Recuento visceral

Se peinaba frente al espejo de color púrpura. No era su rostro el que veía, sino la eterna sombra desdibujada en el ocaso, haciéndole la misma seña somnolienta de fracaso. Sus brazos parecían dos agujas meciéndose en el compás desentonado del tiempo. Solo faltaban los pasos retrocediendo hacia la casa de vidrios rotos, en donde una mecedora late incorpórea en el umbral. Seda de dedos la recorren, el sueño se duerme en aquel aparato que contiene la fuga del mamotreto llamado cuerpo. Su cuerpo. Apenas dos líneas corrompiéndose en la espuma sanguinolenta del otro yo, llamado él, siendo su verdadero nombre “abandono irónico de besos”.

Sigue peinándose mientras siente el caos titilar en la última estrella, su llama apagada le recuerda al calor del vino tinto excitado de sus entrañas, que en el momento oportuno se convertían en carne sucumbiendo al tirano invisible, reventándola, llenándola, asfixiándola, y luego devolviéndola a las mariposas diminutas de sus sienes.

El peine ha dejado de moverse entre los pliegues de su pelo. No tiene sentido obligar a una costumbre carcomida entre los dientes del ello, vencedor absoluto de la última batalla de su Tánatos reprimido, hasta ese momento, cuando se convirtió en el verdugo del amor ultrajado por su odio ancestral.