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El Mundo Según el Artista

Tema en 'Prosa: Infantiles' comenzado por Escarzaga, 16 de Abril de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 878

  1. Escarzaga

    Escarzaga Art is long, time short

    Se incorporó:
    16 de Abril de 2017
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    La historia que voy a relatar sigue intrigándome a día de hoy. Todavía cavilo en silencio, pensando en mi amigo, y en su aventura casi desquiciante. Este ‘amigo’, al que llamaré M, era alto y esbelto, con una mente abierta y una imaginación capaz de brotar de las ideas más simples. Por aquel entonces no conocía mucho a M. Sabía que era pintor, y que había pintado cuadros por el mundo entero. Su fama no le precedía, pero seguramente hubiese podido ser un gran artista. Una vez pude apreciar uno de sus cuadros. Me sorprendió enormemente su talento, tanto técnico como artístico, además del impacto que el cuadro provocó en mí. Aquel día le visité a una hora extraña, y teníamos tanto tiempo libre que empezó a relatar un demencial cuento de hadas.

    M había visitado muchos países y continentes, pero nunca había visitado la Antártida. Así que decidió cogerse un barco y navegar hasta el gélido continente. Allí conoció a unos seres extraños y curiosos; eran pequeños, de huesos y frentes anchas y miradas escurridizas. Le contaron a M que vivían allí desde hacia milenios, y que su pequeño poblado no desaparecería nunca puesto que tenían en su poder un diminuto árbol plantado en mitad de una plaza. Cuidaban y mimaban al árbol, hasta lo defendían con su propia vida. En el árbol se podían divisar pequeños frutos verdes. M, desconcertado, preguntó por esas esferas brillantes. Los seres le dijeron que esos frutos eran los diferentes mundos del universo, y que ellos, los llamados ángeles por el ser humano, estaban destinados por una fuerza mayor a guardarlos y protegerlos.

    En otra ocasión, me contó que recorrió todos los países de Sudamérica, en busca de tesoros y aventuras. Y en poco tiempo se topó con algo inesperado. Iba andando por las espesas y calurosas selvas, donde los mosquitos eran del tamaño de su puño y la camiseta se convertía en una segunda piel. Ahora mismo no me acuerdo del sitio exacto donde ocurrió pero si sé que fue cerca de un archipiélago llamado Sándwich del Sur. El pintor no tardó en hallar una pequeña losa que sobresalía del suelo. Presionó la piedra, y para la sorpresa de M, que retrocedió asustado, se abría en el suelo una escalera de piedra en forma de espiral. Curioso, nuestro personaje bajó, y con la ayuda de su linterna Xenón pudo divisar un gran ordenador al final de la cámara. Estaba siendo controlado por un hombre de avanzada edad, que tenía el pelo muy largo y canoso por entero, además de tener una extensa barba también blanca. Le llamó la atención la longitud de su cabello que rozaba el suelo y aún así estando sujeto en una hermosa coleta. Aquel hombre le dijo que no podía controlar el crecimiento de su pelo debido a los siglos, milenios y años que habían pasado. M le dio unas tijeras que llevaba en el bolsillo, y a cambio, el extraño hombre le explico que desde aquel ordenador podía proteger al mundo, que se había desviado ciegamente de sus ideas iniciales. Le dijo que el hombre había transformado todo lo que el divulgó. M no comprendió del todo aquellas palabras tan negativas, pero quedó conforme y se despidió.

    En otra historia, M me contó que viajó al espacio en busca de su cuadro perfecto. Se detuvo en Marte, donde conoció a unos científicos que exploraban el lugar. Marte no era como él había soñado de pequeño. Aquellos científicos eran de todas las partes del mundo, y querían comprobar si Marte era más saludable para el hombre, puesto que la gravedad no tendría que sostener todos nuestros órganos y por tanto, podríamos vivir más. Estos científicos se parecían a los pequeños seres de la Antártida, pero M no se dio cuenta y continuó su viaje. Volvió a la Tierra, deseoso de comerse una hamburguesa y de embarcar en un nuevo viaje.

    Esta vez decidió volver a España, concretamente al norte para poder captar los acantilados y las nubes esponjosas que a veces se reflejaban en el mar. En un conmovedor atardecer en el acantilado, M vio una figura antropomorfa en un puente cercano. Decidió acercarse. En el puente se hallaba sentado un ser extraño, con cuernos y una larga cola. Tocaba una jocosa melodía con un viejo violín amarillento. A su lado se encontraba una hermosa loba de un aterciopelado pelo negro, que bailaba al compás de la música. M se unió despreocupado a ellos, y bailaron y tocaron hasta la medianoche. Después, sentados junto al fuego, compartieron historias. El ser de los cuernos contó como su hermano le echó de debajo de la tierra para vivir en la superficie. Describió con un tono burlón que su hermano tenía mucho pelo y que siempre estaba embobado mirando a una pantalla. M pensó que quizás su hermano había olvidado la alegría de vivir. La loba le contó que siempre había querido viajar, pero no podía porque tenía los dientes muy largos y un aliento poco soportable, así que los humanos no la permitían el paso. M la adoptó y la vistió de perro. Juntos, decidieron hacer el camino de Santiago. Viajaron a pie entre blancas playas y bosques frondosos y encantados, donde el tiempo ni dolía ni curaba. Finalmente llegaron, pero se fueron después al cabo Finisterre donde, en un pequeño faro, habitaba un duende de dichosos ojos y de ancha barriga. Era él quien se encargaba de que los hombres no se estrellaran contra su propia tierra, de la que tanto desconocían. El duende les contó que era buen oficio, y que ganaba un salario respetable; lo suficiente para cuidar de su familia. M y la loba durmieron aquel día en el faro. Al día siguiente se despertaron por el bello canto de una ballena, que cantaba una melodía de Puccini. El duende les dijo que era su rutina todas las mañanas y que a veces le deleitaban cantando duetos con las sirenas. Pero según la loba, a pesar de tener voces dulces y melodiosas, pensó que las sirenas tenían un rostro perturbador.

    M volvió a mí de repente, algo abrupto. Pero parecía tan feliz como siempre, ¡pobre iluso! Le dije que debería también inventar cuentos para venderlos. Pero él me respondió que no eran simples cuentos, si no que fueron viajes espirituales, de los cuales pudo desarrollar su talento artístico. Me repetía constantemente que no todas las personas ven el mundo igual.

    En fin, he de decir que M se superaba cada año; sus historias eran increíbles. Puse un clip a su informe y le acompañé a su celda. “Estás loco” le dije suavemente no sin cierto remordimiento y pena. “Mi locura no es mayor que la tuya, solo que yo prefiero mi mundo a la gris cárcel que vosotros, insensibles que matáis y no lloráis por amor, nos obligáis a creer”, me dijo con tono sereno, tranquilo. Cerré la puerta de su habitación con cierta alarma y preocupación y me dispuse a salir del manicomio, agitado por aquellas últimas palabras de tan melancólico corazón.
     
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