Doscientos

Uno sencillamente no podía dormirse.
Habían sido cuatro días perdurables, para siempre.
Días de muchedumbres como nunca vi,
de sonrisas como nunca vi, de mirarnos
a los ojos; de volver reconocidos.
De encontrarnos.
No podíamos dormir. El tren nos había
llevado lejos esta vez. Mi hija volvía
envuelta en banderas. Su hombre tenía
una sonrisa franca. En las calles, la turba
nos había arrasado con su amor enorme,
con su apretón tierno y blando.
Cantamos el Himno cinco veces, parados,
de cabeza, con orejas de burro, y en
silencio; llorando de a ratos.
Qué bendición nos ha acogido de pronto.
Ninguna.
Sólo una deliciosa conjura de hombres
honestos, que nos devolvían cosas
sabidas: las banderas de nuestros abuelos,
[FONT=Arial]sus colores; las caras curtidas del ayer,
[FONT=Arial]sus vidas, pocas certezas y muchas verdades.
[FONT=Arial]Ay, de aquel que no vea este presente
[FONT=Arial]lúcido; amalgamado con ese otro pasado
[FONT=Arial]negado y escondido.
[FONT=Arial]Hoy, las Avenidas separan Tiempos.
[FONT=Arial]Alfombras rojas y banderas al viento;
[FONT=Arial]Millones y cientos.
[FONT=Arial]Sólo les faltaba la Infanta para atestiguar
[FONT=Arial]su infortunio de momios. Ese triste rostro
[FONT=Arial]apergaminado y muerto.


[FONT=Arial]Por la calle, al fondo, alguien empeña una
[FONT=Arial]tonada, equivoca y vuelve a empezar.
[FONT=Arial]Empeñémonos que esta vez nos sale.[/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT]