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La complejidad del itinerante

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por danie, 22 de Octubre de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 737

  1. danie

    danie solo un pensamiento...

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    Sabe Dios, únicamente, lo qué será de aquella alma vagante y en pena que deambula por los pasillos de la imponente noche. Ya ni las ruinas, ni un desquejo de lo que era de él queda.
    Entumecido, tal vez, por el glaciar de la soledad que empaña sus recuerdos, de una vil manera muy singular camina.
    Que irónico, nefasto y cruel destino lo juzgó sin sensatez.

    El padre tiempo lo observa con su péndulo oscilante. Su respiración se esfuerza, producto del viento helado que le sopla la nuca, él sabe que la arena del reloj cae rápidamente, él sabe muy bien que estos minutos concebidos son un regalo divino, más que un regalo, hasta podría ser un don para terminar lo que comenzó.

    El cansancio en sus piernas es agotador, y lo peor de todo es que la noche recién comienza.
    Jadea, le cuesta deambular, pero ahora no es momento de pensar, debe seguir, su destino le confiere esa responsabilidad.
    Que mejor que la noche para deambular tranquilo sin la prejuiciosa mirada diurna de la masa popular, los ojos de la muchedumbre, los murmullos ensordecedores, las risas sarcásticas, esos fueron tiempos dignos del terror hasta para él, un complejo asesino.

    Ellos hablaban inescrupulosamente, ellos son las únicas criaturas dignas de sentenciar, sin darse cuenta de que sus patéticas vidas no trascurren más allá de sus narices. ¡Se creen grandes cosas! —murmulla por lo bajo, con el fantasma enajenado de una sonrisa llena de desprecio.

    Un cuchillo filoso es su más íntimo amigo, su fiel compañero en su andar nocturno. El cuchillo y él en un punto de la ciudad, en un punto anteriormente planificado, se volverán uno solo. Y ahí será el momento de sentir nuevamente esa sensación placentera, y hasta aterradora para la mente normal, para la mente vulgar de esa masa colectiva. Esa sensación en la que él ya no es la presa, en ese punto hay un cambio de rol, él vuelve a ser el cazador.

    Las horas transcurren y el viento lo acompaña durante su larga espera. Observa detrás de la farola a un polizonte que camina, él esconde su rostro detrás de la gabardina, se estrecha sobre la pared deseando por el bien del policía que no se acerque. Él no tendrá remordimiento en quitar una vida más, si así lo fuese, todo sería para terminar su designio.
    Hoy no habrá trabas, ni fallas, hoy sus risas se aplacaran, solamente suplicaran por sus vidas y él reirá al final.
    Él sabe que sus tácticas no pueden fallar, él es un rey de la selva en la ciudad y también de la sabana en las afueras; ese criminal perfecto, príncipe de los asesinos, ante quien los demás criminales deben inclinarse, es el asesino itinerante.

    Él conoce sus diferencias con el resto de los populares asesinos, y sabe que por eso no puede fallar.

    El asesino en serie es un sujeto compulsivo que mata para aplacar su pulsión, un psicópata que sigue un ritual destinado a tranquilizarlo. Profana a sus víctimas, las inmola y las descuartiza: es un niño aterrorizado que aterroriza a su vez y que siempre deja indicios tras de sí para que lo atrapen. El vértigo del castigo. Y sobre todo, al asesino en serie no le gusta moverse. Es un tipo casero que mata en su barrio, un perro sarnoso que mata a los corderos de su rebaño.

    El asesino itinerante, en cambio, es un migrador, un devorador de cadáveres, un gran tiburón blanco que remonta la corriente en busca de sus presas. Está en lo más alto de la cadena alimentaria. Es un ser frío que selecciona sus blancos y controla sus pulsiones. Nunca se deja desbordar por ellas, no oye ninguna voz, no obedece a ningún dios. No tiene cuentas que saldar ni revanchas que tomarse. Era el hijo único o el mayor de una familia feliz. Su papá no lo violaba, su mamá no lo sometía a ese incesto afectuoso que retuerce el cerebro. Nadie le pegaba. Ha nacido así: con brujas inclinadas sobre su cuna.

    Al igual que el asesino en serie y el asesino en masa, el asesino itinerante está loco. Pero, a diferencia de ellos, él sabe que está loco. Esa conciencia aguda de lo qué es le permite compensar la locura con un comportamiento extraordinariamente estable. El equilibrio en el desequilibrio. Puede ser tu vecino, el que te atiende en el banco o ese hombre de negocios que baja de un avión para subir a otro y pasa los domingos jugando al tenis con sus hijos. Está perfectamente integrado, no tiene antecedentes penales. Tiene un buen trabajo, una bonita casa y un coche deportivo. Viaja para embarullar las pistas y golpear allí donde nadie le espera.

    Un taxi frena bruscamente y, sobre la acera, descienden dos jóvenes mujeres con una silueta estilizada digna de modelos, una curvatura deseosa para cualquier hombre, y más aún para el itinerante, que las ve presas fáciles para saciar su hambre.

    El itinerante limpia los rastros chorreantes de sangre de su cuchillo, en la chaquetilla del policía, esperando en la penumbra de la oscura noche. Esperando el momento para saltar como un león sobre las gacelas.
    Los tacos agujas desprenden un sonido punzante sobre los baldosones de la vereda en plena noche, caminan aceleradas y sin preocupaciones, charlando y riendo a carcajadas.

    —Fue una buena noche.

    —Sí, todo fue genial, muy puntilloso.

    —Y ese chico, ¿viste como te miraba? Te miró toda la noche.

    —Ni en sus sueños, “forever…,” jamás, ni con un palo lo toco.

    El itinerante está muy cerca y oye sus palabras.

    —Risas denigrantes, risas ególatras, risas extrovertidas y arrogantes —se repite a sí mismo.

    Dando la vuelta a la vereda se topan con un tipo de gabardina oscura, con el rostro escondido por las sombras y un brillo resplandeciente en su mano derecha.

    —¡Por Dios…, es un cuchillo!

    La sangre gotea por la alcantarilla, llegando a mezclarse con los pluviales de la ciudad.
    Las bolsas negras de los forenses caven a la perfección en sus cuerpos desnudos, flagelados y apuñalados, esperando una autopsia. No para saber cómo fueron sus muertes sino para intentar meterse en la mente del itinerante.
    Tres víctimas en una noche producto de un hombre sin sombra, sin remordimiento alguno, sufriendo un trastorno bipolar, un hombre que se mira y no tiene reflejo en el espejo, un hombre con el que mañana te encontraras a tomar un café, a debatir algo, o simplemente un novio que sale con vos desde bastante tiempo. Puede ser la persona que menos esperes, en el colectivo, en tu trabajo, o tu más íntimo colega o amigo. Una persona que sabe muy bien lo que hace, y no te lo dirá jamás hasta someterte a su filoso cuchillo. No te fíes de nadie, pues el itinerante está ahí, esperando ese punto planeado en la noche.


    Fin.
     
    #1
    A homo-adictus le gusta esto.

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