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La espera

Tema en 'Prosa: Cómicos' comenzado por Starsev Ionich, 25 de Mayo de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 849

  1. Starsev Ionich

    Starsev Ionich Poeta asiduo al portal

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    La espera

    Los dos hombres llegaron a las 7: 00 am. Habían pasado cinco minutos. Cinco de retraso, respecto de la hora para abrir el almacén de paciencias. Los ojos de los hombres se encontraban, y ante el cruce de miradas, un gesto de incredulidad asomaba en el movimiento vertical de sus cejas y en el estiramiento de los pliegues de sus labios, los cuales asemejaban una sonrisa fingida.

    Uno de los dos hombres habló: -Otra vez esperando a Andrés. Lo peor es que ya no puedo abrir, vender un poco de paciencia y cuadrarme el día antes de que él llegue-.

    Las rejas pintadas con grafitis, abajo, y con sus fallebas aseguradas, suspendían la rutina establecida en los dos hombres de mirada triste…

    El más bajo le respondió: - eso sí para que se deja pillar vendiendo paciencia y no entregando el dinero de la venta-.

    -Yo no cogí el dinero de esa venta. Lo pedí prestado. Si los jefes venden paciencia, que tengan paciencia… Yo les voy a devolver el dinero apenas pueda reponerlo. Además he tenido mucha paciencia para hacerlo. Se cuando hacerlo, los días en los cuales más hablo de mi honestidad. Lo he hecho miles de veces y sigo aquí, pacientemente cultivando a mis jefes, como un niño de primaria cuida su frijol suspendido en el agua, sobre el algodón. La próxima vez que alardee de mis cualidades humanas… ¡ese día voy a vender unos paquetes de espera, unos tarros de impuntualidad, les voy a dar duro en la porra, y que esperen que cambie mi forma de ser!

    - Bueno pues hágalo. Desde que no se le remuerda luego la conciencia, o no sea capaz de esperar cuando lo necesite, por robar las ganancias de lo que tanto necesita la gente. Eso sí, me reparte un poco de lo que se cuadre. No importa si es el mismo día, o una semana luego. Yo espero. Relajémonos mejor, esperemos. Ya no debe demorar ese huevón con una excusa nueva-.

    - A mí sí que me emputa mucho la gente incumplida. Mi ex me dejo esperando cuatro horas ante el rostro de incredulidad del cura y de los ramos. Entonces me canse de esperarla y perdió la oportunidad de casarse conmigo-.

    - ¡Óiganlo! Deje de chillar. Por otro poco que esperemos no se va a morir. Eso ni su mamá, que lo espero nueve meses para nacer y cinco años para que aprendiera a caminar-.

    Por un momento, el hombre de baja estatura hubiese querido no haber heredado la imprudencia de su madre, ya que el hombre impaciente al que dejaron plantado en el altar, lo observaba fijamente, sentado desde su silla de ruedas, con una mirada entre odio y desconcierto.

    El reloj siguió en su movimiento imborrable. La paciencia de los dos hombres se aproximaba al límite. Querían ver como Andrés restregaba el piso, como barría y limpiaba con impaciencia. Pero por más frustración que sintieran, y ganas de entrar en sus pesadas rutinas, no podrían mandarle hacer lo que quisieran, ya que él era el entrañable hermano de jefe mayor; del más jefe de todos los jefes, en aquella empresa familiar, en la cual, cada uno de los jefes esperaba con paciencia ser jefe sobre los demás.

    Este jefe, en particular, aunque se hubiera esforzado con paciencia por tener un lugar importante en la empresa, nunca se lo reconocerían. Pues ser el hermano del jefe pesaba sobre todas las habilidades comerciales y humanamente posibles.

    - ¡Este malparido que es lo que cree… que nos puede dejar aquí esperando a que se le dé la puta gana de abrir…! ¡Se me ha colmado la paciencia que a veces me robo!

    - Cálmese hermano… ¿No ha escuchado ese molesto cliché, que dice que las paredes tienen oídos?... Yo a veces compruebo que oídos no tienen, lo que tienen es unas orejotas bien perras de grandes… Haga de cuenta que se está robando un poquito de sueldo mientras espera… A la final no está haciendo nada más que esperar.-

    - Sabe lo que pasa. Que yo robo algo, incluso me robo el tiempo de mi sueldo, pero cuando yo quiero, no cuando me lo imponen… Eso es lo que me emberraca-.

    Del interior del almacén, ruidos que recordaban ratas royendo palos de cedro, empezaron a aumentar como gritos de espectador ante el aumento de probabilidades de gol. Unos pasos, que al principio parecían fantasmales empezaron a tomar forma física, y los dos hombres esperando, no dudaron en pensar, en una especie de telequinesis, que en el almacén se encontraba alguien. Que poco a poco se aproximaba a abrir desde adentro aquella reja de resortes gastados y que no tenía piedad con las espaldas. un silbido que traspaso las latas se escuchó. Unos dedos blanquecinos empujaron la puerta de una sola fuerza; como con rabia. La luz de la mañana, proyectó en el piso una sombra delgada, un rostro anguloso y unas orejas muy grandes.

    Andrés los recibió con un gesto amable, disfrazando el disgusto de haber escuchado la conversación y disimulando la desconfianza que debía soportar hacia un empleado en silla de ruedas muy eficiente. El rostro de los dos hombres cambió de colores como un semáforo, y prepararon de una forma improvisada una sonrisa que disimulara la sorpresa. Uno de los dos hombres por fin habló:

    - Buenos días jefe, pensamos que hoy nos iban a salir raíces. Y usted aquí adentro. ¿Luego era día de capacitación?-

    - Tranquilos. Disculpen la demora el día de hoy. Tuve que madrugar un poco más y se me olvido avisarles que llegaría antes. Lo que sucede es que olvidé abrir a la hora señalada. Yo y mis excusas…, dirán ustedes. Recuerden que hoy es día de aseo, para que por favor alisten los implementos. Si llega un cliente y el piso está mojado pues que espere; al fin y al cabo por eso, por esperar, es que el cliente pagará… Esperar a que el piso se seque para poder comprar, va resultar siendo como un encime-.

    Los dos hombres descansaron. Si él los hubiera escuchado hablando a sus espaldas, se hubiera ahorrado esa tonta excusa para hacerlos sentir peor.
     
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