El envenenado.

Están pasando por mis oídos
los mosquitos largos de la rutina
y el licor solo ofrece
desenfreno loco en el carro
sin gasolina.

La carretera desierta,
en soledad se camina,
oscuridad del borracho que dice tonterias.

Me encierro en el closet.
Tomo mi última bebida,
mientras despliego mi
sincera grosería.

Las corbatas se caen,
como en mil tiras
y me dicen cobarde
desde la cocina.

Lloro un momento
y digo un lamento.
Las pantallas de mis ojos
no alumbrarán de nuevo.

Y los mosquitos,
siguen pasando.
Se beben en lamento
la sangre del envenenado.



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