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Nazareth (Capítulo Once: El cumpleaños de Gabriel)

Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 206

- ¿No ha llegado el hombre a quien le lancé el beso?

- No – dije de manera natural.

- Qué raro, debió haber regresado.

- Pues imagino que no es cierto eso de que vienen y van – a Lucrecia pareció sorprenderle que el hombre no hubiera vuelto a la floristería.

- Seguramente es casado y es completamente fiel a sus principios.

- Eso debe ser.

Las flores de mi casa ya se habían marchitado, ni siquiera quedaba el aroma, se había esfumado. Deborah tiró el ramo tan pronto como se secó, no dio tiempo a que me despidiera de aquel detalle tan lindo que habían tenido para mí.

En cuestiones de romance yo no tenía muchas expectativas, después de los años de matrimonio, ya no esperaba que Alejandro fuera detallista, eso simplemente no iba a pasar nunca, a él no le importaba conquistarme, es como todos los hombres, cuando se casan, creen que la mujer debe mantener el interés simplemente porque sí, como si el matrimonio fuera un motivo ideal para que el romance desapareciera del mapa. También estaba pendiente la cena para celebrar los quince años de Gabriel, por fecha cumple el lunes, pero decidimos celebrar la cena el domingo, no invitó a ningún amigo a la cena, dice que eso de invitar gente es para las mujeres. Así que me tocó a mí buscar alguien más aparte de nosotros cuatro para cenar.

De esa manera, le dije a mis padres y a los de Alejandro, a Angélica, Cristina y Lucrecia. Mis padres tenían otro compromiso, la vela de uno de sus amigos, muerto por un paro cardiaco, por lo que pasarían a dejarle un regalo temprano al festejado. Yo luciría mis dotes de cocinera, el menú incluía arroz blanco con maíz dulce y zanahoria; carne de res en salsa, ensalada de lechuga con tomates y aderezo, un postre a base de gelatinas y un queque de chocolate que Deborah se encargó de decorar con crema chantilly y melocotones.

Angélica había estado ayudando con la carne, llegó temprano para evitar que el estrés se adueñara de mi cabeza (como si nunca ocurriera), así aprovechamos para hablar sobre el embarazo de Cristina y otros chismes que estaban a la orden del día.

- Menos mal que ustedes son sus mejores amigas – nos recriminó Alejandro – ¡líbrame, Dios!

- Precisamente por eso – le contesté – porque somos sus mejores amigas, nos preocupamos por ella.

- Yo creo que ya está bastante grande – añadió.

- No, Ale – le dijo Angélica – parece grande, pero es como una niña. Bueno, creo que esta comida está riquísima. Si me permiten voy a robar su ducha por unos minutos para estar presentable para la cena.

Entonces recogió su ropa, la llevó al dormitorio principal y se metió a la ducha, mientras Alejandro y yo terminábamos de preparar la cena. Casi de inmediato tocaron a la puerta, era Cristina, con mejor aspecto que la última vez que la vi en la floristería y detrás de ella, a pocos pasos venían los padres de Alejandro, que saludaron y se sentaron en la sala a ver televisión, luego llegó Lucrecia, para completar la lista de invitados al agasajo.

La cena estaba a pocos minutos de servirse, el queque, esperaba en media mesa, con quince pequeñas velas, Gabriel había ido a su cuarto para ponerse una ropa más decente que la que llevaba puesta (pantaloneta de fútbol y camiseta sin mangas). Angélica se sentía tan cómoda en casa, que dejó su ropa encima de la cama matrimonial, en nuestro dormitorio que está junto al baño. Y eso no habría significado nada, Alejandro estaba conmigo, pero había un pequeño detalle, Gabriel estaba ahí, observando la ropa interior de Angélica, husmeando.

- ¿Qué haces? – preguntó. El muchacho dio un brinco del susto, se quedó callado y sin decir nada, giró hacia donde estaba ella, de pie bajo el marco de la puerta, cubierta con una toalla - ¿qué haces? – y se recostó a la pared.

- Nada – respondió él, dándose cuenta de que había sido pillado.

- Me parece que haces algo.

Y entonces, hizo algo que sacó a Gabriel del guion, algo que el muchacho no preveía como posibilidad. Desvió su mirada hacia el pasillo, todos estaban en la sala o en el comedor, solo ellos dos estaban en el segundo piso de la casa.

- ¿Quieres ver la percha? – le murmuró, y acto seguido dejó caer la toalla. Gabriel estaba inmóvil, como estúpido mirando el cuerpo desnudo de ella, que se giró para que él terminara de conocerla. Sucedió lo obvio, Gabriel tenía la pantaloneta hinchada, era la primera vez que estaba con una mujer desnuda frente a sus ojos.

Entonces Angélica miró al muchacho y advirtió la situación en que él se hallaba, se colocó la toalla, se acercó a él que estaba frío debido a sus emociones y le habló.

- Anda – dijo colocando su mano sobre el hombro del muchacho – ve y te desahogas en tu cuarto, porque eso… - y señaló la pantaloneta – no lo vas a liberar en frente mío.

Gabriel no pudo mirarla a los ojos, estaba ido mirando la toalla que la cubría, ella la entreabrió y volvió a cerrarla, apenas para que él pudiera verla de prisa. Luego se acercó al oído del muchacho y le dijo:

- Feliz cumpleaños.

- Gracias – logró responderle él en medio de tartamudeos. Entonces salió, mientras que ella cerró la puerta para vestirse. Después de ese día, en dos ocasiones intentó Gabriel que se repitiera la escena, pero ella se negó, dijo que aquello había sido su regalo de cumpleaños y en caso de repetirlo, dejaría de ser especial.

También hubo otro detalle, no menor, en esta escena. Deborah estaba en su dormitorio, con la puerta entreabierta y observó todo lo que sucedió, sin perder ningún detalle de lo acontecido. Pero nunca delató a Angélica ni contó lo ocurrido a nadie, lo guardó para sí. Quién sabe, tal vez algún día podría repetir esa escena con el hijo de alguna amiga, ser la amiga sexy de alguna familia, como lo era Angélica. Durante la cena, todo estuvo tranquilo, tan tranquilo que parecería que nada anormal hubiese pasado, todos celebramos con música, algo de baile improvisado y recuerdos sobre el cumpleañero. Estábamos entre familia.
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