Compensación

Asidos a un prisma de caras romas
los ojos siempre envidian al sórdido diamante.
Entonces qué mejor que cerrar los párpados,
que apaciguarlos como un animal doméstico
y encerrarlos con el candado de oro abroquelado
y echarlos hacia a la armónica rutina
de un corazón que necio busca decoro
o dejarlos, resguardados y compungidos,
ante la dolorosa y larga pitanza
que tiene la mirada en los cuervos.

Ah, qué mejor que dejar crecer a las pestañas,
que dejarlas madurar poco a poco
y luego mostrarlas entre el pulgar y el índice
con la esperanza de juegos desesperanzados.
Qué mejor que acostumbrar a la pupila
al corpiño del momento, al pecho inasible,
a la leche preñada de la esterilidad del mundo
y dejarla correr como una gran boca
que pide gota a gota, desesperadamente,
la sangre oscura brotando de las piedras.

Ah, qué mejor, nada mejor, que llorar por uno mismo.
Y derramar lágrimas de inercia
para nuestra muerte siempre en movimiento.

 

Poeta de mi tierra siempre es un placer leerte en cualquier foro...

Abrazos de colores,