A las milanesas

Oh destino caprichoso de mis antojos,
yo, humilde mortal con colesterol rebelde,
levanto mi voz al cielo y declaro sin temores:
quiero bajar el colesterol comiendo milanesas y papas fritas.

Sí, lo quiero, lo deseo, lo imploro:
que la ciencia se apiade de mis ganas,
que la nutrición se reinvente de cero
y que el aceite, por arte de magia,
cuente como vitamina.

Oh milanesa dorada, poema crocante,
¿por qué tu amor me sube los números?
¿No ves que mi corazón late más fuerte
solo de imaginarte?

Y vos, papa frita, estrella del plato,
¿no podrías ser más saludable por un día?
¿Hacerte la ensalada, aunque sea de mentira?

Clamo al universo esta utopía culinaria:
que mis análisis salgan perfectos
después de un festín glorioso,
y que mi doctor me diga:
“Seguí así, ¡estás mejor que nunca!”.

 

Hasta entonces vivo la contradicción sublime:
cuidarme… pero con gusto.
Porque, seamos honestos,
¿quién puede pelearle al colesterol
cuando hay milanesas de por medio?

 

Ay, sufro del mismo dolor, pero a mi me llenan de ensaladas y al final un pedacito pequeño de milanesa, ¡Sin papas!. Por Dios. Qué suplicio.
Un gusto leerte.