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El anillo de diamante

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Luis Fernando Tejada, 4 de Marzo de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 1247

  1. Luis Fernando Tejada

    Luis Fernando Tejada Poeta reconocido

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    —¡No lo haré y no lo haré! —Gritaba María Magdalena.

    —¡Te casarás con el marido adecuado y ese es Miguel! —Replicaba el padre a la hija recién salida de la adolescencia y en edad de merecer.

    Aunque lo de escogerle marido era una costumbre superada, consideraba un deber asegurarle el futuro económico a la muchacha, consiguiéndole un buen partido, o lo que es lo mismo, un tipo dispuesto a casarse y con fortuna.

    No iba a permitir a un don nadie arruinarle la vida a su única hija, como por ejemplo Alejandro, un preten diente presentado en una salida de la muchacha a la verbena anual de la parroquia, que de acuerdo a las averiguaciones, era un muerto de hambre, en el sentido literal de la palabra.

    —Hija, vamos a analizar los pormenores de esta situación. Miguel es un hombre joven y bien parecido, pero su cualidad más importante, muy rico. Cualquier mujer, con cinco dedos de frente, haría lo que pudiera por ser partícipe de esas cualidades, y tú no puedes ser la excepción —le decía el padre con decisión.

    —Pero papá, estoy enamorada de otro hombre. Alejandro es pobre pero muy trabajador. Apenas comienza su vida laboral. Le va ir bien en un futuro mediante Dios —le anota la hija esperanzada en la comprensión y aceptación del padre de su nuevo amor.

    —Has enumerado exactamente las cualidades, en nuestro concepto, más negativas para tu futuro: pobre y trabajador. ¡Déjate de tonterías! El amor no se come, cuando la señora miseria entra por la puerta, el señor amor sale por la ventana.

    —No me gustan tus ironías papá —le responde la muchacha con mirada de hostilidad.

    —No son ironías, es la cruel realidad. Una muchacha de tu clase, enredada con ese habitante de las barriadas, no es digerible en esta familia. Debes escoger entre él y nosotros, entiende tu madre y yo, solo buscamos tu bienestar.

    La muchacha llorosa, se negaba a aceptar las razones del padre, que llenándose de paciencia, trataba de convencerla de la importancia del matrimonio con Miguel. Debía vencer su resistencia. Entendía que a las malas no conseguiría nada, por eso decidió cambiar de táctica suavizando los argumentos.

    —Además hija, el hombre se fue a otra ciudad a buscar empleo, y no ha regresado en todo este tiempo, ni siquiera te ha mandado una esquela —dijo el padre con forzada sonrisa. Tal vez esa realidad la hiciera desistir de lo considerado por él un capricho.

    —No papá, el quedó de ahorrar para venir por mí —anotó la joven con voz conciliadora y además las comunicaciones con este pueblo son muy difíciles. —le respondió la muchacha.

    Al padre se le hizo, que el desacreditar al sujeto en mientes, era un mal camino para vencer su resistencia. Debía pensar rápido en algún argumento convincente, capaz de despertarle la gran ecuanimidad que la había caracterizado toda su vida. Y se le ocurrió. Le hablaría de la situación económica de la familia, algo muy motivante para ella, acostumbrada a vivir como una reina y también a verlos disfrutar de bienes materiales.

    —Hija, mi amor, te voy a comentar algo. Ni siquiera tu madre lo sabe. Los negocios no han marchado tan bien como lo esperábamos. Pero no le daré más rodeos al asunto, te lo diré con palabras crudas: estamos al borde de la quiebra, para no decir la palabra correcta, quebrados. La fábrica y los almacenes necesitan una inyección de capital lo más pronto posible. Si no conseguimos el dinero, debemos cerrar todos los negocios, y adiós a nuestras comodidades. Quizás acabe haciéndole compañía al tarado ese, que dices es tu novio. Perdona hija, a ese pretendiente tuyo —se lo dijo mirándola a los ojos, pendiente del impacto causado con su argumento.

    —Pero padre ¿y cuál es mi papel en esos problemas, acaso fue por culpa mía lo de la quiebra? —le preguntó la muchacha encogiéndose de hombros.

    —No es tu culpa, pero si eres la solución —le espetó el padre con voz llena de esperanza.

    —¿Al grano papá, como puedo ayudarles? los quiero mucho, más que a nada en el mundo y soy capaz de dar hasta la vida por ustedes —le dijo la muchacha con decisión.

    —Lo sé hija. La historia es esta: Miguel está dispuesto a prestarnos el capital necesario para sacar adelante los negocios, sin intereses, pero con la condición de concederle tu mano, desde que te conoció esta embobado y obsesionado contigo. Me imagino lo que estás pensando como alternativa, te aclaro, los bancos no le prestan dinero a negocios quebrados —se lo dijo mirándola de reojo.

    La muchacha también lo miró, pero con desazón. Como los años y las preocupaciones le habían arreba- tado las fuerzas del pasado al pobre hombre, y se veía un poco envejecido y frágil, el hombre le producía, más que rabia, mucho pesar al verlo tan impotente ante la situación.

    La duda, ante los argumentos crudos del padre comenzó a hacer mella en su voluntad. No se sentía capaz de rechazar la oportunidad para sacar adelante la economía familiar. Y además era cierto lo afirmado por el padre, Alejandro no daba muestras de vida. Pensaba, la olvidó o se levantó otra mujer menos complicada, no ella, sino su familia tan aristocrática, de otro nivel social por encima del de Alejandro. De origen humilde, posiblemente no se sentía capaz de manejar la relación, y por eso la había dejado enfriar.

    Miguel, era un joven bien plantado. Pero salió con él, en dos o tres ocasiones, y pudo concluir que el joven era un verdadero fiasco. El dinero lo hacía insufrible, aun- que el engreído tontarrón, se creía el príncipe azul. Pero pensándolo bien, se decía, tampoco el sacrificio iba a ser tan desagradable, pues tal vez el padre tenía la razón respecto a lo del amor y su relación con la pobreza.

    —Padre, si así son las cosas y a pesar de que destrozaré el corazón de Alejandro y por consiguiente el mío, me sacrificaré por ustedes. Sería incapaz de negarme a ello, si está de por medio la tranquilidad económica de la familia. No seré feliz al lado del mequetrefe de Miguel, pero lo tomaré como un sacrificio y penitencia, abonable a la cuenta para la salvación de mi alma. Te autorizo para manifestarle mi aceptación como futuro esposo.

    El padre soltó un grito de alegría sin ningún pudor por su actitud. La madre, que escuchaba tras la puerta, se apresuró a entrar a felicitar a la muchacha, por la tomada decisión “tan madura y vital para la economía familiar”.

    —Hija sonríe, con el tiempo y la costumbre te enamorarás de Miguel. El dinero hace milagros—le dijeron casi al unísono.


    ***



    El anillo de diamante, aportado por el rico Miguel, emitía tonalidades de luces que deslumbraban a los presentes. Ese aro, valía tanto, como la gran propiedad donde celebraban la fiesta del compromiso entre Miguel y María Magdalena, decían algunos en voz baja. El anillo era la cuota inicial de lo por venir para la familia en materia económica, pensaba feliz la madre.

    El padre satisfecho, pavoneándose por toda la estancia del brazo de la orgullosa madre, mostraba en su semblante, que el dinero para levantar los negocios familiares, ya estaba consignado a su cuenta. A la vez Miguel miraba embelesado a su futura esposa.

    La única apática, por la alegría colectiva, era María Magdalena. Se le veía triste y casi al borde de las lágrimas, para los presentes, el estado de ánimo de la muchacha, se le debía a la emoción de ser la prometida del mejor partido de la región. Todos en la comarca estaban de acuerdo en lo de la pareja ideal y que ese matrimonio sería el suceso social del año.


    ***



    Pasados dos años, como se lo imaginó antes del matrimonio María Magdalena, la vida de casada, al lado de Miguel, era una completa tortura. A pesar del esfuerzo del enamorado marido por complacerla, este no logró crear, durante ese tiempo, el más mínimo sentimiento, parecido al amor, en ella.

    Alejandro se enteró de la boda de su novia, pasado casi un mes desde su realización. Comprendía la inuti- lidad de tratar de volver las cosas atrás, se contentó con llorar las penas, y tratar de ahogarlas en el licor, pero como las penas sabían nadar, permanecieron por siempre asidas a su corazón y a su garganta.

    En la fiesta del segundo aniversario de bodas, se podía apreciar a una mujer de aspecto frágil. La pareja no tuvo hijos y menos estuvo cerca, ni siquiera durante el viaje de luna de miel. Tal vez la descendencia habría obrado el milagro de unirlos. No se sabía cuál de los dos era el del problema de la fertilidad, pero lo cierto es que la muchacha, no se embarazó en el tiempo transcurrido, ni se molestó en tratar de averiguar las causas.

    Durante la recepción de aniversario, María Magdalena murió de repente. El profesional que atendió la emergencia, no podía explicar las causas de su muerte, pues la difunta no mostraba síntomas identificables de la causa del deceso, a no ser que una autopsia lo dijera, según aclaró el galeno. Miguel y la familia se negaron a profanar el cadáver, que transcurridas las horas, permanecía intacto. El médico en el certificado, requisito para ser inhumada, previo pago de una buena cantidad de dinero, hizo constar, como causa de la muerte, un paro cardiorespiratorio, o sea de lo que se muere casi todo el mundo, cuando no se pueden explicar las causas del deceso.

    Miguel como un acto de desprendimiento y homenaje póstumo hacia su amada esposa, pidió que la enterraran con el valioso anillo de diamante.

    En el velorio, el ataúd abierto, mostraba a la más viva y bella muerta recordada en ese lugar. El anillo de diamantes resaltaba en su dedo anular, como el día del ágape de compromiso. La familia no había permitido que se tocara el cadáver, ni siquiera por parte de los preparadores, por lo tanto no se le había inyectado ninguna sustancia preservativa, y sin embargo esta permanecía lozana en su lujoso féretro.

    Alejandro, enterado del deceso por el escándalo nacional que provocó la muerte de la joven esposa del poderoso hombre de negocios, se apresuró en regresar, para estar presente en las exequias de su recordada María Magdalena. Desconsolado pero práctico, decidió no ir al cementerio a la inhumación para evitarse problemas con el marido conocedor de sus amores con la esposa muerta. Presuponía muy poca aceptación de parte del viudo y de la familia de la muchacha fallecida y por lo tanto, temía un grave desaire, que no estaba dispuesto a soportar. Planeó más bien para evitar peleas, que apenas todos se hubiesen marchado del camposanto, iría a rendirle los respetos y a manifestarle cuanto la había querido.

    En el camposanto, todos manifestaban el pesar por la pérdida irreparable. La madre no se hizo presente, pues no fue capaz de ver a la hija en su última morada. El padre, con aspecto de derrota, parecía un candidato a acompañar a la muerta en ese último viaje, y Alejandro, cerca del lugar, estaba a la expectativa de verlos marchar, para ingresar al sitio de la inhumación y así no toparse con ninguno.

    Una vez el último de los dolientes se retiró, y como la noche comenzaba a enseñorearse del lugar, emprendió el camino hacia la tumba de su amada. Una niebla blanca empezaba a cubrir toda la campiña, dándole al ambiente un aspecto bastante tétrico.

    Minutos antes de que Alejandro se arrimara al sitio del entierro, dos individuos saltaron la tapia, armados de sendas palas, y se dirigieron hacia la tumba de la muchacha. Al llegar al túmulo, y gracias a que la tierra no se había asentado, los dos individuos comenzaron a palear la tierra, recién arrojada sobre el féretro, hacia un costa- do del hueco, con relativa facilidad.

    Alejandro había seguido otro camino para llegar hasta el lugar, por lo tanto no se topó con los sujetos. Al verlos paleando, no se atrevió a interrumpir la extraña actividad. Descartó cualquier actuación oficial, pues ya era casi de noche, pero como eran dos contra uno y además podían utilizar las palas como arma, decidió esconderse detrás de una lápida, a la espera del desarrollo de los extraños acontecimientos.

    Pasados unos minutos, de súbito, los dos individuos dejaron caer las palas y emprendieron una veloz carrera por el mismo camino por donde habían arribado.

    Alejandro se acercó presuroso, muy extrañado por la actitud de los violadores de tumbas, al lugar de la excavación, asomándose con reticencia y precaución. El hueco se hallaba iluminado por un rayo de luz, emitido por una lámpara de gasolina abandonada en su huida, por los frustrados violadores de tumbas. La sorpresa fue mayúscula al hallar sentada, dentro del féretro, a María Magdalena que lloraba a moco tendido y sangraba por el dedo anular, en el que todavía lucía el anillo de compromiso.

    Repuesto de la sorpresa, Alejandro se explicó lo sucedido. A María Magdalena la habían enterrado viva, y no se trataba de ningún espectro. De no ser por los ladrones, habría muerto de manera horrible. Estos habían escuchado en el pueblo, que a la difunta, la iban a enterrar con el valioso anillo de diamante, y planearon ir a robárselo. Al desenterrar el cadáver, no pudieron extraerle la valiosa joya del dedo, por lo tanto decidieron trozárselo. Como no estaban preparados para ello, trataron de cortárselo con el amellado filo de una de las palas, pero solo consiguieron escaldarle, de fea manera, la piel a la presunta difunta. De la herida causada brotó un chorro de sangre y de súbito el otrora cadáver cobró vida, causando la estampida de los supersticiosos hampones.

    Con gran esfuerzo, Alejandro ayudó a la débil muchacha a salir de la trinchera de más de tres metros de profundidad. Devolvió la tierra al hueco, e hizo todo lo pertinente para dejar la tumba, como estaba antes de desenterrarla.

    Llevó a la resucitada hasta su casa. Una vez estuvo recuperada de semejante trauma, planeó con ella no informar al marido, ni a la familia de lo sucedido, pues estos podrían ser un obstáculo insalvable para su feli- cidad.

    Para María Magdalena era la gran oportunidad para realizar los sueños de amor al lado de Alejandro. Los padres, en el pasado, no se habían preocupado por sus sentimientos, condenándola por dinero, a una vida de amargura, al lado de un hombre que no quería y ella no sentía la obligación de informales de su vuelta a la vida, por lo tanto, fuera remordimientos.

    La delación de parte de los ladrones era improbable, pues todavía continuarían con su veloz carrera, llenos de pánico y con la intención de crear la mayor distancia posible entre ellos y el espectro.

    Con la venta del anillo reunirían una buena cantidad de dinero, suficiente para instalarse lejos y empezar una nueva vida, donde nadie los conociera.


    http://luis-elperiodico.blogspot.com/
     
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    Última modificación: 4 de Marzo de 2015

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