviera tanta fuerza, sin no fuera peligroso, la pudiéramos soltarla y enseñarle cómo satisfacer a unos machos de verdad. Seguro que esos robots con los que anda no saben lo que es el sexo. ¡Debe de estar desesperada por ser follada, la muy perra!! — ladró el que hacía de líder, entre risas.

    Acto seguido, se inclinó sobre el androide y colocó una mano en su pecho derecho, mientras su otra mano blandía un cuchillo de hoja desgastada.

    —Lo que voy a hacer es cortarle las tetas y dárselas de comer a los perros guardianes—dijo con una sonrisa sádica, comenzando a maniobrar el arma con intención.

    En ese instante, Leticia sintió cómo un torrente de rabia subía por su cuerpo. Su mandíbula se tensó, y sus puños se cerraron tan fuerte que los nudillos se le pusieron blancos. No podía creer lo que estaba viendo. Aquellos hombres, sus hombres, los mismos a quienes había entrenado y en quienes había depositado su confianza, se comportaban como bestias salvajes, perdiendo toda humanidad en un acto de sadismo que ni siquiera el Apocalipsis justificaba.

    —¡Alto!— se oyó gritar de forma imperante. La imponente figura de Ortiz entro como un tornado.

    El grupo se detuvo de inmediato, las risas muriendo en sus gargantas. Los tres hombres giraron la cabeza hacia la entrada, donde la figura de Leticia se alzaba como una tormenta desatada. Sus pasos resonaron como truenos mientras entraba, cada movimiento cargado de una autoridad que no admitía discusión. Sus ojos, normalmente oscuros y serenos, ahora centelleaban con una furia que hacía que incluso los más endurecidos entre sus soldados retrocedieran.

    —¡Deténganse ahora mismo! —gritó, su voz resonando como un trueno. Los hombres, sorprendidos, dieron un paso atrás, el miedo brillando en sus ojos.

    —¿Qué demonios creen que están haciendo? —espetó, su voz llena de desprecio. Su mirada pasó de uno a otro, como si intentara grabar sus rostros en su memoria para que nunca olvidaran el momento en que habían traicionado todo lo que representaba la Resistencia

    Los soldados intentaron balbucear excusas, pero Leticia los silenció con un gesto de la mano. Su ira era un torrente que no podía contenerse.

    —¿Así es como usamos nuestro tiempo? ¿Así es como luchamos por la humanidad? ¡Comportándose como los mismos monstruos que estamos tratando de destruir! —Continuó avanzando hacia ellos, su presencia creciendo con cada palabra. Cuando llegó frente al líder, que todavía sostenía el cuchillo, se lo arrebató de un tirón y lo lanzó al otro lado de la sala.

    —Pero, comandante... —intentó excusarse el líder del grupo—. Es solo una máquina. Los que son como ellas han matado a muchos de los nuestros. Merece esto, y más.

    — Se lo que es— contento Ortiz— pero el problema no es a quien se lo hacen si no el hecho en sí. El que se hayan rebajado a torturar a una prisionera en estado indefenso es lo que me molesta. Se comportan de forma despreciable, como chacales ante carne fresca. ¿Qué no aprendieron cuando John Connor ordenó quitarles las "consoladoras" a los soldados, esas mujeres de las que abusaban. ¿Ahora piensan en violar a una mujer artificial? ¡Son unos cerdos, enloquecidos de lujuria, hambrientos de violencia!

    —¡Ella no no es una mujer, ni siente dolor!— grito rabiosamente el líder, escupiendo espuma por su inmunda boca.

    —Es una mujer, —respondió la comandante, acercándose a la T-990, observando sus heridas con una mirada de dolor y compasión inesperada—. Es una bioandroide, es más humana que máquina. Es un modelo sumamente avanzado, la han creado para ser mujer. La Resistencia sabe que ella es totalmente capaz de sentir dolor... ¡Ha sentido todo lo que le han hecho como cualquier persona, aunque no quiera expresarlo!... Y aunque ustedes no lo entiendan, cerdos ignorantes, ella merece conservar su dignidad femenina, no porque sea totalmente una mujer, sino porque representa eso mismo, ¡una mujer, una mujer como yo y como todas!....Esto es una atrocidad, y me avergüenzo de ustedes.

    El silencio en la habitación era absoluto, roto solo por el sonido de la respiración pesada de Leticia. Finalmente, señaló la puerta y dijo, con una calma gélida que era aún más aterradora que sus gritos:

    —Fuera. Ahora.

    Los soldados bajaron la cabeza, murmurando hipócritas disculpas antes de retirarse, incapaces de sostener la feroz mirada de la comandante. Ella se quedó sola con la Terminator, la pálida figura desnuda y herida, pero inquebrantable en su postura.

    La comandante dio un paso adelante y, con una delicadeza inaudita, tocó el rostro de la T-990, limpiando un rastro de sangre con el dorso de la mano.

    —Siento lo que han hecho, —susurró—. Quizás seas un ser artificial, pero sé lo que es ser mujer. Y nadie debería ser tratado así.

    La T-990 la miró fijamente, sus ojos azules centelleando en la penumbra.

    —Gracias, —dijo la T-990, su voz era baja, pero contenía una suavidad que parecía casi humana— Tú eres la única aquí a quien no voy a matar.

    La comandante frunció el ceño, confundida, pero antes de que pudiera responder, la mujer biomecánica inclinó ligeramente la cabeza, como un gesto de reverencia, y luego se quedó en silencio. Ortiz cubrió su cuerpo con una sucia y amplia manta usada para proteger maquinaria computacional sin usar. Se la anudó al cuello, ocultando así su blanca desnudez. La comandante la miró una última vez antes de marcharse, pensando que aquellas palabras eran solo una amenaza vacía, un intento de manipulación.
     
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    Última modificación: 31 de Mayo de 2025

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