Accidente doméstico.

Soy.
Soy el accidente que no elegiste.
Ése que coaliciona contra imágenes.
Borrosas y tempestuosas,
que se disuelven entre lo que escribo.
Entre aquello que me distrae,
como la música,
y se vuelve muchos pedazos de cristales.

Porque todo lo más hermoso,
también se transforma en demonios.
En monstruos que nos atormentan,
cuando nos quedamos solos.
Cuando ese silencio que somos,
se escurre por entre los poros de nuestra piel
y se mofa con nuestros miedos.

Porque tu decidiste irte hace demasiado tiempo,
pero el cadáver que dejaron tus ojos,
reflejados en la retina,
de los que veo frente al espejo,
tienden a tararear tu cd favorito.
Ése que continúa en el fondo de mi escritorio.
Guardado y ocupando un lugar vacío.

Yo sigo aquí,
porque ése es el verbo conjugado que mejor me queda.
O mejor dicho,
el que por autómata decidí ejecutar.
Como el ladrón que está caminando hacia la orca,
y escucha los susurros andantes de las cadenas,
y decide cantar una plegaria más al cielo.
Para calmar el inicio de un fin anunciado.

Ese final que siempre te burlabas,
cuando veíamos en tus películas favoritas.
El que preferiste elegir sin una risa amarga,
cuando la cerradura de casa,
cambió y la llave se la tragó el cajón del mueble.
El que decidí tirar a la calle,
y cambiar.
Si,
aunque yo para nada lo haya hecho.

 

De tanta soledad solo quedan nuestros fantasmas como presencia ineludible,
los recuerdos, imágenes que evocamos desde ese momento en la ausencia se
hace tangible. Dolor y desaliento en estas melancólicas letras que disfruto.
Besitos cariñosos apretados en tus mejillas.