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Nazareth (Capítulo Ocho: Los desvaríos de Lucrecia)
Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 17
Cuatro años había sido mi periodo anterior en este negocio, esta vez tan sólo llevo dos semanas, pero siento como si nunca me hubiera ido. Me fui por Alejandro, porque estábamos a punto de separarnos, llegamos a un punto donde simplemente ya no podíamos ni debíamos seguir como pareja. Entonces renuncié a mi lugar feliz y después de algunos años, no sé si hice lo correcto o si sirvió de algo.
- Me alegra tener a alguien de confianza aquí.
- A mí me alegra estar de vuelta, Lucrecia.
- La verdad no recuerdo ni por qué te fuiste - Lucrecia llegó más temprano ese día a la floristería, dijo que ahí vivía mejor - debió ser por una tontería.
- Los chicos estaban pequeños y Alejandro... No pasábamos un buen momento.
Entonces me abrazó, la miré extrañada, volvió a tomar las flores en que trabajaba y yo hice lo mismo, por unos segundos no dijimos nada, sólo éramos nosotras y las flores.
- Sabes, Nazareth... Los hombres vienen y van, mírame. A mis cincuenta y dos, estoy bien.
- ¿Con dos divorcios? ¿Bien?
- Eso ve la gente, dos divorcios, pero yo veo a una mujer que huyó de dos posibles escenas del crimen - entonces, se detuvo, me señaló la ventana y alcé la vista, había un hombre sumamente atractivo, rondaría los cuarenta, miraba los arreglos que estaban en la ventana, notó que lo observábamos. Yo quité la mirada, pero Lucrecia le tiró un beso, él sonrió y siguió su camino.
- Lucrecia ¿Qué haces?
- Tiene razón Alejandro. Eres bien aburrida. Déjalo que sueñe esta noche con la mujer que le lanzó un beso. Quién sabe, tal vez vuelva.
- ¿Tal vez vuelva? ¡Estás loca! ¿Y ese cuento de que los hombres van y vienen?
- Ya este se fue, quizás venga.
Yo sabía que no iba a regresar, seguro estaba casado o con pareja, jamás volvería, pero parecía que aquello abría la locura en Lucrecia. Puso la radio, sonaba un merengue de Juan Luis Guerra, dejó las flores, puso sus manos en mi cadera y cuando me di cuenta, bailábamos en medio local, nos reímos, hicimos un par de giros y volvimos a lo nuestro. Estaba loca, yo también.
- ¿Bailando? - me dijo Alejandro con cara de muerto cuando le conté en la noche.
- Seguro estaban borrachas - agregó Deborah.
- ¡Mamá! ¡Qué ridículos haces! - fue la sentencia de Gabriel.
Yo los miré con actitud relajada, los tres comenzaron a reír.
- Pues bailo muy bonito, yo lo sé - y me fui al dormitorio.
Antes de acostarme, decidí darme una ducha para dejar ir los pensamientos que amenazan la paz de una mujer en las noches. Pero al parecer fue un tremendo error, la ducha no calentaba y el agua estaba completamente helada, para mi desgracia, Alejandro discute cada vez que eso pasa, echando la culpa a quienes construyeron la casa alegando que la instalación es el problema, entonces se me suben los ánimos y es mejor quedarme callada.
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