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Nazareth (Capitulo dos: Un día en el gimnasio)

Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 38

- Amor, acuérdate que hay que ir a comprar algo de carne, porque si no, no comemos en la noche.

- Y ¿qué hago? – le respondí a Alejandro de la manera más amable que pude e hice una mueca al teléfono – no puedo partirme en cinco.

- Yo te digo, porque seguramente llego tarde.

- ¡Entonces que no coman! – y terminé la llamada antes de que pudiera responderme cualquier cosa.

El gimnasio estaba apenas con un par de personas, muy poco movimiento para un viernes en la tarde. Aunque el almuerzo acabara de pasar hacía apenas un rato. Ninguna de las chicas había llegado hoy. Angélica estaba en una cita con su madre, al parecer la señora está padeciendo de piedras en los riñones y están por definir la fecha para operarla. Tampoco ha llegado Cristina, pero ya sabía que no vendría hoy, a esta hora debe estar dando su firma para divorciarse, su marido es uno de esos hombres que no aprovechan la mujer que tienen en la casa y se la pasan jugando de casanova. Terminó enredado con una muchacha de veintidós y resulta que la desgraciada ha quedado embarazada ¡Válgame, Cristo redentor!

- Llegué, tarde, pero llegué – era Cristina, enfundada en una malla roja y quitándose la camiseta gris que llevaba, para quedarse en ropa de gimnasio.

- ¿Qué haces aquí? No esperaba verte, imaginé que estabas firmando.

- Ya fui, pero muérete de la risa – se acercó y nos sentamos en una banca – el muy idiota se puso a llorar porque resulta que abrió los ojos como por arte de magia y se dio cuenta de que el matrimonio es algo importante en su vida.

- ¡Qué imbécil! Y tú ¿qué le dijiste?

- Le pedí la copia del acta al abogado, firmé y me vine.

Nos quedamos hablando todavía unos minutos más y luego comenzamos a ejercitarnos. Llevaríamos cerca de diez minutos cuando el teléfono comenzó a sonar. Era Gabriel, dejé que sonara dos veces más y luego finalicé la llamada. Ocupaba que el sudor comenzara a correr por mi cuerpo, y en eso estaba cuando otra vez, comenzó a sonar el teléfono, esta vez, era Deborah.

- ¿Qué pasa hija?

- Es Gabriel, dice que no se siente bien y que necesita que lo recojan en el colegio.

- ¿Qué tiene?

- Hasta donde sé, dolor de estómago.

Puse el teléfono en altavoz, volví a mis ejercicios y continué con la conversación.

- ¿Qué hago?

- Nada, que pida una pastilla y vuelva a clases, nadie se muere de un dolor de estómago.

- Eso le dije yo.

- Listo, entonces no hay nada más que hablar.

Cristina asintió con la cabeza, los jóvenes de hoy necesitan mano dura al momento de sus estudios. O eso creí, al menos… media hora después recibí una llamada del colegio, habían llamado una ambulancia, Gabriel iba camino al hospital, aparentemente, con apendicitis. En estas fachas me tocaba otra vez salir en carreras, si por un momento se detuvieran a pensar en una, pero no, ahí iba yo con licras provocativas camino a que posiblemente operaran a mi hijo. No gano para lo que me toca correr.
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