Amasijo silvestre

El hilo de la estopa arde. La lengua azul
empapada de alcohol descubre sus dientes,
blancura uberal, tundra feroz.
La noche borracha cae, la herida es de sueño.
La luna siega como guadaña. No hay estrellas
ni testigos. Los ojos de los muertos son la espiga.
Hay muslos como pan partido
y cuchillos leudados. Una tórtola exiliada de su sangre.
Cangrejos bilabiales, coyotes desatados de su aullido.
Dulces lotos de biznaga y violines de murciélago.
Una piel que es lo más lejos continúa.
¿Hasta dónde, epicentro de cebolla, farolito?
Hasta la oscura radícula del hambre,
el grano de sal encendido, inabarcable.
Luego el grumo en el tamiz, el solo de tripas.
Esta abeja arrancada de su aguijón.
Y llamar desde la esquina de un ombligo
en todas direcciones: ni un taxi se detiene.
Y luego retraerse, constiparse, vestirse.
Abrir la ventana, evacuar el humo exudado,
encontrar los ojos en el móvil, la cordura, la cartera.
El último sacude las cenizas y apaga la lámpara,
pero aquí no hay nadie.

12 de septiembre de 2025​

 

Un excelente ejemplo de poesía surrealista, imágenes originales y atractivas en esa noche tan especial. Abrazos.

 

Un relato extraordinario, mis aplausos Pedro. Es una belleza tu poema.