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Nazareth (Capítulo Diez: El hombre misterioso)

Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 34

Yo tenía mi propia lista de preocupaciones ajenas a los embarazos de Cristina. Se aproximaba el cumpleaños de Gabriel, cumpliría quince y aunque yo pensé en salir a pasear y hacer algo lindo como familia, porque no es mucho el tiempo que pasamos juntos, Alejandro y él se conformaban con una comida en casa. Los hombres son tan simples, podríamos aprovechar la ocasión para salir como familia, lejos de los teléfonos, las redes sociales, los juegos en línea, pero ellos tenían mejores planes, quedarse a comer en casa y así poder conectarse a los videojuegos y la computadora ¡vaya novedad!

Me encontraba en la floristería cuando un hombre cruzó por la puerta, saludó y comenzó a mirar los arreglos que estaban ahí. Lo dejé que mirara un poco y seguí en lo mío, miró las tarjetas de regalo, sin hablar, luego se despidió y salió. Dos minutos después volvió a entrar, comenzó a mirar las flores, de nuevo, entonces crucé los brazos, sonriendo, me apoyé en el mostrador y esperé lo peor, podría ser un asalto, pero ¿quién asaltaría una floristería? ¿robaría un ramo de rosas para alguna mujer lastimada emocionalmente? ¿me pediría que pusiera todas las petunias en una bolsa? Entonces lo miré con calma, era el hombre a quien Lucrecia le había lanzado el beso, tenía razón, había regresado. Ahora que lo miraba de cerca, era más guapo de lo que parecía en un inicio y también era más joven, no debería tener más de treinta y dos o treinta y tres años.

- Estoy para lo que ocupes – le dije de manera amable.

- ¿Disculpa? – hasta tenía una linda voz, todo masculina.

- Es que, tengo la impresión de que estás un poco indeciso sobre las flores que quieres llevarle a tu esposa – dibujó una risa antes de contestarme.

- Sí, verás, en mi caso es un poco más complicado.

Dejé lo que estaba haciendo, puse las tijeras sobre el mostrador, pasé por lado de la caja y me acerqué a él.

- Las mujeres no somos tan complicadas como nos quieren hacer ver – volvió a reír.

- Cuando dije que en mi caso es un poco más complicado, me refería a que no tengo esposa.

- Ups… bueno, a tu novia le gustarán, estoy segura.

- Tendré que conseguir una novia entonces, solo para llevarle flores.

Regresé detrás del mostrador, caminó hacia la puerta y luego me miró de reojo.

- Me causó curiosidad el nombre de la floristería “El alfabeto de Dios”, no sabía que Dios tuviera un alfabeto.

- Yo tampoco - volví a pasar por delante del mostrador - pero Lucrecia, la dueña, sí.

- Compraré un ramo de flores.

- Para eso estamos.

Di media vuelta y le sugerí un hermoso ramo de gardenias que estaba justo a su lado, no sin antes, preguntar por la clase de persona que sería la afortunada de recibir el detalle.

- La verdad, es que apenas estoy conociéndola.

- No hay mejor manera de conquistar que con flores – tomé el ramo, lo cargué y le puse un moño rojo, el ramo estaba hermoso.

Preguntó el precio, sacó la billetera y me dio un billete, abrí la caja, tomé el vuelto y se lo di, pero cuando iba a entregarle las flores, me detuvo y con total seriedad me dijo:

- Te las regalo.

- ¿Cómo? – estaba atónita – pero son para la mujer que estás conociendo.

- Sí, y la mujer que estoy conociendo, está vendiéndome un ramo de gardenias.

- No puedo aceptarlas, no es debido. Ni siquiera te conozco.

- Ernesto – y me extendió su mano.

- Nazareth.

- Ya está, ya nos conocemos – y se dirigió hacia la puerta.

- ¿Qué se supone que le diré a mi esposo?

- No sé – y salió.

Cuando Alejandro vio las flores en la noche, preguntó el motivo de que las hubiera llevado y le di la respuesta más lógica que como mujer se me pudo haber ocurrido.

- Las vi tan lindas que se las compré a Lucrecia.

- O sea… que ¿compraste flores de las que vendes? – estaba algo confuso, pero mi rostro dejaba pocos espacios para discutir.

- Discúlpame por querer comprar algo que se vea lindo en la casa.

- Mejor no le discutas, creo que está en sus días – agregó Deborah. Las cuidé tanto como pude hasta que evidentemente se marchitaron, a veces, pasa lo mismo con el amor.
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