Susurro

Una sórdida noche, Juan evocó al trágico suceso que había ensombrecido su festejo de cumpleaños trece años atrás. A nadie culpaba de su orfandad porque reconocía lo estrecho y sinuoso del camino por el que se anda en esta vida. Pero el abandono que lo asaltaba lo indujo a buscar esa conexión intemporal que sólo puede establecerse con el ser amado.

De sus labios brotaban melancólicas preguntas que iban dirigidas a su madre. Ella había muerto en compañía de su esposo cuando se dirigían a recogerlo del colegio para que juntos celebraran el aniversario al que hacía referencia. Entre otras coas le preguntaba: ¿cuál fue la prisa por llegar? ¿Acaso ignorabas que ir al más allá es boleto sin regreso? Palabras que se escuchaban sin dejo de reproche.

De súbito, su monólogo se interrumpió por el deseo de escuchar una risa que rompiera el silencio en el que ya se hundía; compulsivamente, se aferró a varios libros y un pez disecado al que su madre le tuvo especial estima. Pero su curiosidad se reactivó y con añoranza inquirió: ¿la voz de mi padre es igual a la que recuerdo?

Para no agobiarla con sus dudas, la invitó a que tocara su corazón, para que mediante el proceso de ósmosis, se enterara del enorme caudal de recuerdos que durante el transcurso de su existencia había atesorado.

Sin embargo, la invitación tenía un doble propósito; cerciorarse también si la ardiente ojiva calibre 9mm había cumplido con la misión de llevar su alma a la dama de sus amores.