Amor a destiempo

Nos conocimos en un lunes que parecía jueves, con la luna equivocada y los relojes haciendo huelga de minutos. Vos venías de un invierno que no era tuyo, con las manos todavía tibias de otro abrazo, y yo venía de quedarme solo con los ecos. Fue un cruce torpe, como esos trenes que no deberían encontrarse pero lo hacen… por capricho del destino o porque el universo se entretiene armando rompecabezas que no encajan.

No era nuestro tiempo.
Ni el calendario, ni las estaciones, ni las costumbres sabían qué hacer con nosotros.
Vos hablabas de proyectos y yo de cicatrices.
Vos soñabas con raíces, yo vivía en el vértigo de lo que no se queda.

Pero igual nos miramos.
Igual te reíste como si el mundo no doliera, y yo te escuché como si por fin alguien entendiera el desorden de mi alma.
Te habité en silencio, como se habita una melodía que no se olvida aunque no se sepa cantar.
Y vos, sin saberlo, me nombraste en tus ausencias.

Éramos dos relojes rotos que daban la hora correcta, pero en distintos husos emocionales.
El amor, ese animal salvaje que nadie doma, nos olfateó de lejos, nos rozó, nos tentó…
y siguió de largo.
Porque el amor también tiene su itinerario, su estación correcta, su señal verde,
y a nosotros nos tocó en rojo.

Ahora camino con tu nombre doblado en el bolsillo izquierdo del pecho,
como un boleto sin fecha,
como un poema que aún no escribo porque duele,
porque todavía —aunque no lo sepas
te espero en otro tiempo.

En el tiempo donde los lunes serán jueves,
y vos y yo lleguemos, al fin,
a la misma hora.